Regional, Medio Ambiente

Hay un evento climático que causa estragos en Guanacaste y no, no es la sequía

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Teresa Ramos invirtió ¢200.000 en mano de obra para limpiar el terreno donde planeaba cosechar maíz el año pasado.

“Se hizo el trabajo y se sembró el maíz. El maíz nació, pero no volvió a llover (…) y se secó por falta de lluvias”, recuerda Teresa. Su finca queda en La Esperanza, un pueblo ventoso ubicado entre las montañas de Nicoya y Santa Cruz.

“Esa inversión se perdió toda. Ya es difícil volver a recuperarla”, dice.

Teresa no pudo venderle su maíz al hotel de Nosara que se lo compra siempre. Para una productora pequeña como ella, un año sin esa cosecha es un fuerte golpe a la economía de su hogar. En la finca también produce café y frijoles, dos granos que al igual que el maíz, han sufrido por las condiciones climáticas tan extremas y cambiantes.

La tierra que trabaja, y la comunidad en la que vive, están inmersas en una región conocida como el Corredor Seco Centroamericano (CSC), una enorme franja de territorio que atraviesa el Pacífico del sur de México, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Guanacaste, una parte de Puntarenas, y el arco seco de Panamá. 

Tienen la característica común de presentar al menos cuatro meses de sequía, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés).

La misma organización advierte que este corredor es una zona altamente vulnerable a eventos climáticos extremos, “donde periodos largos de sequía son seguidos de lluvias intensas que afectan fuertemente los medios de vida y la seguridad alimentaria de las poblaciones locales”.

Teresa Ramos tiene 61 años y en su finca cultiva frijoles, maíz, café y hortalizas.Foto: César Arroyo Castro

Teresa ha visto con sus propios ojos estos eventos extremos en su finca, cuando sus plantas se secan por falta de lluvia y también cuando son arrastradas por los fuertes aguaceros.

Esta es la segunda entrega de tres artículos en los que La Voz profundiza en qué es el CSC, cómo nos impacta ser parte de él, y qué prevén especialistas sobre el futuro. Leé aquí la primera parte.

Volver a comenzar

Lo que sucede en la finca de Teresa se replica a gran escala en el resto del CSC: para los territorios en esta franja es más difícil desarrollar actividades socioeconómicas que dependen de la lluvia, por su vulnerabilidad a los eventos climáticos, según el investigador del Centro Mesoaméricano de Desarrollo Sostenible (Cemede) de la Universidad Nacional (UNA) en Nicoya, Pavel Bautista.

“En un territorio como el Corredor Seco Centroamericano, el caso de las sequías está definido para Costa Rica casi cada ocho años. Y año con año tenemos tormentas tropicales que representan inundaciones, hay que hacer evacuaciones, se pierden los bienes materiales de la gente que vive ahí”, argumenta Batista.

Las pérdidas en Guanacaste por impactos de fenómenos naturales entre 1988 y 2018 fueron de $538 millones, según un informe del Ministerio de Planificación Nacional y Política Económica (Mideplan).

La infraestructura es el rubro más afectado con el 50% del total, aproximadamente $260 millones en pérdidas. Seguido por el sector agropecuario con un 28%, lo que equivale a cerca de $149 millones.

Aunque parezca contradictorio, lo que más afecta al corredor seco no son las sequías, sino los eventos extremos húmedos como huracanes o tormentas tropicales.

Según el mismo documento, solamente el 14% de las pérdidas en la provincia se deben a las sequías. En cambio el 77% son provocados por lluvias intensas.

Vacas buscan un lugar seco en medio de los potreros inundados en Carrillo por la tormenta Nate en el 2017.Foto: César Arroyo Castro

“Desde el punto de vista de eventos extremos, el principal problema de Guanacaste es el exceso de agua”, comenta el especialista de la Unidad de Acción Climática del Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (Catie), Lenín Corrales.

Corrales explica que la posición de Guanacaste es bastante compleja al considerar las condiciones meteorológicas, porque por el Efecto de El Niño y los vientos alisios “en cualquier momento le llega un montón de agua de un solo tiro”.

Ese exceso de agua también ha afectado a Teresa en sus cultivos de maíz y frijoles.

