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Huida en reversa: regresar y callar para vivir en Nicaragua

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I. Escapar

Un sábado por la noche del 2020, en medio de las restricciones más severas al inicio de la pandemia, Beatriz empezó a atravesar un ataque de ansiedad con falta de aire e intranquilidad. Salió al balcón del cuarto piso donde vivía en la provincia de San José para intentar respirar mejor y calmar su crisis, pero el sofoco era demasiado. 

“Me puse mascarilla y salí a dar una vuelta con Nico su perro”, recuerda. Eso era lo que hacía cada vez que necesitaba lidiar con esos episodios. “Caminaba por hora y media para despejar la mente”. De vez en cuando, Beatriz también acompañó su ansiedad con pastillas. Tomaba las que le darían la pequeña posibilidad de fugarse dormida unas horas de la realidad. 

Dos años antes, como cientos de personas nicaragüenses, llegó a Costa Rica por Peñas Blancas huyendo de la violencia en el estallido de la crisis sociopolítica de su país. Su papá, entonces activista opositor del gobierno de Nicaragua, fue apresado al inicio del conflicto y su familia vio a Costa Rica como la mejor opción para que ella huyera del riesgo. 

Desde que llegó a Costa Rica tuvo muy claro una sola cosa:

Me hicieron elegir esta vida a la fuerza”. Vivir en San José no la hacía completamente feliz, pero logró cierta estabilidad: encontró trabajo, vivió un tiempo con conocidos y su mamá la visitó un par de veces. 

Estaba bien, hasta que inició la pandemia, y la inestabilidad emocional y psicológica la empezó a carcomer. Ya de por sí cargaba en sus espaldas las preocupaciones irresueltas de la crisis en su país: su papá activista en riesgo incesante y su mamá en ocasiones intimidada por policías y simpatizantes. 

En medio de la pandemia, además, le preocupó que su mamá enfermó de COVID-19 y que, en general, toda su familia vivía bajo el liderazgo de un gobierno con pocas medidas sanitarias para enfrentar las inclemencias del virus. “Ahí fue cuando yo me puse a pensar ¿qué pasa si me le pasa algo a mi mama? ¿Quién va a estar para cuidarla?”, se repetía. 

Por cuidar de su familia, por el desempleo, por la falta de acceso a la salud, por la inestabilidad social o las escuelas cerradas, cientos de nicaragüenses emprendieron una huida en reversa hacia Nicaragua. Beatriz, una joven de 25 años, regresó forzada por un mal invisible: una crisis emocional y un daño psicológico del cual pocas veces se habla cuando se visibiliza del desplazamiento o la migración. 

Ella y su perro Nico llegaron a una Nicaragua no muy distinta de la que habían huido. Una Nicaragua en la que Beatriz decidió callar como una decisión forzada para vivir. Así lo contó a La Voz de Guanacaste en enero del 2021, desde su casa, en Managua, y con su mamá cerca que preguntó temerosa: ¿esto dónde va salir?, “¿y si esta grabación se la quitan?”

II. Regresar

En medio de las restricciones por la emergencia sanitaria, las personas migrantes en el país fueron de las poblaciones más afectadas, no solo sus bolsillos, sino también su salud mental. 

Es imposible conocer el número real de nicaragüenses que escaparon, pero para dimensionarlo, solo en abril del 2020 un mes después de que el COVID-19 empezara a circular en Costa Rica renunciaron a su condición de refugio o de solicitantes de refugio más nicaragüenses que todos los que lo habían hecho durante el 2019.

La cifra total del 2020 prácticamente se quintuplicó con respecto al año anterior: mientras que en el 2019 renunciaron 807 nicas a su refugio o trámite para obtenerlo, en el 2020 lo hicieron 3.945, según datos de la Dirección General de Migración y Extranjería (DGME). 

Esto no quiere decir que todos abandonaron el proceso porque salieron del país, pues Migración no recolecta las razones de desistimientos (abandono del proceso de solicitud de refugio) o renuncias a la condición de persona refugiada. Algunos, por ejemplo, pudieron abandonar el proceso porque los tiempos de trámite se alargaron en la DGME. 

Otros salieron por puntos irregulares, dejando un vacío en la información oficial de emigración.

3.945nicaragüenses abandonaron su refugio o solicitud
Autoridades, medios y una parte de la ciudadanía costarricense les recriminaron una buena parte del aumento en los contagios. “En este momento quisiéramos tener una barrera de contención sólida física, como un muro [en la frontera con Nicaragua]”, dijo el ministro de Seguridad, Michael Soto, en una de las conferencias diarias. 

