COVID-19, Derechos Humanos

Hacinamiento golpea más fuerte a mujeres de Guanacaste. Así les afecta en medio de la pandemia

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Alina Caravaca tiene 56 años y vive en playa Conchal con otras 10 personas con las que comparte un espacio de latas de zinc, paredes de madera, fibrolit y piso de cemento. Bajo ese techo, todos son familia: su pareja sentimental, sus cinco hijos y cuatro nietos.

Su choza está frente al mar. El vecino más cercano lo tiene a unos 500 metros, dice ella, y cuenta que cuando llueve o sube la marea queda incomunicada, como si viviera en “una isla”. La única ruta para llegar a su casa se convierte en un río sin posibilidad de cruzar en medio de los temporales. Y cuando hay marea alta también llega hasta la casa. 

Con la pandemia, la casa de Alina choca con los lineamientos de las autoridades de Salud en medio de la emergencia sanitaria: para ellos es imposible aislarse si alguien de la familia estuvo en contacto con un positivo o incluso si uno de ellos se enferma. 

Como esta familia, en la Región Chorotega hay 3.570 hogares con hacinamiento, según los datos más recientes de la Encuesta Nacional de Hogares (Enaho, 2019) del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC). La mayoría de ellos (un 67%) están liderados por una mujer como Alina. 

En Guanacaste hay 2.390 hogares hacinados cuyo principal o único sostén económico son las mujeres y 1.180 que tienen jefatura masculina. Es decir, más de la mitad de hogares con condiciones de hacinamiento están liderados por una mujer. Así lo reveló un análisis de La Voz de Guanacaste y de la Fundación Promotora de Vivienda (Fuprovi) con base en datos de la Encuesta Nacional de Hogares. 

“Gracias al Señor nadie ha tenido COVID. Ni Dios lo quiera”, dice Alina. 

La epidemióloga de la Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS) Guiselle Cruz llama a las casas como las de Alina “hogares intergeneracionales”, y explica que en ellas el riesgo de que alguien agrave a consecuencia del coronavirus es mayor. 

Según la explicación de Cruz, si alguien enferma en un hogar hacinado, hay una mayor probabilidad de que las otras personas también contraigan el virus, por no tener medidas para aislarse correctamente. Eso provoca que haya mayor cantidad de virus acumulado en el ambiente de la casa y que una persona con factores de riesgo agrave más rápidamente. 

“La carga viral (o concentración del virus en el cuerpo) se va acumulando al punto en que una persona se enferma de una forma severa”, explica Cruz. Además, en las casas hacinadas hay mala ventilación y eso impide que el aire se refresque para diluir las partículas del virus.  

Con el hacinamiento, se hace evidente otro problema que termina por complicar el panorama: la pobreza.

Cruz agrega que son las personas más pobres quienes están contrayendo en mayor medida el nuevo coronavirus.

Sabemos que es gente que tiene trabajos independientes, que no son formales, y que tienen que salir a trabajar por el día a día, entonces lograr que la gente cumpla con el aislamiento y la cuarentena es complejo”, agrega.

En el caso de Alina, antes de la pandemia ganaba dinero alquilando baños a los turistas que lo necesitaran. También hacía empanadas, pasteles y olla de carne que vendía entre los vecinos o en la playa. Pero sin turistas, y sus vecinos con una situación económica también comprometida, sus ingresos cayeron a cero. 

Un fin de semana bueno, según cuenta, ajustaba unos ¢100.000 y con eso pagaba agua, luz y compraba los ingredientes que hicieran falta para volver a cocinar sus platillos. 

“[Antes de la pandemia] vivíamos mejor porque no se me dificulta tanto como ahora que a veces no tenemos, que ni ninguno tiene (…). El hijo mío trabajaba en un velero en Tamarindo, la otra hija también se quedó sin trabajo, porque trabajaba en una soda y mi otra hija se dedicaba a pintar uñas, pero estuvo cerrado y hasta ahora están abriendo”, contó Alina.

