Ya esta adentrada la tarde cuando dejamos Samara con dirección al «Camaronero»; el taxi-bote nos espera del lado de Matapalo.
Estamos con Antonio Astuua, Luis “Negro” y Rafael “Boludo” Rocha: el primero es el capitán del barco camaronero dónde pasaremos la noche. Negro es el chef y uno de los pescadores; Boludo es pescador también.
El destartalado taxi-bote nos aguarda, pero Astua, se muestra impasible, mientras limpia su camisa y luce orgulloso su barriga, dejando pasar el tiempo.
Negro se molesta por la actitud de su capitán y le grita un reproche, el cual Astua a su vez responde.
Los insultos entre ambos van y vienen, saltando entre las olas. Es mi introducción al vocabulario vulgar de los pescadores. Boludo se ríe a carcajadas: “No es en serio”, me asegura.
Es hora de partir. El pequeño bote forcejea contra las olas, y cada uno de nosotros tiene que mantenerse firme para que el bote no pierda el balance.
El Sol brilla en el rollizo rostro de Boludo y este sonríe, quizá por la cantidad de provisiones que llevamos para pasar la noche: chicharrones, tortillas, frijoles, huevos y deliciosas frutas.
La comida va en un bote más grande y los pescadores a bordo nos enseñan con orgullo el resultado de la pesca del día.
Una hora más tarde recogemos las redes con suficiente camarón para preparar la cena, y los pescadores afirman que ese es un buen lugar para lanzar las redes más grandes.
Esteban, en la popa, prepara los camarones mientras el Negro cocina el arroz con cebollas frescas y culantro para el arroz con camarones, su plato favorito.
Alguien me ofrece un enorme plato y con sorpresa me doy cuenta que el número de camarones supera a los granos de arroz. El sabor es celestial.
Negro me cuenta sobre sus experiencias en el mar, en hacerse pescador antes de convertirse en hombre. Me dice que ha atravesado el Atlántico para pescar atún en las costas de África; que el viento y el Sol sol de muchas regiones distintas han acariciado y quemado su cuerpo. Cada línea en su rostro es una historia diferente, como y me cuenta de sus muchos hijos esparcidos por el mundo.
Es tiempo de descansar un poco y dejar que las redes se llenen. Negro me dirige a la proa y me dice que debo dormir en una hamaca: “¡Es más rico!”. Convencido, me acomodo y espero, que al bajar las redes, no estemos en el proceso de dañar alguna especie en peligro de extinción.
Entonces pienso que si eso no sucede esta noche, es probable que suceda en el futuro, y ese pensamiento me mantiene despierto un rato. Esta gente me agrada, y no puedo juzgarlos por lo que hacen: hacen su trabajo de la mejor forma posible con los métodos que se les ha dado.
A las 2 de la madrugada me despiertan sus gritos: “Pepe, ¡saca la cámara!” Una manada de delfines se desplaza en el mar al costado del bote. Corro pero ya es demasiado tarde…se han ido.
Es hora de subir las redes. El sonido del motor es fuerte y chillón: las cadenas aúllan al subir la pesada carga, y el ruido desafía la quietud de la noche.
Entre los pescadores hay mucha emoción y ansiedad: serán ricos o pobres los próximos días dependiendo de cómo haya estado la pesca.
Las redes salen y…¡vienen llenas! El pescado cae sobre la cubierta mientras Astua examina la pesca: camarón, calamares, sole lenguado, pargos… “Es bastante buena”, concluye. Mañana será un gran día.
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