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Editorial: La encrucijada entre la ganadería y el cambio climático

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Guanacaste es la provincia que produce más carne en el país. De acuerdo con datos de la Cámara de Ganaderos y el Ministerio de Agricultura y Ganadería, el 50% de la carne y leche que se consume en el país proviene de esta provincia, pero su desarrollo ha cobrado la factura al ambiente y cada vez es menos sostenible.  Algunos expertos creen que, de continuar así, la vida útil de la ganadería aquí  podría ser de solo diez años más.

En la provincia de Guanacaste existen unos 20.000 productores ganaderos y durante el 2015 murieron en promedio unas 500 reses, mayoritariamente en el cantón de Santa Cruz. Las pérdidas cuantificadas en el sector pecuario superaron los ¢11.000 millones.

La ganadería y el sabanero, forman parte de la cultura guanacasteca, aunque si analizamos la historia y nos vamos a nuestras raíces, la cría de ganado no era una actividad de los chorotegas.

 

 

Los primeros conquistadores introdujeron la explotación del ganado vacuno en la zona de Nicoya en el siglo XVI, una actividad desconocida para los nativos aborígenes quienes se dedicaban a la agricultura y pesca, principalmente. Por más de 400 años, gran parte de los terrenos se sometieron a la agricultura y ganadería. El avance de la creciente industria cárnica entre los años 1950-1980, tienen una importante responsabilidad en la pérdida de bosque y en los ecosistemas en la zona.

En el pasado, los pastizales en Guanacaste presentaban una cobertura del 60% del uso de suelo para potreros. Los productores vacunos eliminaron bosques y zonas de protección, extralimitándose en su cobertura, lo cual provocó una crisis ambiental en la Región Chorotega durante la década de 1970. Los frágiles suelos forestales, que sustentaron vida abundante, se agotaron por la falta de árboles y exceso de pastoreo, acelerando la pérdida de nutrientes y la erosión de los suelos.

Luego llegó la industria agrícola extensiva, con cultivos como el arroz y la caña de azúcar que necesitan de mucha exposición solar, y algunos ganaderos vendieron sus tierras.  Los pocos árboles que quedaban en los potreros comenzaron a desaparecer.

Los ríos fueron dados en concesiones para extraer agua, las quebradas desviadas y las nacientes explotadas. Donde antes había bosque tropical seco, para finales de la década del 70 quedaba en planicies y algunos “parches” verdes. El Gobierno tomó acción, creó Parques Nacionales, refugios de vida silvestre, incentivó la reforestación y reguló un poco más– aunque no demasiado– las nuevas concesiones. Pero el daño ya estaba hecho y la espera para su recuperación venía cargada de paciencia.

Años más tarde, a mediados de 1990, vuelve a golpear a Guanacaste una sequía de tres años de la cual no logró recuperarse del todo. En el 2013 las lluvias fueron menores, el 2014 se decretó emergencia por sequía y para el 2015 se tuvieron que desembolsar millones de colones en ayudas a los ganaderos y agricultores.

Entonces, llega la hora de hacernos una pregunta difícil, que abate a nuestra idiosincrasia y economía: ¿será razonable seguir apostando por la ganadería extensiva?

Quizá llegó la hora de hacer un cambio porque por más que nos duela dejar al lado nuestra tradición vacuna, la situación no es sostenible. La provincia tiene que apostar por modelos de negocios diferentes en los que la cría de animales sea bien planificada y en que la información real y científica de la cantidad de recursos naturales disponibles que tiene la provincia nos guíe hacia un uso consciente y racional. ¿Quienes mejores que los guanacastecos, descendientes de Chorotegas, para encarar este gran desafío?

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