Sandra se sienta frente a la peluquería donde trabaja en Plainfield, Nueva Jersey, para repartir panfletos a la gente que pasa caminando, promocionando los servicios y los precios bajos de la peluquería.
Caminamos desde la estación de tren hacia un restaurante guatemalteco donde decidimos desayunar. Son las 11 de la mañana de un día veraniego de agosto, un poco tarde para ingerir la primera comida del día, pero Sandra, Miguel y Robert pidieron ese día libre en su trabajo para estar con nosotras, y habían decidido que antes de abrirnos las puertas de su vida privada, debíamos sentarnos a a desayunar.
El restaurante se llama Guatemala Linda, es de comida guatemalteca pero también sirven “pinto”. Esta vacío, con dos televisores prendidos y las señoras que nos atienden pasan mas tiempo en la cocina que atendiéndonos. Pero eso no nos importa. Luego de estar meses sin tocar suelo tico, la mera posibilidad de volver a saborear plátano frito, huevos revueltos y un rico pinto con natilla es todo lo que queremos. Y eso que nosotras solo hemos estado fuera de Costa Rica por unos meses… Miguel y Robert tienen siete años de no viajar a su patria.
Estamos en Plainfield, Nueva Jersey, a una hora y media en tren de Manhattan, Nueva York. En el estado de Nueva Jersey vive una gran mayoría de Hondureños, Guatemaltecos y Salvadoreños, los tres países conocidos como el triangulo geográfico mas peligroso del continente Americano, pero también hay un pequeño grupos de ticos que viven aquí.
Sandra, junto a su primo Miguel y su amigo Robert, viven y trabajan en Plainfield y forman parte de los costarricenses que trabajan ilegalmente en EEUU. (Los apellidos no serán utilizados para proteger su identidad)
Sandra y Miguel son oriundos de Nosara. Decidieron dejar su pueblo por una ciudad de pequeños edificios que vibra al ritmo latino pero donde solo cemento hay. El motivo de su desarraigo es el mismo que tienen casi todos los demás inmigrantes que llegan a los Estados Unidos: ganar más dinero.
El nivel de desempleo en Estados Unidos no se encuentra en su mejor momento (7.7%) pero, según Sandra, “muchos (estadounidenses) no quieren trabajar sino es detrás de una oficina”, abriendo un importante portal a los inmigrantes, especialmente el latino, para trabajar, en los trabajos considerados “duros”, como lo son de limpieza, jardinería y construcción. Para Sandra, “el trato al inmigrante de algunas personas es racista. El latino tiene que hacer el trabajo del norteamericano, lo tratan mal y si no tiene papeles le pagan mal.”
Miguel (izquierda) y Robert, esperan por un taxi en una estación en Plainfield, Nueva Jersey, para regresar a su casa. Ambos viven en la misma casa pero no tienen su propio vehículo y deben usar taxis para transportarse.
Llegando a los Estados Unidos
Sandra, de 40 años, tiene un ferviente deseo de ver a su hija de 22 años graduarse de la Universidad Latina de Medicina. Trabaja entre 10 a 14 horas por día. La historia de Sandra es como la de muchas adolescentes costarricenses que se quedan embarazadas. Con la ayuda de su mama, quien vive en Nicoya, y de su abuela, que murió unas semanas después de esta entrevista, la ayudaron a salir adelante. El padre de su hija la ayuda económicamente pero según Sandra, “no es mucho”. Así fue que estudió Belleza en San José y abrió su propia peluquería en Nosara en 1994, la primera del pueblo. Pero la peluquería no era suficiente para realizar los deseos de su hija y entonces decidió volar hacia otros rumbos.
Trabajó en el estado de Texas durante el 2010 y en el 2011 llegó a Southampton, pueblo de clase alta y pudiente del estado de Nueva York, de la mano de una pareja de norteamericanos que visitan Nosara regularmente.
En el 2012 decidió escuchar el llamado de su primo Miguel y “juntar plata” en Plainfield. Allí consiguió trabajo en una peluquería. Como trabajo extra, se dedicaba a limpiar la casa de un señor argentino. Cuando le pregunto a Sandra que hacía en su tiempo libre, me mira con gesto de burla y me pregunta “¿cual tiempo libre?” Cuando ella está en los estados unidos, es para trabajar.