Las manifestaciones de figuras conocidas, medios y memes detonaron el rechazo replicado por la ciudadanía, según lo documentó un estudio de la Organización de Naciones Unidas (ONU). El organismo identificó más de medio millón de publicaciones en redes sociales con discursos de odio y discriminación asociados a xenofobia (33,1%) y género (21,6%), con mayores juicios a personas originarias de Nicaragua. 

Se trataba de un nuevo punto crítico en la xenofobia costarricense, porque el rechazo a la población nica se ha cultivado históricamente. Beatriz, por ejemplo, nunca olvidará cuando la dueña de un apartamento le dijo que “a nicaragüenses no les alquilaba porque son sucios y ruidosos”. “Yo peor me sentí”, recuerda. 

A los señalamientos se sumaron las cada vez más precarizadas condiciones para vivir. 

Antes de la pandemia, casi ocho de cada diez hogares de personas nicaragüenses solicitantes de asilo y con refugio en Costa Rica tenían posibilidades de hacer al menos tres comidas al día, pero durante la crisis sanitaria, solo dos de cada diez lo estaba haciendo, según registró la Agencia de Naciones Unidas para las personas Refugiadas (ACNUR), al consultar a 230 hogares entre julio y agosto del 2020. 

Las estadísticas también resultaron preocupantes en la evaluación de estabilidad laboral y de vivienda. Mientras que 93% de los hogares reportaban un trabajo pagado antes de la pandemia, en la emergencia sanitaria solo 59% lo sostenía. Además del desempleo, para muchas personas incrementó el riesgo de caer en explotación y esclavitud, por las ocupaciones en las que una gran mayoría se gana la vida: limpieza, agricultura y construcción.

Ese contexto fue la antesala para que 7% de los hogares tuvieran un familiar que se había regresado a Nicaragua y 21% que lo estaba pensando hacer. 

Beatriz quedó desempleada un tiempo, empezó a tener ataques de pánico, picos de ansiedad y depresión con más frecuencia de lo usual. Estaba en una tierra que nunca sintió suya y en donde ella y los suyos eran vistos como corresponsables del incremento de casos de COVID-19.

Yo me acuerdo que me despertaba y a veces no me quería levantar de la cama. No era sueño, ni nada. Era tristeza”, cuenta Beatriz. “Yo me acuerdo que yo le decía a Dios: estoy triste. Yo soy una persona positiva, puedo decir que todos los días soy feliz, pero allá (en Costa Rica) era lo contrario. Empecé a tener días tristes con solo algunos momentos felices”. 

Este tipo de crisis están “a la orden del día” y se agravaron con la pandemia, explica la psicóloga de la organización Centro de Derechos Sociales de Inmigrantes (Cenderos) y socia de la Agencia de la Organización de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), Adela Herrán.

Según ella, algunas personas no presentan síntomas de deterioro en su salud mental cuando recién llegan al país, porque están enfocados en resolver lo básico: dónde vivir, qué comer, dónde trabajar. “Pero ya estando asentados, es justo ahí cuando la gente empieza a tener ataques de pánico, insomnios, depresiones, cuadros muy difíciles de sobrellevar”, explica. “Y dicen que por qué ahora si ya tienen una casita o un trabajito, pero es justo por todo el estrés y lo que significó salir, por el esfuerzo por adaptarse y sobrevivir”. 

Otra de las organizaciones enfocadas en apoyar a las personas migrantes en Costa Rica, el Servicio Jesuita para Migrantes (SJM), percibió la desmejoría en la salud mental de la población migrante nicaragüense a raíz de la pandemia, principalmente con historias como la de Beatriz, de huida después del 2018. 

“Venían de una situación repentina de salida, con escenarios difíciles: habían perdido un ser querido, estuvieron encarcelados, fueron víctimas de tortura o estuvieron en autoconfinamiento por los mismos ataques del regimen”, explica la directora de la organización en Costa Rica, Karina Fonseca. 

El SJM estaba intentando focalizar buena parte de sus esfuerzos en la inclusión de las personas en las dinámicas sociales y económicas del país: empleo, educación, integración comunal. Pero la necesidad de atender la salud mental frenó sus intenciones y tuvieron que referir a algunas personas hasta con psiquiatras. 

Con la pandemia, la gente pierde los precarios medios de sustento, los vínculos y empieza el miedo. Una persona que siente que no tiene derechos en el país se siente con temor de decir ‘bueno, si yo me enfermo y no me atienden, o si me expongo a una situación de que me vayan a deportar’”, agrega Fonseca. 

Ante los múltiples escenarios de crisis, Beatriz y sus coterráneos se vieron forzados a regresar a su país, a un lugar que les brindara calor humano, tres comidas al día o al menos un techo. 

