Un olor a azufre se nos cuela por la nariz, pero nos sentimos dichosos. Miramos el volcán Miravalles, el punto más alto de la cordillera volcánica de Guanacaste, a unos cuantos kilómetros y uno de sus cráteres secundarios, altamente activo y burbujeante, se despliega en una serie de formaciones a nuestro alrededor y que nos disponemos a recorrer.
Las Hornillas es un proyecto turístico y familiar en La Fortuna de Bagaces. Caminar sobre el cráter no significa meterse como un vulcanólogo cerca de la lava volcánica, arriesgando la vida. En cambio, es una experiencia bastante segura en la que caminamos por una serie de senderos que rodean las formaciones burbujeantes y humeantes que componen al cráter.
Elberth Rodríguez, nuestro guía, explica que el cráter se compone de hornillas que producen barro, pailas más “acuosas” y fumarola que son escapes de gases. Aquí hay varias hornillas, pero el proyecto turístico solo ha explotado el barro de una de ellas para los tratamientos faciales y corporales.
Hay que seguir los senderos cuidadosamente, nos alerta Elberth, porque las temperaturas dentro de las formaciones oscilan entre los 40 y 160 grados centígrados.
Así se siente en los pies y en todo el cuerpo. La brisa que hace un rato se sentía fresca ahora se transforma en un aire caliente.
«¿Van sintiendo cómo el vapor abre los poros?”, nos pregunta el guía mientras sentimos que el calor se nos impregna en la piel.
Luego de esta pequeña caminata lo ideal es pasar directo al sauna natural para terminar de abrir los poros y después probar el lodo volcánico.
Eso les va a ayudar para la purificación de la piel, para reducir las manchas y espinillas”, explica Elberth.
El lodo es cremoso y lo recomendable es untarse una capa delgada para que se seque con facilidad. Después, se pasa a tres piletas de agua volcánica natural: primero una caliente, luego otra tibia y al final una fría. Así, la piel se va llenando de minerales, se limpia el barro y se cierran los poros.
Barro y bosque
La propiedad de la familia Álvarez Zeledón estuvo dedicada a la ganadería hasta que en el 2002 decidieron cambiar de actividad porque las cabezas de ganado caían y morían en las hornillas.
En 2002 iniciaron con las actividades del cráter y en 2006 aprovecharon otras fincas, unos cuantos kilómetros más arriba, para hacer recorridos por el bosque. Para llegar hasta allá, el centro turístico le da la opción de cabalgar o de subirse a un tractor, que es una especie de carreta arrastrada por un chapulín.
Nosotros subimos en el tractor y durante 20 minutos de recorrido logramos ver el Volcán Miravalles desde diferentes puntos, además de campos con árboles amarillos y un paisaje lleno de montañas y llanuras.
Los senderos no requieren mucho esfuerzo físico y son cortos, pero se necesita cierto valor para cruzar los puentes colgantes. Una de las primeras sorpresas es “el puente de los sustos”, llamado así porque mide 100 metros de largo y se mece fuertemente cuando corre el viento.
Desde ahí vemos a la izquierda donde nace la catarata Mariposa y más abajo, el río que se dirige hacia el valle. Según Elberth, entre junio y julio, se ven cientos de mariposas morpho volando cerca de la caída de agua.
Más adelante conocemos la catarata Cabromuco, en la que instalarán una plataforma para mirarla de cerca.
Luego de pasar otro puente colgante, llegamos a la catarata Escondida, la única a la que es permitido ingresar. Es una caída de agua más pequeña, sumamente helada, según comprueban nuestros pies, y que da la falsa impresión de ser anaranjada. El agua es totalmente transparente pero el hierro de la naciente tiñe sus rocas y les da esta apariencia herrumbrada.
Así terminó nuestro viaje. Aunque nuestra primer bocanada de aire fue de azufre, nos dejó un aire fresco y puro para el final.
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