General, Espiritualidad

El amor es el hilo que nos une entre el cielo y la Tierra

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Mi padre exhaló por última vez hace más de un año y medio. Aunque no está presente en cuerpo y alma, el amor es la fuerza que nos sigue enlazando,  pues el amor es infinito, trasciende barreras y nos une para siempre.

 

John Allan Sheffield Marenco, o Johnny, como lo conocían, fue una persona extraordinaria. Era incansable, creativo, amante de la vida y lleno de enseñanzas. Una de ellas, la más importante para mí, fue lo que nos decía muy a menudo: “Nunca diga no se puede”. Las barreras nos las ponemos nosotros mismos, pues todo se puede lograr si uno es positivo y realmente lucha por lo que quiere.

Después de batallar, sin miedo, por más de 15 años de un mal cardíaco y un cáncer de próstata, terminó tumbado en el suelo por esas vueltas de la vida, lo que lo hizo quebrarse su cadera y empeorar su estado de salud. La ansiedad que sentí por el futuro incierto y por ver sufrir a mi padre, realmente me  afectó. Me sentía nerviosa, mi corazón se precipitaba la mayor parte del día y las llamadas telefónicas de mis familiares me llenaban de un hondo vacío en mi estómago.

Extraordinariamente, ninguna de las dolencias impidió que él siguiera en pie de lucha y haciendo lo que más disfrutaba hasta el último momento.

En esos días ansiosos tuve un sueño. En este sueño se me reveló que papá murió y yo le pregunté a Dios que cómo estaba él. No escuché palabras, pero logré ver una estrella que brillaba e iluminaba el cielo. Ese sueño me dio mucha fuerza para seguir adelante y saber que todo iba a estar bien. Supe que hay alguien allá arriba que nos ama, que cuidaba no sólo de mi padre, pero de nosotros también.

Mi papá batalló por su vida unas semanas más después de aquel sueño, pero finalmente su luz partió.  En los últimos minutos de su vida, tuve la gran bendición de haber sido la persona que tomó su mano, para decirle las últimas palabras de aliento mientras él se despedía de este mundo en donde dejó tantas semillas que hoy continúan dando frutos. Nunca pensé que tendría la fuerza necesaria para realizar este acto, pero estoy sumamente agradecida de que se me concedió mucha fortaleza y paz para lograrlo.

Durante la primera Navidad sin él me sentí triste por no tenerlo para celebrar esta época con nosotros.  Mi hija Lucía, de 5 años, me dijo: “Mami no estés triste. Yo no tengo pesadillas porque papa Johnny viene a dormir conmigo todas las noches«. La belleza de estas palabras y las que siguieron unos días después: “mamá, ¿por qué no me compra un telescopio para ver a papa Johnny en el cielo?” me llenaron el corazón de coraje y alegría, y fueron el mejor regalo de Navidad.



Todos los que hemos perdido a un ser querido desearíamos que existieran horas de visita en el cielo, pero las horas de visita son todos aquellos momentos, instantes y ocasiones en que recordamos y soñamos con nuestros seres amados con quienes nos reuniremos algún día. Hasta que ese día llegue, es el amor, la fuerza más poderosa del universo,  el hilo que nos une entre el cielo y la Tierra.

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