“Yo cuando me miré encerrada, con todos mis planes del 2020, como hacer amistades, pues no funcionó. Me sentí mal y cuando yo decidí volver es porque ya estaba mal, psicológicamente muy mal. Lloraba todos los días”, relata Beatriz, quien se regresó con sus pocas pertenencias y su perro Nico en un bolso.  

Le preguntaron si renunciaba a su trámite de solicitud de refugio. Y sí, aceptó. Nada podría darle un hogar en Costa Rica. 

Al otro lado de la frontera, por fin, se reencontró con su familia. 

III. Callar 

El regreso a Nicaragua no fue fácil. El gobierno nicaragüense solicita la prueba COVID incluso a sus ciudadanos, la segunda población más empobrecida de todo América Latina, solo por encima de Haití. En julio del 2020, decenas quedaron varados en Peñas Blancas y fueron finalmente asistidos con pruebas y apoyo humanitario de organizaciones e instituciones costarricenses. 

Quienes salieron por puntos irregulares de la frontera se enfrentaban igualmente a los riesgos de la delincuencia en la línea fronteriza o a ser interceptados por las autoridades de alguno de los países. En grupos de WhatsApp, quienes lograban cruzar mantenían al tanto de qué tan despejada estaba la ruta a quienes iban en camino. Así lo contó Sole a La Voz, otra nicaragüense, licenciada en Psicología y solicitante de refugio que escapó del hambre en diciembre del 2020 cruzando de forma irregular hacia suelo nicaragüense por Peñas Blancas.

Yo me vine a Costa Rica porque despidieron a mi mamá de su trabajo —que trabajaba en el Ministerio de Salud— y estaba siendo amenazada, me despidieron a mí… Fue necesidad y por miedo a mi vida”, relató días antes de emprender, por hambre, su huida de vuelta a Nicaragua.

Pero aquí nunca pude encontrar un trabajo fijo, a veces no me pagaban o me pagaban poquito y ya no puedo sostenerme aquí, no tengo ni para comer”. 

Cruzar no era la cúspide del riesgo. Algunas personas, principalmente aquellas portavoces de la oposición al gobierno nicaragüense, fueron detenidas a su regreso por las autoridades de ese país. Así lo ha documentado el Colectivo de Derechos Humanos Nicaragua Nunca +, integrado por nicaragüenses opositores al gobierno sandinista y que también huyeron en 2018. 

“Hay un riesgo real que puede poner en riesgo la vida de las personas”, dijo a La Voz Braulio Abarca, del colectivo y extrabajador del Centro Nicaragüense de los Derechos Humanos (Cenidh). “Y no solamente el tema de que te puedan detener en una frontera, sino el asedio constante y reiterado en las casas de las personas que retornan”. Situaciones como esas las vivieron los periodistas Yelsin Espinosa, Ricardo Montenegro y Carlos Fernando Chamorro —nuevamente exiliado por el riesgo de ser encarcelado. 

Según el monitoreo que hace la organización, algunas de las personas que retornaron fueron detenidas de forma “exprés”, es decir, unos cuantos días, y otras que son apresadas por un periodo más prolongado o de forma indefinida mientras la Fiscalía los investiga por delitos de “traición a la patria” o lavado de dinero. 

Hay un comportamiento sistemático en contra las personas opositoras y también que alzan la voz, incluso aquellas que sólo por publican en redes sociales ya han sido víctimas de persecución política”, apuntó Abarca.

Justo por eso, a su regreso, Beatriz tomó una decisión: callar para vivir.

No publicar en redes sociales, no participar en ninguna manifestación, mantenerse al margen. “Yo no quiero volver a vivir una vida que no elegí. Yo en Costa Rica viví una vida que me hicieron elegir a la fuerza, no tenía otra opción”, dice determinada, sentada en el sillón de su casa en Nicaragua. 

“Si yo vuelvo a decir pío o algo, volveré a esa vida que no elegí. Así que mejor elijo quedarme callada”, reitera. Y cuenta que cuando volvió, algunas personas conocidas le dijeron “sos caballa, ¿por qué te regresaste?”. “Y yo no digo nada, porque tienen sus opiniones y las respeto, pero nadie comprenderá la tristeza que yo pasé en Costa Rica”.

Es que regresar ha significado recuperar una serie de fracciones que perdió al ser desplazada forzosamente. La psicóloga de Cenderos, Adela Herrán, lo explica así: “El desarraigo implica enfrentarse a la pérdida del espacio de referencia, la pérdida de seres queridos, de tu cotidianidad, de tu trabajo, de tu cultura, raíces, de un proyecto de vida. Es la pérdida de todo un contexto que te da sentido y que te da identidad inclusive”. 

