Antes de que sus padres fundaran un programa para cuidar especies marinas, Denilson se robaba los pichones de las loras de los árboles y los salía a vender en épocas en que estaba muy mala la pesca.
Así era la vida para muchos en El Jobo hace un par de años. Su papá y su tío también tomaban y se comían los huevos de las tortugas que encontraban en la arena. Era “lo que había”. Pero un día, después de un breve taller de concientización sobre la importancia de cuidar a las tortugas, el mundo les dio vuelta.
En el 2016, esta familia fundó junto a otros miembros de la comunidad el Equipo Tora Carey, una organización sin ánimos de lucro que se dedica a cuidar tortugas, rayas y loras. Su historia está maravillosamente retratada en este artículo, con un mensaje clarísimo: si ellos, en medio de la pobreza y el desánimo, lograron proteger a estas especies, todos podemos hacer algo para mejorar lo que no nos gusta de nuestras comunidades.
La zona en la que viven no tiene ninguna categoría de protección especial del Estado, en el Gobierno nadie les iba a “ayudar”. La científica que ahora participa de las expediciones turísticas y científicas también había rechazado la propuesta de ayudarles. Y sin embargo, ellos resistieron los “no” para buscar los “si”.
El impacto no va a ser inmediato y algunos hasta dudan de poder verlo alguna vez. Quizás lo vean sus hijos dentro de 30 años, cuando las tortugas que ellos cuidaron lleguen a desovar en cantidad a esta misma playa. Pero eso tampoco los detiene. No los detiene la incertidumbre del futuro, porque en la cara se les ve la felicidad de cuidar lo suyo y porque, en el camino, también pueden obtener algunos recursos económicos a cambio del esfuerzo.
Por historias como estas es que hacemos periodismo de soluciones en La Voz de Guanacaste. Porque contar solo los problemas es contar la mitad de la historia y porque esperamos que, a través de estas páginas, algunos encuentren la inspiración que les hacía falta para dar el paso y cambiar.
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