Cuando el profesor Rodolfo Núñez llegó a la ciudad folklórica de Santa Cruz hace más de 20 años, notó que con frecuencia los santacruceños decían una frase: “El que sigue, como decía La Colocho”.
La expresión se utilizaba cuando llamaban al siguiente en la fila. Por curiosidad, un día preguntó de dónde venía esa frase y le explicaron que así la inmortalizó una antigua trabajadora sexual santacruceña.
A ella le decían La Colocho. Y no sólo sus dichos quedaron guardados en la memoria y el lenguaje de este cantón guanacasteco, sino también sus características físicas.
Algunos señores que a diario se sientan en el parque de Santa Cruz, frente a la entrada principal de la iglesia católica, recuerdan muy bien cómo era esta mujer que conocieron entre las décadas de los sesentas y setentas: piel blanca, ojos claros, rubia, con colochos y muy elegante.
“Era como la Marilyn Monroe”, me dice también una santacruceña de apellido Herrera mientras a repasa, junto a su cuñada, los nombres de las trabajadoras sexuales que recuerdan.
La Colocho trabajaba en El Chucu Chucu, un antiguo y reconocido salón de baile que quedaba en el centro de Santa Cruz y donde además habían algunos cuartos donde ella y otras mujeres ejercían “el oficio más viejo del mundo”.
¿Por qué se recuerdan? Porque los santacruceños han inmortalizado a estas mujeres en sus memorias orales.
El recuerdo que tienen los santacruceños sobre La Colocho y otras de sus colegas llevó a Rodolfo Núñez, coordinador del Programa Guanacastequidad del Ministerio de Educación Pública, y al historiador costarricense Juan José Marín (q.e.p.d) a estudiar por qué el pueblo santacruceño recordaba de forma tan especial a estas mujeres.
“Más que recordar, la gente hace una memoria histórica y entonces parece ser que las prostitutas son parte de la construcción identitaria de Santa Cruz”, me explica Núñez, mientras hablamos en la biblioteca de la UNA.
Sin embargo, ni los investigadores ni los lugareños obvian el hecho de que el trabajo sexual suele suceder de la mano de problemas sociales, como la pobreza.
En Costa Rica, esta labor no está reconocida con las garantías sociales de cualquier otro trabajo. Tampoco existe un censo de cuántas personas ejercen esta labor, pero Nubia Ordóñez, presidenta de la asociación de trabajadoras sexuales La Sala, ubicada en San José, dice que son muchísimas más con respecto a hace 30 o 40 años.
“Somos incontables”, agrega esta activista del trabajo sexual, para luego explicar que ellas siguen siendo estigmatizadas y que por ello muchas mujeres trabajan en el anonimato y en lugares clandestinos.
El estudio de los recuerdos
Según los hallazgos de la investigación, en la que entrevistaron a personas locales y estudiaron las memorias orales sobre ellas, Santa Cruz ha incorporado a las trabajadoras del sexo en el imaginario colectivo local, lo cual ha hecho que incluso las recuerden con cariño.
Se recuerdan sus sobrenombres: Juana Pectral, La Milonga, La Chepa Manca, La Colocho, Lilly Pelona, La María Toscano, La Tres Pelos, La Chochavo. Y se recuerdan los lugares donde ejercían: El Chucu-Chucu, La Malagueña, La Mil Amores y el Calabazo.
Se recuerdan incluso algunas anécdotas, como la que cuenta que en el cuarto de La Colocho lo que había era una cama de tablas y cuando le preguntaban: “¿Por qué no te comprás un colchón?”, ella respondía: “¿Por qué no te traés unas rodilleras?”.
Por ejemplo, en algunas canciones como El Chucu Chucu, de Los de la Bajura, mencionan a La Colocho.
Yo le pregunté a La Colocho que si quería bailar
Y ella me respondió con tremenda realidad
Hágase p’aca mi hijito que yo lo voy a menear
Y al son de la marimba yo lo voy a poner a sudar
La misma canción hace referencia a La Toscano, otra de las mujeres que trabajaban en el salón de baile.
Se viene de medio lado, se viene de medio lado
La bandida de La Toscano tiene ganas de bailar
Balo Gómez, integrante de Los de la Bajura y folklorista local, me cuenta con un poco de recelo que las canciones de su grupo no se refieren a la prostitución, pero sí las mencionan porque recordarlas es parte de lo que rodea a cualquier pueblo: una tradición oral.
Una de las pinturas del artista santacruceño, Freddy Gatgens, también retrata a El Chucu Chucu y en ella se observa la dinámica bajo la que funcionaba este icónico lugar. Además de ser donde el pueblo se encontraba para bailar, también era la sede para consumar otro tipo de relaciones.
Un fenómeno social y cultural
En la investigación, Núñez y Hernández explican que, paralelo a las fiestas de enero en celebración al Santo Cristo de Esquipulas, acompañadas de bailes y parrandas características del cantón, la prostitución también tomó protagonismo.
“Yo considero que la sociedad santacruceña en particular es una sociedad en la que la oralidad sigue siendo una forma de transmisión muy fuerte, más que la misma lectura”, explica Núñez.
Don Pedro Sánchez, profesor pensionado y que se considera a sí mismo folklorista, y Gerardo Zúñiga, del Trío Contradanza, dicen que además eran las mujeres alegres del pueblo, porque eran muy buenas bailando y con ello se convertían en parte de las celebraciones típicas.
En el parque de Santa Cruz, Celina Álvarez, otra docente pensionada, me asegura que las recuerda y enfatiza en que estas mujeres no eran vistas de forma despectiva, sino como parte de los personajes del pueblo.
“Es parte de la idiosincrasia de nosotros los santacruceños, pero no con ese término (prostitutas)”, dice Álvarez, como intentando quitarle el peso social que ese término carga.
Santa Cruz no es el único pueblo donde había o hay prostitución, ni tampoco el único que las recuerda a ellas o a los lugares donde ejercían su trabajo, pero su memoria y tradición oral es lo que probablemente ha hecho que estas mujeres se hayan inmortalizado de una forma tan peculiar en el cantón.
“Yo he leído mucho sobre Santa Cruz y normalmente se toca mucho la parte cultural, el Cristo de Esquipulas, las montaderas, las comidas, los bailes, la música”, dice el profesor, pero agrega que no se estudian otros espacios sociales, como las cantinas y los prostíbulos, que también hablan sobre la identidad de un pueblo.
Las paredes de este cantón guanacasteco reflejan las tradiciones que año tras año los santacruceños traen a sus calles adoquinadas. Estas mismas paredes y calles son testigos de otras historias, que ocultas en las memorias de su gente, también constituyen la identidad de Santa Cruz.
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