“Cuando ya está la cosecha es que llueve demasiado. Entonces la planta se cae y si ya está con cosecha, nace al caerse al suelo y entonces el grano lo que hace es que el el vuelve a germinar. Entonces ya también se pierde”, explica la productora.

“Cambia todo”

El investigador de la UCR Hugo Hidalgo, formó parte del Programa Integral del Corredor Seco Centroamericano (PICSC), un proyecto interdisciplinario ejecutado durante cinco años enfocado en una región transfronteriza en crisis debido a la sequía y la pobreza.

El problema en Guanacaste, según Hidalgo, es que ya tiene una aridez relativamente más alta que el resto de Costa Rica. Y esta aridez puede empeorar debido al cambio climático.

“Pareciera ser que en la primera mitad de este de este siglo lo que va a gobernar es un aumento en la aridez causada por los aumentos en la temperatura. En la segunda mitad de siglo es terrible lo que predicen estos escenarios. Porque no solo está el aumento de la temperatura, sino también disminuciones en la lluvia”, asegura Hidalgo.

Los escenarios a los que se refiere el investigador se encuentran en un informe elaborado por el Instituto Meteorológico Nacional (IMN), ideados para definir, de forma más precisa, políticas de adaptación al cambio climático desde el corto hasta el largo plazo. 

El informe consideró principalmente dos escenarios, el que tiene que ver con el de bajas emisiones de efecto invernadero y el de altas emisiones (RCP2.6 y RCP8.5, respectivamente, según el Panel Intergubernamental de Cambio Climático). 

Teresa ha escuchado hablar mucho del cambio climático y lo que puede significar para su finca, sin embargo, sigue siendo un enigma muy grande para ella. La primera semana de mayo siempre fue la época perfecta para empezar a sembrar maíz, pero ya nada es seguro.

“Lo del cambio climático es muy difícil porque, por ejemplo, estamos con lluvias normales, de un momento a otro deja de llover unos 15 días. De pronto se mete una baja presión o no sé qué, “un fenómeno” dijo el del tiempo. Y entonces ya cambia, y cambia todo”, comenta.

Existen estudios para tratar de reducir lo máximo posible la incertidumbre a futuro sobre la producción en el corredor seco, como el realizado con énfasis en Costa Rica por el Instituto Internacional de Investigación de Política Alimentaria (Ifpri, por sus siglas en inglés).

Tomando en cuenta el estudio, y poniendo el foco sobre las tres producciones con más extensión en la provincia, Lenín Corrales explica que el rendimiento de la caña de azúcar podría aumentar un 29% si el cambio climático no estuviera presente. Sin embargo, aún con el escenario más optimista, el de bajas emisiones (RCP2.6), la producción va a tener reducciones en los rendimiento entre un 9% y un 18%.

“Entonces, a pesar de que haya agua para producir caña de azúcar, siempre van a haber afectaciones porque el problema no solo es el agua, sino la temperatura”, asegura Corrales.

Es precisamente la temperatura lo que también pone en riesgo otra gran actividad económica: el ganado.

En ganadería se utiliza un indicador llamado el Índice de Temperatura Humedad (ITH), explica el especialista. Este índice debe mantenerse en 70 para el ganado lechero y en 75 para el ganado de carne, para que las vacas no entren en un estado de estrés y afecte la producción de leche o dejen de crecer.

“Resulta que en el sur de Guanacaste [los cantones de la península] ya hay ITH de 86. O sea, aunque le metas agua a los potreros ya de por sí la temperatura está afectando el estrés de la ganadería. Y las proyecciones de cambio climático dicen que al 2050 el ITH podría llegar a 89”, asegura.

Sobre el arroz, el especialista del Catie explica que las proyecciones muestran una disminución entre el 5% y el 10% de la producción. Pero utilizando otras formas de producción de arroz como el secano (método de cultivo que utiliza el agua de lluvia, sin intervención del riego artificial) no se estima que cambie significativamente para el 2050.

“Tienen que haber cambios. No es sólo cambiar actividad por actividad. Qué sé yo, que los arroceros se vuelvan turistólogos, sino que la misma actividad en sí podría mejorar su adaptación al cambio climático si cambia de tecnologías de producción”, asegura.

Aunque esto también representa un reto para personas productoras como Teresa quienes, según explica la especialista de Unidad Climática del Catie, Andrea Zamora, “tienen menos posibilidades de acceso a tecnologías y de menos capacidad de adaptación”.