La situación de Sandra es particular. Ella solo trabaja en Estados Unidos durante la temporada baja de turismo en Nosara, desde el mes de mayo hasta octubre. Dice que es en Nosara donde la pasa bien. “Aquí no salgo, en Nosara sí. Allí se conoce a la gente, sabes que si te vas a poner a tomar, siempre hay un amigo que te lleva a la casa, aquí no.” En Plainfield intentó salir unas pocas veces con Miguel y Robert pero se sintió incomoda con la presencia de las “ficheras”, mujeres, en su mayoría latinas, que reciben una ficha de $10 de parte de un cliente para tomarse un trago con ellas en la barra o en una mesa del bar.
Sandra me cuenta que algunos clientes de la peluquería la invitan a salir y que muchos de ellos están casados o son militares de paso. Algunos hasta le ofrecen conseguirle papeles legales para tener residencia permanente en Estados Unidos a cambio de una cita, pero ella les responde que mejor no. “Yo me cuido mucho de eso”, asegura.
Sandra elige sabanas para mandarlas en Costa Rica. Los juegos de sabanas en los Estados Unidos son mas baratos y pueden ser comprados con un deposito.
El alto costo de juntar plata
Miguel y Robert llegaron a los Estados juntos hace siete años atrás, en el 2005, y nunca mas regresaron a Costa Rica. El riesgo de salir de Estados Unidos y no poder volver a ingresar es mas fuerte, tienen mucho que perder: un trabajo estable y de buen salario.
Desde hace tres años que ambos trabajan en una compañía de recolección y clasificación de desechos. Ganan $480 por semana, unos 240 mil colones, haciendo un total de $1920 al mes, cinco veces mas de lo que gana un recolector y reciclador de basura en Costa Rica. Tienen dos días libres por semana, pero la mayoría de las veces los ocupan haciendo otros “trabajillos” en restaurantes, como lavar platos o cocinar.
Pero ganar mas dinero en el extranjero tiene su costo, especialmente cuando se viene de un país con una vida cotidiana llena de actividades familiares. “El precio de no estar junto a su familia se paga caro todos los días”, dijo Sandra.
Cuando Robert decidió probar suerte en el norte, su hijo solo tenía un año de edad. Dejarlo fue duro pero desde que pisó suelo estadounidense le envía dinero todos los meses.
El único que tiene un familiar cercano es Miguel. Miguel es el penúltimo de 12 hermanos. Su mama falleció a los 61 años en 1997 a la espera de un transplante de hígado y ahora Miguel ayuda económicamente a su padre de 75 años. Una de sus hermanas llegó seis años atrás a New Jersey y se casó con otro tico. Miguel los ve cada dos semanas, especialmente durante el verano, cuando van a hacer barbacoas en las playas o parque.
La vida social de los tres es limitada. Se la pasan en Facebook o miran algunos programas de televisión. Al ser soltero y sin hijos, Miguel, de carácter suave y gentil, puede darse algunos lujos mas como salir a tomar unas cervezas y visitar la ciudad de Nueva York. Le pregunto si alguna vez se metió en problemas con migración. “Uno no tiene problemas si no los busca”, me responde Miguel, “Yo ando tranquilo”.
Pero en su mayoría, la vida de Miguel y Robert pasa por el trabajo. La meta es gastar lo menos posible, aunque implique dejar de practicar uno de los deportes que mas disfrutan los hombre en Costa Rica: mejenguear. Ellos no juegan por miedo a tener una fractura o lesión y pagar altos costos de salud. Hace unos años atrás, Robert tuvo una infección en una muela y tuvo que pagar $850 (425 mil colones) por el tratamiento. Dice que ahora no se la juega y que solo ve “mejenguear” a los demás.
Miguel hace las compras en un supermercado en Plain- field, Nueva Jersey. Comprar la comida propia en el super es algo que comenz� a hacer cuando lleg� a los Estados Unidos.
Echando raíces en el extranjero
Pero para otros ticos, el vivir en Estados Unidos no es solamente juntar plata y regresar a Costa Rica. Algunos arman su vida allí mismo en el extranjero para estudiar, trabajar duro y forjarse un futuro para ellos y su familia.
Meses mas tarde de esa calurosa tarde del mes de agosto en que conocimos a Sandra, Miguel y Robert, y ya cerca de la fría navidad en el norte del continente Americano, encuentro a la increíble Carmen Muñoz, nicoyana de 64 años, casada hace 42 con su esposo Luis Rodríguez y madre de su única hija, Isabel González, nacida en Heredia.
Abuela de tres nietos, todos nacidos en Estados Unidos, Carmen tiene dos trabajos, uno de día y otro de noche. Duerme poco y cuando esta despierta, no para un segundo. Su tiempo es limitado y preciado, no puede recibirme personalmente, así es que comenzamos una seria de entrevistas telefónicas que se extenderían por tres meses.