El peso de ser mujer

El impacto de la pandemia ya de por sí es diferente para hombres y mujeres. “El llamado a quedarse en casa ha incrementado la carga de trabajo relacionada con el cuidado y la atención a las personas, la que sigue recayendo en los hombros de las mujeres”, afirma un documento de la Organización de Estados Americanos (OEA) y de la Comisión Interamericana para la Mujer (CIM). El análisis pone sobre la mesa el impacto de la pandemia con perspectiva de género. 

Otro documento de Naciones Unidas indica que las mujeres son las que suelen cargar más las responsabilidades de proveer y preparar los alimentos, y de encargarse del acceso a los servicios de primera necesidad como el agua y la luz. 

Esa es la realidad de Gina Hernández, vecina de barrio San Martín en Nicoya. Hace cinco años llegó a vivir a la parte de atrás de la casa de sus papás luego de que no pudo seguir pagando su antigua casa. El dinero no le alcanzaba. 

Ella y sus cuatro hijos viven en un espacio de piso de tierra, con cortinas en lugar de puertas, sin cielo raso, con paredes de madera y con el tendido eléctrico al descubierto.

Durante la pandemia, los niños comenzaron a recibir clases virtuales en casa y Gina tuvo que repensar cómo organizaba a su familia. 

Tuve que llevar a mis hijos donde mi hermana para que me los cuidara porque no los podía dejar aquí solos, y ahora ando de acá para allá. Tengo que pagarle a ella, pagar cosas aquí  y me queda menos tiempo para trabajar”, dice.

Gina limpia casas y plancha ropa. En un día gana unos ¢8.000. A la semana, y si tiene suerte, logra completar los ¢20.000 para repartir entre los gastos de la casa. 

“En el caso mío, yo creo que poniéndome de los dos lados, siendo papá y mamá, es como más difícil, porque qué familia va a vivir con un salario tan bajito y más a esta altura”, alega.

Sobre el coronavirus no quiere ni pensar. Solo imaginar que alguno de sus hijos se enferme o peor aún, que ella contraiga el virus, le genera un temor inmediato. 

“Aquí no es muy adecuado el espacio, la comodidad. Hay veces que si pienso eso me da ansiedad, me pongo estresadilla. Es que si yo me enfermo, ¿cómo hago yo para traer la alimentación?”, dice.

Gina Hernández duerme en una cama a la mitad del pasillo con sus hijos Nicole (7 años) y Dyron (4 años). Los más pequeños no tienen cama propia ni mucho menos su propio cuarto. Sus otros dos hijos, Aleska de 16 y Daniel de 12, comparten el único cuarto de la casa, aunque “a veces los cuatro [hijos] vienen y se meten todos aquí”, dice Hernández con una sonrisa. Foto: César Arroyo CastroFoto: César Arroyo Castro

Pero esa combinación de pobreza y hacinamiento no es solo la realidad de Gina. 

De todos los hogares liderados por una mujer en Guanacaste, el 7,5% (más de 3.600) vive en casas en malas condiciones. Por ejemplo, tienen las paredes, techo o piso con grave deterioro a tal punto de que se convierten en un peligro para quienes las habitan. Así lo explicó el funcionario de la unidad de investigación de Fuprovi, Jairo Aguilar. 

Aguilar agrega que los hogares de menores ingresos son los que más reportan jefaturas femeninas, según la revisión de los datos de la Enaho 2019. 

A las condiciones de pobreza y a las responsabilidades sobre el cuido de sus familias se les suma una vulnerabilidad más: un menor acceso de las mujeres al crédito, con lo que podrían mejorar sus condiciones de vivienda y de vida de ellas y sus familias. 

Esa es una de las razones que las empuja a buscar más activamente bonos de vivienda. De hecho, de cada diez familias que reciben bonos, seis son mujeres.