Felipe Díaz, esposo de Teresa, esparce los granos de café que producen en la finca para secarlos al sol.Foto: César Arroyo Castro

Las semillas salvadas

Teresa tiene 61 años, la cabeza poblada de canas y una resiliencia envidiable. Para no depender tanto de sus tres principales semillas (maíz, café y frijoles) decidió empezar a producir aguacates y naranjas, y construyó un invernadero con apoyo del Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG) en el que siembra culantro, lechugas, apio, perejil, cebollinos, vainicas, pepinos y tomate cherry.

Sus productos los vende a través de la Asociación Agro Orgánica Guanacasteca de la cual forma parte. Mediante un proyecto de esta organización logró construir también un reservorio de agua para cosechar durante los meses de verano.

El año pasado en febrero y marzo se sembró maíz y frijoles, por medio del agua del reservorio logramos un poquito para el verano”, recuerda Teresa.

Este tipo de proyectos puede marcar mucho la diferencia en una región donde va a aumentar la aridez.

El oceanógrafo e investigador de UCR, Erick Alfaro, quien también formó parte del PICSC, explica que hay evidencia suficiente de que la aridez va a tener un impacto muy importante a futuro en la región.

“Esto no quiere decir que va dejar de llover en Guanacaste, lo que quiere decir es que tenemos que implementar una mayor gestión del recurso hídrico”, explica Alfaro.

Reparar los daños después de los eventos climáticos cuesta dinero, y anticiparse a ellos de la mejor manera, como el reservorio de Teresa, necesita de inversión.

Vista panorámica desde La Esperanza en los cerros de Santa Cruz, donde Teresa Ramos tiene su finca.Foto: César Arroyo Castro

Un informe del Tecnológico de Costa Rica (TEC) elaborado por la bióloga en Ciencias Naturales para el Desarrollo, Melissa Marín-Cabrera, evaluó las inversiones entre el 2011 al 2022 de los proyectos de cambio climático. En todo el país la inversión fue apenas de $24 millones. Durante ese período, Guanacaste fue la provincia con más comunidades donde se implementaron proyectos relacionados, con una inversión de poco más de $6 millones.

Las áreas en las cuales la provincia recibió más apoyo en relación al resto del país fueron fortalecimiento de capacidades (32%) y manejo del recurso hídrico (40%). 

De esos $24 millones, solo el 15% lo invirtió el gobierno, quienes gestionan la mayor parte del presupuesto son los organismos internacionales con un 43%.

“No hay comparación entre las pérdidas por eventos extremos del país con lo que se está invirtiendo en cambio climático”, resalta Corrales.

Según el especialista, el Plan de Adaptación al Cambio Climático, los planes regionales y el plan de descarbonización son “cosas que bailan al son de la música del gobierno de turno”.

“La sequía es sumamente importante, sin embargo, científicamente es algo que sucede periódicamente, más o menos cada década. Entonces, a veces uno dice que el país tiene pérdidas simplemente porque no se prepara bien, pero ya conoce”, agrega.

La presidenta de la asociación a la cual Teresa pertenece, Irene Castañeda, explica que una medida que pueden tomar los pequeños y pequeñas productoras es mejorar la cobertura vegetal del suelo en sus fincas para optimizar la infiltración de agua. Además, simplificar la entrega de los fondos públicos para que puedan invertir en sus fincas.

“Empezaría por la aplicación de la ley de agricultura orgánica, la distribución del 0.1% del impuesto a la gasolina, casi que hacerlo automático, fortalecer ese programa y hacerlo eficiente”, asegura Burgués.

Mientras llega la voluntad política que invierta en medidas de adaptación, hay otro tipo de medidas que Teresa practica, más comunitarios, más familiares.

Las lluvias y sequías han matado las semillas que pasaron de generación en generación por su familia.

“Hay semillas que ya se perdieron, es difícil volverlas a tener. Al perder la semilla perdemos lo que hemos consumido toda nuestra vida”, lamenta.

Por eso las comparte con sus vecinos y familiares.

Porque si uno la pierde, tal vez otro no, entonces ese va dándole al que no tiene. Así hemos conservado varias semillas todavía”, cuenta.

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