“Es volver a sentir que estás efectivamente en un espacio tuyo, con conocidos, con una comunidad a la que pertenecés, con una familia que puede asistir aunque sea mínimamente. La gente aquí [en Costa Rica] se siente muy sola”, añade. 

La mayor intranquilidad de Beatriz era que su papá persistiera en su descontento público contra el Gobierno. “Más que preocuparme me enoja. Lo que él hace no va a lograr que Daniel Ortega deje de ser presidente”, dice sentada en el sillón de su casa, donde vive con su mamá y su hermana. 

“Me preocupa que si él sigue esos movimientos lo van a volver a echar preso y yo, otra vez, voy a ser un daño colateral”, explica. Pero también entiende las acciones desesperadas de su papá y las de miles de personas por cambiar el rumbo del país. Es una lucha de contrapesos donde poco se habla de atender la salud mental.

El perro de Beatriz, Nico, murió una semana después de su llegada a Nicaragua.

Cuando él murió yo le dije: ‘vos sólo estabas esperando a que yo estuviera acompañada’ cuentaporque si se me hubiera muerto allá [en Costa Rica] seguro me hubiera tirado del balcón”, dice medio en broma, medio en serio. 

IV. ¿Y ahora? 

La última vez que La Voz de Guanacaste conversó con Beatriz, en agosto del 2021, contó que su papá había desistido de hablar públicamente contra el gobierno sandinista. “Yo siento una tranquilidad inmensa”, dijo. 

¿Es acaso dejar de luchar?

“No es que se deje de luchar”, dice y hace una pausa. “No es que se dejó de luchar, se dejó de salir a las calles porque no va a haber pueblo si lo matan”. 

En esa noche de agosto, en su país se discutía la candidatura a la vicepresidencia de una exmiss de Nicaragua, Berenice Quezada. 

“Si el 7 de noviembre yo la miro a ella y Ortega en la mesa, yo le doy mi voto a ella, porque aquí la cuestión es sacarlo a él”, dijo segura de que cualquier opción es mejor que continuar con el gobierno Ortega Murillo. “Pero hay que ver quienes están a finales de octubre, porque ahorita pueden echar presa a Berenice”.

Esa misma noche, Quezada fue interceptada por autoridades judiciales y notificada de su inhabilitación para ejercer cargos públicos, pues era investigada por el delito de “provocación, proposición y conspiración para cometer actos terroristas” debido a unas manifestaciones que ofendieron a simpatizantes del Gobierno, según reportó el medio nicaragüense Confidencial.

El partido que representaba, Alianzas Ciudadanos por la Libertad (ACxL), se sumó a la lista de partidos sin camino a los comicios de noviembre, pues el Consejo Supremo Electoral canceló su personería jurídica.

Más de 30 figuras activistas y políticas han sido encarceladas en seguidilla desde mayo. La contienda electoral queda con las principales fuerzas opositoras tras las rejas, y siete fórmulas que buscarán la presidencia. El panorama apunta a la continuidad de Daniel Ortega y Rosario Murillo. 

En ese contexto, el periodista Octavio Enriquez, exiliado en agosto de este año, escribió en una columna en Confidencial:

Desde el poder quieren un silencio y una paz similar a la de los cementerios. Nosotros, los ciudadanos, debemos seguirlo diciendo—gritando cada uno en sus casas y con sus amigos— para que la verdad prevalezca. Necesitamos en vez de dar la vuelta a la hoja, como se ha hecho históricamente dejando heridas abiertas en nuestra sociedad de la que seguimos llorando, que los responsables rindan cuentas. Una luz de justicia verdadera para todos contribuye a una sociedad libre”. 

Y aunque Beatriz comparte la necesidad de una Nicaragua libre, prioriza su salud mental como una opción para sobrevivir. “Yo estoy en este país, pero desconozco todo lo de los movimientos porque sé cuánto me afecta mi estado emocional y psicológico. Me da miedo todo”, confiesa. 

Ilustración y animación: Dunkan Harley

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Nota de la periodista: Nombres y datos biográficos fueron modificados para evitar la identificación de algunas personas. 

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¿Sos una persona migrante, refugiada o solicitante de refugio en Costa Rica? Te dejamos contactos que pueden ayudarte: 

Acnur800-REFUGIO (800-7338446)

SJM 8729-0521

Cenderos 8885-0196

Grupo Terapéutico para hombres, RET y Acnur – 7011-8697

Círculo de mujeres, RET y Acnur – 6026-1686

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