Regional, Nosara

Sarah Antonson: quien lleva la solidaridad en la sangre

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“Para mí, es un patrón. Siempre que llego a un lugar nuevo, busco hacer voluntariado. Quiero sentirme incluida y dar te ayuda a sentirte parte de la comunidad”, dice Sarah Antonson, una apasionada aventurera estadounidense que hizo de Nosara su hogar desde el 2006. Como co-fundadora y operadora de la Fundación Surfing Nosara (SNF, por sus siglas en inglés) desde el 2009, la personalidad  de Sarah, así como su enfoque en el servicio comunitario, ha contribuido bastante al área de Nosara. 

Alta, delgada, de cabello castaño largo arreglado en una colegial trenza que la hace ver menor de 35 años, Sarah sonríe al recordar sus primeros esfuerzos como voluntaria.

Cuando recién comenzaba la secundaria, se mudó de un pueblo pequeñito en Ohio a la ciudad de Pembroke Pines, Florida, dónde se adaptó al colegio gracias a su involucramiento en el gobierno estudiantil. Dos años después, asistió a la Universidad de Florida, hogar de 50,000 estudiantes, en donde, una vez más, se adaptó a través del voluntariado. Sarah coordinaba los maratones de baile, los cuales recaudaban más de ¢15 millones para el Children’s Miracle Network- fundación que ayuda a niños en hospitales-. También, participó en un proyecto para construir casas para la organización sin fines de lucro Hábitat para la Humanidad.

Al mismo tiempo, siempre le llamaron la atención los lugares lejanos.  “Macedonia, Ohio, era un lugar bastante remoto. Tengo tíos y tías que nunca han salido de ahí”. A los quince años, Sarah viajó a España y quedó encantada.

Sarah se gradúo en Gainesville con una maestría en Economía y un bachillerato en Negocios. Una vez graduada, se hizo profesora para niños pequeños.  “Me encantó. Querían que me convirtiera en la directora de la escuela”, cuenta ella sobre sus dos años en la enseñanza. En ese momento, Sarah no podía imaginarse que algún día ella educaría sus propios hijos en medio de una jungla, y que estaría haciendo servicio comunitario en un país lejano. 

Conoció a Erick Antonson en la universidad y se casaron un año después de graduarse. Le pregunto por  su anillo de matrimonio, tatuado en el dedo. “Erick pensó que sería genial. Estábamos nerviosos, así que empezamos con anillos en el dedo gordo del pie”, dice riéndose mientras enseña su tatuaje en el dedo. Sara no quería un anillo tradicional porque era muy costoso y porque nunca le atrajo el lujo o lo que la gente considera de “valor”.

“Lo que importa es lo que está aquí adentro”, dice mientras coloca su mano sobre el corazón. “La forma en que tratas a las personas. ¿Te sientes orgulloso de la vida que estás viviendo?” 

Pero la pareja sentía que les faltaba algo. Erik trabajaba en una compañía tecnológica pero era miserable en su trabajo de escritorio. En el 2004, dejó la oficina, ella la enseñanza, y se mudaron a la ciudad de St. Augustine donde trabajaron en bienes raíces. Les encantaba la cercanía a la playa y los amigos, pero se sentían limitados. Cuando a Andrew Sexton, amigo de Erick, le ofrecieron un trabajo de bienes raíces en Nosara, los invitó a ir con él. Los Antonson llegaron por primera vez en abril del 2006, y consiguieron ofertas de trabajo inmediatamente. 

Sarah sonríe ampliamente, ríe, mueve sus manos, recuerda: “Llegamos a Nosara y vi bebés desnudos en la playa, fue mágico. Sentí que había llegado a casa». 

Se mudaron a Nosara en julio de ese año. Sarah tenía cuatro meses de embarazo. Durante los siguientes años, Erik aprendió el negocio de bienes raíces en Costa Rica, fundaron Surfing Nosara y nacieron Kemper y Damien. Como era costumbre, Sarah buscó inmediatamente involucrarse en la comunidad: decidió concentrar sus energías en las escuelas públicas de Costa Rica al ver la gran necesidad que éstas tenían. 

“En el 2009 fundamos la Fundación Surfing Nosara (SNF) con la misión de provocar un cambio en nuestras escuelas públicas y comunidad, un proyecto a la vez”. 

Desde su fundación, la SurfingNosara ha regalado útiles escolares, promovido clases de arte y baile típico, construido comedores y aulas con acceso para discapacitados, creado programas para después de clase y ayudado a que  11 banderas azules ondeen en escuelas públicas, desde Las Delicias hasta Ostional. En los últimos cuatro años, la SNF ha apoyado la Escuelita de verano el cual actualmente ayuda a 300 estudiantes. Sarah estima que los proyectos de la SNF han alcanzado a más de 1000 niños en sus seis años de vida. Los donantes y los voluntarios del programa son principalmente extranjeros en Costa Rica, visitantes frecuentes o turistas que se enamoran de Nosara. 

Con los años, Sarah ha logrado ganarse el respeto de todos con los que trabaja, sin embargo, advierte sobre las dificultades y la sensibilidad que se necesita para trabajar en proyectos de esta magnitud en paises ajenos. “Uno no puede tener su propia agenda. Eso no funciona. Uno tiene que apoyar lo que la escuela o la comunidad quiere”. 

Luego de su llegada al país, Sarah perfeccionó su español gracias a un curso intensivo de dos semanas y  conversando con su ama de casa, Mirian Matamoros, de Delicias. “Mimi es como de nuestra familia. Ha estado con nosotros seis años, desde que Kemper tenia tres meses.”, dice Sarah, entusiasmada, mientras me enseña fotos de Mirian en los álbumes familiares. 

Mirian está de acuerdo: “No es como mi jefa, hablamos de todo, hablo con ella cuando pasan cosas malas. Hay mucha confianza entre nosotras, mucho amor”. 

Además de administrar SNF, Sarah es una madre ocupada con dos niños en edad escolar. Igual a una típica madre de Florida, lleva a sus hijos a clases de gimnasia, karate, natación, lecciones de piano y ajedrez. Le encanta criar a sus hijos aquí a pesar de estar lejos de sus abuelos y de muchas comodidades. Los niños son bilingues y no les interesan los juguetes. “Mis hijos juegan con insectos y ramas; no ven televisión; se sienten tan cómodos en mi casa como en una de piso de tierra. Valoran a la gente por lo que son”. 

Además del trabajo y la crianza de sus hijos, Sarah tiene otros intereses. Saca a pasear a su perro en Playa Garza, lee libros de filosofía de vida, practica piano y yoga, y lleva clases de vitrales.

 “Nos sentimos inmensamente bendecidos de ser parte de una comunidad con tanto espíritu de lucha. Eso es una parte de lo que hace este lugar tan único y especial. Mi consejo para las familias  que vienen a vivir a Nosara es que se involucren en la comunidad”.  

Sarah Antonson y el grupo de materno de la escuela Serapio López durante una donación de útiles escolares en el 2014.

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