En una de ellas, Carmen me responde rapidito al teléfono, “ando a las corridas m’hijita, es que pasado mañana salgo a Costa Rica a pasar la navidad con mi familia”, Carmen suspira y dice “hace casi 30 años que no la pasamos juntos”.
Carmen llegó al pueblo de Elizabeth en Nueva Jersey en 1985. Ella había estudiado alta costura en la Universidad de Costa Rica pero anhelaba aprender diseño técnico en Estados Unidos para montar una fábrica. Su esposo Luis, quien trabajaba para el Ministerio de Agricultura, pidió un permiso al Gobierno para estar ausente de su trabajo e ir a EE.UU. por seis meses. Su hija tenía 16 años.
Llegaron con $10 mil dólares en el bolsillo, alquilaron dos cuartitos en una casa y compraban la comida fuera. A los pocos meses, Luis le dijo a Carmen que se iban a quedar a vivir allí. Inscribieron a su hija en la escuela y Luis comenzó a estudiar gastronomía en la Universidad de Nueva York para luego trabajar en un restaurante durante 19 años.
Carmen abandonó su sueño de montar una fábrica de alta costura y consiguió trabajo en una industria electrónica donde ensamblaba piezas electrónicas para aviones y computadoras. Lo hizo durante 12 años.
El ingles lo pulió con clases particulares y viendo televisión, pero durante los primeros meses se la jugó con lo poco que había aprendido en el colegio. En esa época hablar ingles era imprescindible para conseguir un trabajo. Carmen cuenta que la gente le decía “I’m sorry, this is America. You have to speak English” (lo siento, esto es America, tiene que hablar ingles). La situación es diferente ahora. Miguel y Robert, luego de siete años de vivir en Plainfield, todavía no hablan ingles.
Para 1999, Carmen y Luis compraron su primera casa. Su hija ya se había casado con José González, también tico viviendo en el extranjero. Isabel, mientras formaba su familia de tres hijos bajo el ala protectora de sus padres, estudió cosmetología, luego administración bancaria y para finales de febrero del 2013 se graduará como psicóloga. Ahora trabaja durante el día como gerente del banco Bank of America en Elizabeth mientras estudia durante las noches.
En el 2007, 22 años después de haber llegado a Estados Unidos, Carmen y Luis obtenían la ciudadanía estadounidense.
Para finales diciembre del 2012, Carmen sobrevivió a dos infartos, tres cirugías del corazón y carga con el peso de la diabetes tipo 2. A sus 64 es dueña de dos empresas de servicios de limpieza de oficinas en las cuales trabaja activamente. La filosofía de vida de Carmen es que “la maceta en el corredor no avanza m’hijita, hay que correrla”, y así fue corriendo macetas una tras otra hasta llegar adonde esta.
Pero cuando le pregunto si se arrepiente de haber forjado su vida en otro país, acepta que “a veces sí. Aunque tenga papeles nunca me aceptan los americanos… y cuando voy a Costa Rica me pregunto ‘porque tengo que regresar (a Estados Unidos)?”
Sandra extra�a la familia cuando esta trabajando en los Estados Unidos. Se mantiene en contacto por tel�fono, pero no es lo mismo que estar juntos todos los d�as.
Mirando hacia el futuro
Carmen espera jubilarse en el 2013 para poder acceder a su fondo de jubilación pero dice que va a seguir trabajando, aunque un poco menos porque quiere ir a Costa Rica mas seguido. Para Carmen vivir es Estados Unidos es “una escuela donde aprendimos a madurar, a defendernos y a poder vivir solos y dependiendo de Dios. De unirnos mas como familia y de comprender a las personas que vienen llegando. Aquí, o te educas y sales a flote, o te hundes.”
Miguel sigue trabajando en la empresa de recolección de residuos, tiene una “amiga” sentimental pero nada serio, dice no querer comprometerse porque él no se quiere quedar en America. Ahora está pensando en tomar un curso de ingles y regresar a Nosara en dos o tres años para ser profesor de ciencias. Robert está regresando a Costa Rica en enero porque ya no quiere estar lejos de su hijo.
Sandra esta en Nosara. Su casa fue destruida completamente por el terremoto del 5 de setiembre por lo que espera poder ir en marzo otra vez a los Estados para juntar dinero y reconstruir su casa. “Todo tiene su precio”, dice Sandra. Para ella, Estados Unidos no es el país donde quiere vivir, extraña todo por que para ella “allí no hay vida”.
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