Aún con su uniforme de colegio, Amanda Zúñiga entró a una reunión en una de las salas del Museo Guanacaste de Liberia. Iba con su prima, también vestida con el uniforme, y las mujeres reunidas voltearon a verlas: eran, sin duda, las más jóvenes del encuentro.
La idea de la reunión, que se llevó a cabo en octubre de este año, era que las personas compartieran experiencias y herramientas para erradicar la violencia de género. A Amanda, de 17 años, le parecía una oportunidad que pocas veces había tenido.
Durante mucho tiempo, su papá le pegó a ella, sus hermanas y su mamá. Y ella, ansiosa por encontrar ayuda, empezó a buscar información en internet sobre los derechos de las mujeres.
Encontró redes sociales de colectivas o grupos de mujeres feministas de San José y otros lugares del centro del país, pero no había tenido la oportunidad de reunirse con mujeres en Liberia, donde nació y creció.
Por eso, cuando conoció sobre una colectiva en Liberia, Feministas Independientes de Liberia, se sorprendió.
“Fue como wow, (mi prima y yo) nunca habíamos visto un grupo aquí en Liberia”, recuerda Amanda. Empezaron a seguir la colectiva en redes sociales y se enteraron de las charlas. La actividad era organizada por Acceder, una organización que busca erradicar la discriminación por género, orientación sexual e identidad y que, desde hace un par de años, ha incrementado sus actividades en las provincias costeras.
Desde entonces, a Amanda le interesó integrarse al colectivo. “No era muy común ver los grupos de mujeres aquí en Liberia. O sea, lo más común era en otros lugares, como en San José”, cuenta.
Entre el 2021 y el 2022, varios grupos de mujeres de la provincia han formado nuevas colectivas de feministas jóvenes: salen a las calles, reparten volantes, abren grupos de WhatsApp para compartir con otras de sus comunidades cercanas y lejanas. Acompañan a sus compañeras a denunciar actos de violencia y a exigir atención tras agresiones sexuales en los hospitales. Quieren que ninguna mujer se quede sin conocer y hacer valer sus derechos.
Las más recientes son Sámara Empoderada y Colectiva de Tamarindo. Ambas nacieron luego de varios ataques sexuales a mujeres en las costas del país entre finales del año pasado y principios del 2022.
Las terminó de impulsar a unirse la publicación de una guía del Instituto Costarricense de Turismo (ICT) que le sugerían a las mujeres que vistieran “similar al local para evitar llamar la atención” y tener “cuidado con los mensajes que una actitud muy amistosa o de confianza puedan generar” para evitar las agresiones.
“Nosotras empezamos porque había muchísima indignación por los ataques sexuales que hubo en las diferentes zonas costeras y la respuesta del ICT en aquel momento, de culpabilizar a las mujeres”, relata la cofundadora de la colectiva de Tamarindo, Wendy Valverde.
Tras la polémica, el ICT eliminó las guías y el gobierno pidió disculpas. El jerarca de Turismo de ese entonces, Gustavo Alvarado, reconoció que incluían mensajes que violentaban y revictimizaban a las mujeres.
Los grupos de mujeres de estas dos comunidades costeras salieron a marchar por primera vez por las calles de sus cantones en un 8 de marzo. No era la primera vez que esto sucedía en la provincia, pero antes ocurría solo en Liberia, o en encuentros organizados por instituciones como el Instituto Nacional de las Mujeres (Inamu) o por las oficinas municipales de la mujer.
Otra agrupación que nació este año fue Feministas Independientes de Liberia. Su objetivo era propiciar un espacio que incluyera a las mujeres trans del cantón en la marcha del 8 de marzo. Aunque existían otras colectivas que estaban planeando marchar, tenían posiciones distintas sobre la inclusión de mujeres trans.
“Es un grupo de feministas de distintos niveles y distintas vivencias. Lo que se intenta es no tener una posición absoluta ante todo. Así que el espacio es libre: libre de racismo, transfobia, xenofobia y demás», dijo Cecilia Sánchez, una de sus integrantes.
Hartas de la violencia
El origen de estas colectivas en la provincia se asemeja a lo que la docente e investigadora Laura Chinchilla Alvarado ha visto en uno de sus últimos trabajos: la principal motivación que convoca a las mujeres en colectivas como estas es el hartazgo.
Es cuando ellas dicen a nivel individual ‘ya estoy harta de lo que me está pasando’. Observan que hay otras que están hartas (también) de lo que están viviendo, sea porque lo viven en carne propia, sea porque lo ven todos los días. Y se organizan”, dijo Chinchilla.
Ella y dos docentes más están analizando la comunicación digital de 15 agrupaciones feministas en redes sociales. Aunque no revisaron grupos guanacastecos, sí indagaron en otros de zonas costeras, como Brujas de la mar, un movimiento local de Puntarenas y otras organizaciones de mujeres migrantes en Costa Rica como Volcánicas.
Encontraron que el principal tema del que hablan en sus publicaciones es la violencia de género y que su principal público son las mujeres jóvenes, como Amanda.
