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Guanacaste tiene caña para rato pero, ¿a qué precio?

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La caña no solo abarca cada vez más terrenos, sino que se ha vuelto una actividad con altos niveles de productividad. Es decir, los productores obtienen cada vez más caña de un mismo espacio.

Mientras en 1984 se obtenía, en promedio, lo equivalente a 60 toneladas de caña por hectárea, para el 2014 el rendimiento promedio por hectárea subió a 71 toneladas.

“Este incremento en los rendimientos es el resultado de la incorporación de riego, esquemas de fertilización, determinación de los tiempos de cosecha para maximizar los rendimientos y la introducción constante de nuevas variedades con tolerancia a las enfermedades y mejores rendimientos”, indica un documento escrito por el investigador de la UCR Nelson Arroyo que analiza la historia y productividad de los cultivos a nivel nacional.  

Entonces, produciendo más, se dio paso a la diversificación. Ya no solo se coloca la materia prima, sino que se pensó en otras formas de aprovechar el producto.

Por ejemplo, la Liga Agrícola Industrial de la Caña de Azúcar (Laica) comenzó a producir el azúcar líquido para que otras industrias de jugos o alimentos pudieran aprovecharla de manera más eficiente.

Así lo explicó el especialista del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA), Jonathan Castro. La siembra de azúcar orgánico y la generación de electricidad a partir del bagazo de caña son otros ejemplos de cómo se diversifica el sector.

Pero, ¿hay consecuencias? Producir caña trae algunos riesgos inherentes a su actividad.

Castro es del criterio de que en cualquier actividad que se desarrolle y en donde intervenga el ecosistema va a haber impacto. La caña no es la excepción.

Sin embargo, asegura que el cultivo no resulta muy invasivo y hasta podría ser “un poco amigable” con el entorno.

La utilización de fungicidas, insecticidas y nematicidas en caña de azúcar es nulo o muy bajo. Por lo tanto, la residualidad en suelos (residuos tóxicos) o en fuentes de agua es un riesgo que se baja bastante respecto a otros actividades que son mucho más intensivas”, dijo Castro.

Pero si para la tierra no es un problema grave, sí puede llegar a serlo para la salud de los seres humanos que trabajan en los cañales: la exposición a temperaturas altas y las largas jornadas de trabajo se ligan con eventuales padecimientos renales para los trabajadores de la caña.

En esa misma línea, el uso de plaguicidas, aunque en menor escala en comparación a otros cultivos, también se enlistan como agravantes de la salud de los peones; aunque las investigaciones en este campo se siguen desarrollando.

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Las quemas son otras consecuencias ligadas al cultivo y que genera impacto en suelo y ambiente. Sin embargo, ya existe a nivel nacional un decreto que regula este método. Claro está, el respeto a la directriz depende directamente del productor.  

El uso del agua que viene de las concesiones sobre el río Tempisque también queda en manos del productor, que decide si desperdiciarla en riego por inundación o hacer un uso más eficiente con opciones como el goteo.

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