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María Leal: la maestra de los cuentos guanacastecos a quien comparan con Carmen Lyra

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Traductora: Arianna Hernández

Apenas está en el colegio pero ya sabe que las historias de su pueblo, a cientos de kilómetros de distancia, vale la pena inmortalizarlas en papel. Toma nota de los cuentos que narran niñas y campesinos de la bajura, para llevarlos años más tarde a los niños de todo el país.

Es 1914 y, con 22 años, María Leal está a punto de graduarse como Maestra Normal de la Escuela Anexa del Colegio de Señoritas, en la provincia de San José. Este es, como ella dirá después, “el fruto de sus ‘desvelos, incansables esfuerzos y… hondos anhelos». 

Hace siete años salió de su natal Santa Cruz, en Guanacaste, para llegar a estas aulas donde aprende para luego salir a enseñar. María fue una de las 10 becadas de Guanacaste por el gobierno de Cleto González Víquez para venir aquí a estudiar. Entró a quinto grado en setiembre y ganó el curso en tan solo tres meses.

Desde muy niña fue muy curiosa. Tanto que a los cinco años ya sabía leer y escribir. El amor por el estudio le vino seguramente de dos generaciones atrás. Su abuelo, un agricultor de Tempate de Santa Cruz llamado Dionisio Leal, le pidió al presidente Tomás Guardia que construyera una escuelita en su pueblo. Guardia accedió de inmediato, después de todo era su amigo de batallas, desde que pelearon juntos la guerra de 1856 contra los filibusteros.

Leal de Noguera Maria

Fotografía utilizada en la biografía de su libro Cuentos Viejos.

A esa escuela la nombraron como él: Dionisio Leal Vallejo. Idelfonso, su hijo y papá de María, fue el director de otra escuela en el pueblo de 27 de Abril. Esa batuta de educadora llegó a ella como una herencia que pasa de generación en generación.

Aquellos días de infancia los invertía ‘recorriendo senderos agrestes y montuosos’. En las 

noches escuchaba maravillada los cuentos de enormes gigantes capaces de destruir la iglesia de su pueblo con los puños. Se sumergía tanto en las historias que se olvidaba de ir cenar.

Su ‘mente de hormiga’ no solo la ocupó grabando escenas para los cuentos, sino recordando los nombres de quienes más admiraba, sus maestros y maestras: José Angulo, Natalia Ramírez, Clorinda Morales, Cristina Cordero.

En ese entonces no imaginó que ella también sería una maestra admirada al punto de que una escuela llevaría su nombre. No solo eso: sus ganas de leer y escribir historias la convirtieron en una de las mujeres más importantes en la educación y la cultura guanacasteca.

Las voces del campo a las páginas

Después de graduarse como maestra, María recibió una práctica pedagógica junto a otros docentes llamada “La importancia del cuento en el desarrollo mental del niño”. Esa enseñanza se volvió clave cuando regresó a Santa Cruz a ejercer su profesión.

En su aula María era maestra y alumna. De día escuchaba con atención las historias de las niñas. De noche, a los adultos que se animaban a aprender a escribir con ella.

En esta página de la cuarta edición de Cuentos Viejos María Leal da crédito a una niña de Arado de Santa Cruz.

Así empezó a publicar en la revista Repertorio Americano las historias que fue amontonando de la gente de su pueblo.

Redactaba sus cuentos con mucho cuidado para que los niños pudieran entenderlos. Una ‘forma sencilla, pausada, tal como si relatara historias maternales al caer la tarde’, reseñó la docente y benemérita de la patria Ema Gamboa.

En 1923 recopiló 14 cuentos en la primera edición de su libro Cuentos Viejos. Las siguientes ediciones iban creciendo con cada cuento que recuperaba del campo. María siempre fue sincera sobre el origen de sus historias, así se lo hizo saber cada vez que enviaba textos nuevos a su editor y exprofesor de colegio Joaquín García Monge.

“Van hoy cinco cuentos que han de servir para ampliar la colección que comencé en las aulas del Colegio […] Desde luego confieso que no son originales; yo los he recogido de  boca de los campesinos, los he redactado procurando seguir el orden primitivo de los sucesos y argumentos con un lenguaje comprensivo para los niños. Es lo único que me pertenece”.

Esos cuentos que María recogía, también hablaban de Tío Conejo, Tío Coyote y otros animales del monte. Pero también de príncipes tontos y de manos peludas.

El trabajo excesivo le causó problemas de salud a María, aún así siguió escribiendo y trabajando como profesora, contra las recomendaciones de los médicos.

En la cuarta edición de Cuentos Viejos, su exprofesor y editor escribió un prólogo asegurando que los cuentos de María junto a Cuentos de mi Tía Panchita de Carmen Lyra ‘son la contribución más interesante que Costa Rica, por ahora, puede ofrecer a la literatura popular del mundo’.

El artista costarricense Francisco Amiguetti ilustró cada una de las historias de la cuarta edición de Cuentos Viejos.

En 1925 creó el primer jardín para niños en Santa Cruz de Guanacaste. Treinta años más tarde, la Escuela de Niñas de Santa Cruz adoptó su nombre. Ella, mientras tanto, publicó dos libros más: De la vida en la costa y Estampas del camino, este último a sus 82 años.

“Estos divinos cuentos poblaron de bellas fantasías mi imaginación hoy la pueblan de duras realidades ellos mismos. En otros tiempos los escuché encantada, hoy de igual modo, los copio encantada de las verdades que dicen sus mentiras”, escribió ella misma en la introducción de la cuarta edición de Cuentos Viejos, publicada en 1938.

María Leal Rodríguez murió a los 97 años, en su natal Lagunilla de Santa Cruz.

 

Este perfil se construyó con las notas autobiográficas de María Leal Rodríguez publicadas por Raimundo Brenes y extractos de las cartas de María Leal enviadas a Joaquín García Monga y José Joaquín Trejos, incluidas en la cuarta edición de Cuentos Viejos.

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