Estas nuevas colectivas de mujeres se suman a otros grupos más tradicionales. Algunas se reúnen en las cocinas comunitarias para construir vínculos y compartir sus experiencias. Otras se inscriben a talleres de manualidades, cocina y artesanías, donde hablan sobre cómo combatir la violencia de género. Y los hay también de mujeres trans, que no siempre encuentran acogida en otros espacios.
Intención, sí. Tiempo… quizás
No es fácil dedicar tiempo voluntario al activismo, y es un reto que las integrantes se comprometan a mantenerse activas. Pero para Camila Valverde, de Feministas Independientes de Liberia, es urgente hacerlo en comunidades rurales y costeras.
Yo podría movilizarme a San José, pero realmente las vivencias que hay en San José no son las mismas vivencias que hay en Guanacaste”, dice.
Hay un desafío aún mayor: convocar a mujeres que no se identifican tan fácilmente con la lucha feminista o a las que no llegan con la comunicación en redes sociales.
Virginia DePauli es integrante de la colectiva Mujeres Unidas Nosara. Dice que aún es difícil que se integren mujeres locales nosareñas. La mayoría son extranjeras o del Gran Área Metropolitana que desde hace años han vivido en Nosara, pero que no son originarias de ahí.
“Si bien hablamos el mismo idioma, somos de alguna manera extranjeras, entonces tenemos que hacer ese trabajo de campo, de poder integrarnos, de que se sienta confianza y de que están contenidas en un espacio seguro”, considera DePauli.
Para la colectiva Sámara Empoderada también es necesario incluir a más mujeres locales y de diferentes rangos etáreos. Tatiana Pochet, su cofundadora, asegura que ellas lo tienen muy en cuenta. Saben que no pueden limitarse a la comunicación en línea, entonces reparten volantes para convocar a mujeres mayores y a personas de diferentes niveles socioeconómicos.
“Siempre tenemos en mente a las señoras de Matapalo o a las de Torito (comunidades de Sámara)”, cuenta Pochet. “Decimos ‘bueno, no todas tienen celular, entonces hagamos volantes y caminamos por las calles’, porque a quienes queremos llegarle son a las que están en la casa y no saben, quizás, que están siendo víctimas de violencia”.
Para todas las entrevistadas, lo más importante es ofrecer información sobre los derechos de las mujeres a todas las que lo necesiten. También, hacerles saber que no están solas, que hay personas dispuestas a acompañarles y escucharles. En sus redes sociales, mantienen una escucha activa de las mujeres que les escriben: algunas buscan desahogar situaciones de violencia que viven, otras acompañamientos y asesorías para salir de ciclos violentos.
Diversidad
Liberia es uno de los cantones con más colectivas. Ahí han surgido grupos como La Hoguera, la Asociación de mujeres por los derechos en Guanacaste Alza Tu Voz, Me pasó en la UCR Guanacaste (que también integra las vivencias de estudiantes de Santa Cruz), Mujeres de Tierra Libre y Feministas Independientes de Liberia, solo por nombrar algunos.
Lejos de verlo como una división, las colectivas creen que esa diversidad es necesaria.
“No es lo mismo la lucha de una mujer negra que la lucha de una mujer blanca. Ambas son mujeres. Ambas han sido oprimidas, pero las negras también han sido discriminadas por su color de piel”, considera Raquel, integrante de Mujeres de Tierra Libre.
La investigadora Laura Chinchilla coincide en que esa gama de colectivas es lógica y sana.
“Es muy importante aquí reconocer que no somos iguales. Es decir, cuando cuando miramos con perspectiva feminista la comunicación, entendemos que si yo voy a desarrollar una organización en una zona turística, con esa enorme diversidad cultural, no es que somos iguales porque todas estamos aquí”, ejemplifica.
No, no somos iguales, tenemos bagajes distintos, tenemos y hemos tenido posibilidades y oportunidades distintas”, añade.
La mayoría de activistas, independientemente de la agrupación a la que pertenecen e incluso las edades que tienen, se conocen y se han encontrado en actividades organizadas por el Inamu e incluso por alguna de las colectivas, como la Asociación Alza Tu Voz.
Es precisamente en esa diversidad que encontraron la gasolina para surgir: en la necesidad de crear espacios seguros para todas, de que no haya ni una menos, de que cada vez más mujeres jóvenes como Amanda se unan a la lucha para exigir el cese de la violencia de género.
“Amanda y Dayanara (la prima de Amanda) llegaron a los encuentros de Acceder el primer día con uniforme del colegio y entraron por la puerta”, recuerda Cecilia Sánchez, de Feministas Independientes de Liberia sobre el día de la reunión en el Museo de Guanacaste.
“Todas nosotras adultas ya reunidas y ellas entraron como superheroínas”, cuenta.
Les cuesta dimensionar sus logros, pero es evidente que son cada vez más visibles y que dan pasos significativos para el bienestar de las mujeres en sus comunidades. En Tamarindo, por ejemplo, la colectiva creó protocolos de atención a víctimas de violencia y ya los compartieron con taxistas del distrito. Su próximo objetivo es socializarlos en otros comercios como bares y restaurantes.
*Colaboró en el reporteo de esta historia César Arroyo Castro.
*Raquel es un nombre ficticio. La mujer entrevistada quiso ocultar su identidad.
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