A nivel nacional, entre el 2015 y el 2019, el Banco Nacional Hipotecario de Vivienda (Banhvi) ha entregado 58.150 bonos, de los cuales un 59,8% se han entregado a familias de jefatura femenina”, dice Aguilar a modo de ejemplo.

Gina asegura que antes de la pandemia mantuvo conversaciones con el Banhvi para ver si podía aplicar para un bono, pero que ahora eso “quedó en nada”.

De hecho, la crisis por el COVID-19 golpea una y otra vez a las personas más vulnerables. Unas 570 familias de la región Chorotega, 63% de las cuales tienen jefatura femenina, se quedarían sin bono de vivienda por la disminución de los ingresos del Fondo de Desarrollo Social y Asignaciones Familiares (Fodesaf) y el recorte presupuestario propuesto por el gobierno al impuesto solidario de la Ley N°8683, detalló en un comunicado de prensa la Cámara de Entidades Financiadoras de Viviendas Sociales.

Según un documento de la OEA y el CIM, que analiza la pandemia con perspectiva de género, situaciones como esas agudizan la vulnerabilidad de mujeres jefas de hogar, que usualmente son más pobres y tienen menos acceso a vivienda segura y recursos asociados como agua potable y saneamiento.

“Las mujeres tienen que seguir manejando el trabajo productivo, si todavía lo tienen, y reproductivo (cuidado infantil y de otras personas dependientes, trabajo doméstico, y enseñanza de niños y niñas) en las circunstancias sumamente limitantes de confinamiento o cuarentena”, indica el documento. 

“Los indicadores ‘no trabaja porque cuida’ y ‘hogar monoparental encabezado por mujer’ deben calificar para recibir beneficios y acciones afirmativas, en forma de transferencias monetarias u otras medidas de alivio inmediato, así como de oportunidades en el mediano y largo plazo”, agrega.

Para Gina, tener una casa adecuada continuará siendo una ilusión. “Usted sabe que en la navidad aquí ponemos una rama de ciprés, como arbolito, y mis hijos en los regalos que se ponen debajo del árbol  una vez dibujaron una casa y la pusieron ahí. Ellos quieren una casa, estar cómodos”. 

Para mantener a su familia (ella y sus cuatro hijos), Gina Hernández limpia casas y plancha ropa. Con la pandemia, cuenta, pasaron de pagarle ¢2.000 a ¢1.500 la hora. También ha tenido que aceptar el pago de ¢12.000 por planchar sin importar cuántas horas dure o la cantidad de prendas. “Y uno tiene que aceptar eso, ¿qué vamos a hacer” dice. Por semana, y con suerte, logra completar unos ¢20.000 para repartir entre los gastos de agua, luz, teléfono, comida y alquiler. Foto: César Arroyo Castro

Y si el virus llega…    

En hacinamiento y en pobreza, los lineamientos del Ministerio de Salud están diseñados para familias que tengan la posibilidad de guardar la distancia en sus viviendas para evitar contagiar a los demás de sus familias.

Salud detalla en el lineamiento para casos en investigación, probables o confirmados que la persona debe estar aislada en una habitación aparte con ventilación directa a la calle, con puerta cerrada y con un baño exclusivo para la persona enferma. Además, sugiere que haya un intercomunicador como los que se usan en el cuido de bebés o que la persona se comunique solo por celular. 

En la práctica, hogares como el de Alina y el de Gina no tienen la capacidad de asegurar esas medidas, pero según la epidemióloga Guiselle Cruz, los funcionarios de la salud analizan cada caso para determinar cómo mantener a las personas con mayor riesgo a salvo, sin contagiarse.

“Lo más frecuente es que se queden haciendo aislamiento en la casa aún cuando viven en hacinamiento, pero lo importante es definir quién es la persona más vulnerable para decidir si hay que sacarla o si hay que mantenerla en la casa”, resume Cruz. 

Esto quiere decir que no siempre sacarán del hogar a la persona con COVID-19, sino que pueden elegir mover a alguien que no tiene el virus pero que tiene algún factor de riesgo. 

 

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