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Tras la tormenta

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Ana Vargas ayuda a su madre Ángela Jiménez a levantarse de una colchoneta para que vaya al baño. Hace cinco días que esta espuma sobre el suelo es la cama en la que la mujer, de 48 años, convalece de fiebre y dolor de cuerpo causados por una infección respiratoria.

Ángela y toda su familia se refugian aquí, en la Escuela Mixta de Bolsón, desde hace trece días, cuando la emergencia de Nate alzó la alerta roja en toda Guanacaste.

Aunque era una tormenta, Nate dejó estragos más importantes que el huracán Otto en la provincia. La familia Vargas Jiménez es prueba de ello: no solo pertenece al grupo de 11.000 personas desplazadas por la emergencia en todo el país, sino que todavía hoy, 16 de octubre, tiene que permanecer albergada en la escuela.

 

Diego Rodríguez muestra el rancho donde vivía la familia de su suegro Héctor Vargas y su cuñada Julia Vargas y recuerda que el nivel del agua alcanzó el marco de las ventanas más altas de la casa.

 

En esta familia hay dos niños con asma (Samanta, de cuatro años y Antonio, de nueve), quienes podrían empeorar si regresan a lo que antes era su casa y que ahora es apenas un cascarón húmedo que amenaza con derrumbarse sobre sus cabezas.

Ángela cuenta que la trabajadora social ha insistido en que no deben volver, pero cuando los estragos de la tormenta comienzan a mermar, la comunidad también empieza a presionar para que se reanuden las clases en la escuela, donde no podrán permanecer por mucho más tiempo.

“La llena”

Llegar a Bolsón, al menos desde Filadelfia, sigue siendo complicado: hay que manejar media hora por una calle de lastre entre campos de arroz y caña destruidos por las inundaciones y todavía hay árboles que bloquean el camino y zopilotes que devoran los cadáveres de animales arrastrados por el agua.

 

Luego de seis días enferma tuvieron que llevar a doña Ángela al hospital, donde la internaron por infección en los pulmones. Hace dos años, su hija Angélica de 18 años murió por esa misma causa.

 

Bolsón fue una de las comunidades más afectadas por Nate porque está rodeada de tres ríos que se desbordaron. “La llena”, como le llaman sus habitantes a las inundaciones, los dejó incomunicados durante cuatro días.

El nivel del agua llegó a tal punto que tapó las casas, obligó a las personas a recorrer sus calles en lancha y llegó apenas a dos cuadras de la escuela, una pequeña casa verde de madera que albergó a 29 vecinos de la comunidad, 13 personas menos que el total de sus estudiantes.

De vuelta a casa

El viernes 20 de octubre, los Vargas Jiménez salen de escuela hacia un rancho que el esposo de Ángela y uno de sus yernos construyeron en apenas cuatro días.

 

Diego quema el primero de varios montículos de ropa y artículos que no se salvaron de la inundación.

 

Aún sin luz ni agua potable, la mayor parte de la familia se instala en la nueva vivienda. Ana, su esposo Diego Rodríguez y sus dos hijos decidieron volver a su antigua casa a pesar de las recomendaciones de la trabajadora social.

“Aquí casi no hay casas donde alquilar, las que hay no son muy diferentes a esta. Cobran ₡50.000 de alquiler y además hay que pagar agua y luz”, dice Diego, quien puede llegar a ganar hasta ₡230.000 mensuales como jornalero y con eso mantiene la casa y los niños.

Como acá tampoco tienen agua potable (nunca han tenido), un vecino suyo, “don Miguel”, les hace el favor de traerles la que usan para cocinar y beber desde la comunidad de Ortega, una vez por semana. La que usan para lavar ropa y bañarse, la saca Diego de un pozo contaminado por la inundación.

 

Las actividades recreativas que han llevado a albergues con mayor cantidad de personas, como el Liceo Climaco Pérez en Santa Cruz, no se ofrecen aquí. Antonio Rodríguez, de 9 años, busca la forma pasar el tiempo con su hermana y sus primos mientras continúan albergados.

 

Diego tiene un trabajo informal en el que no le pagan seguro, pero esta semana ha tenido que volver temprano a la casa varias veces porque está con dolor de huesos y calentura.

Bolsón es un pueblo habitado por gente con muy pocas posibilidades económicas. Quienes no tienen trabajo fijo, esperan al verano para migrar a las playas y a los distritos donde se corta caña.

“Si uno trabaja en el verano vive durante el invierno”, explica Lineth Jiménez,  vicepresidenta de la Asociación de Desarrollo Integral de Bolsón. “En ésta época del año, los que se quedan, viven de los ahorros que produjeron de diciembre a julio”.

 

Estas son las pocas fotografías que pudo recuperar Ana Vargas de la inundación. Ahora las seca en el techo de la escuela.

 

Han pasado algunos días desde que regresaron a la casa vieja y Antonio, hijo de Diego y Ana, juega con la pelota. Su padre intenta descansar pero los bolazos de Antonio lo despiertan y entonces sale resignado a limpiar el lote, apilando junto al estero, todas las cosas que el agua le arruinó. 

“Espero poder trabajar toda esta semana, pero no podemos cantar victoria todavía” , dice Diego mientras le prende fuego a la ropa dañada de su familia.

 

Antonio se pone los tacos nuevos que le regalaron personas de la comunidad de Ortega y sale a jugar fútbol con los vecinos frente a su casa.

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