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Ganadera novata, ganadera líder

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En la sala de la presidenta de la Cámara de Ganaderos de Nicoya hay álbumes con decenas de imágenes viejas: sus hijos, su marido, paseos, fiestas de cumpleaños, úlceras, cicatrices y amputaciones.

Leonor Ruiz, santacruceña de nacimiento, dirige una finca de 28 hectáreas y 60 cabezas de ganado, pero en sus álbumes no hay fotografías de vacas, o pastizales, o terneros.

El suyo es un gremio al que llegó hace poco por medio de una cadena de casualidades pero su finca es impecable: el alimento abunda, el ganado es robusto y ella se enorgullece al mostrar los papeles en regla de su pozo profundo y las medidas que ha tomado en caso de otra sequía, así como sus cinco hectáreas de pasto transvala y una hectárea de coyol.

Leonor discute con el peón de su finca, Manuel, sobre unas vacas que se esparcieron por los pastizales.

 

Aunque muchos creerían que está inserta en un mundo de machistas, a ella eso la tiene sin cuidado; para arrear ganado solo se necesitan ganas, dice ella.

“Me eligieron (como presidenta de la Cámara de Ganaderos) porque les dije las verdades a mis compañeros”.

¿Pero por qué la presidenta del gremio ganadero en Nicoya tiene fotos de úlceras diabéticas en sus álbumes familiares? A sus 63 años de edad, Leonor señala que la misma razón por la que conserva esas crudas imágenes la ha llevado a persistir en la ganadería: vocación de servir.

Caída sin gracia

Hace 30 años, Leonor Ruiz no estaba en el potrero; su mundo era el hospital La Anexión, en Nicoya. Allí, con su uniforme de enfermera, ella se encargaba de atender y educar a personas que padecían de diabetes.

Muchas de las fotografías que conserva Leonor son de su vida como enfermera en el hospital La Anexión.

 

“Yo me encariñaba mucho con mis pacientes”, comenta. Por esa razón es que conserva sus fotografías y hasta sabe quiénes de ellos se han muerto.

Leonor hubiera continuado en los pasillos del hospital si, hace 20 años, un viaje familiar a playa Panamá no hubiese terminado, precisamente, en el hospital.

Sus hijos, Alexander y Xiomara, estaban jugando voleibol en la arena y Leonor quiso unirse. “Como yo jugaba cuando estaba en el colegio se me ocurrió jugar, pero me caí y se me fregaron las rodillas”, recuerda ella.

Las lesiones y los tratamientos posteriores en las rodillas de Leonor, por esa caída “tan sin gracia”, desembocaron en un desgaste severo de las articulaciones que la llevaron a retirarse prematuramente a sus 53 años.

La presidenta

En el 2013, Leonor fue nombrada secretaria de la Cámara de Ganaderos de Nicoya. En ese cargo, ella descubrió que una asistente administrativa del gremio había tomado para sí misma ¢7 millones de la Cámara.

“[Leonor] casi que le sacó los papeles del escritorio a la chavala. Hasta la fuimos a perseguir”, relata Carlos Rojas, vocal de la Cámara en aquel tiempo y tesorero actualmente. El caso fue conciliado, aunque la exasistente no ha devuelto el dinero.

Al año siguiente, el gremio escogió a Leonor como su presidenta y la reeligió en el 2016 para el periodo 2017-2018.

“Seguro, algunos creyeron: ‘es enfermera, no sabe ni mierda’ pero no sabían ellos…”, bromea Leonor.

Aún así, Leonor admite que no es una ganadera curtida. No se ve como una mujer adinerada, sino “acomodada”. Dice que no depende de su ganado pero que, aún así, se preocupa por verlo prosperar.

Lidiar con pérdidas

Su padre tenía una finca pero dedicó la mayoría de su vida a una panadería. Además, Leonor no heredó ni una sola cabeza de ganado porque su padre no le perdonó que se hubiera casado con alguien 18 años mayor.

Alexis Rojas, su esposo, siempre había soñado con tener una finca. Su ilusión se concretó en el 2007 con 28 hectáreas y 60 cabezas de ganado en Tierra Blanca de Nicoya, a la que llamaron Finca RR.

Alexis murió en el 2010 y Leonor quedó a cargo de la finca y todo el ganado. Varias personas le recomendaron que lo vendiera todo, pero ella decidió conservar lo que había sido un sueño para Alexis. Pese a todos sus años lidiando con el dolor ajeno, esta ganadera-enfermera no logró lidiar con la muerte de su esposo durante casi tres años.

Con el dinero que su Alexis le dejó, Leonor decidió mejorar sus rodillas con prótesis. La habilidad de caminar más libremente la ayudó a tomar las riendas de la finca.

Trabajar en el campo e involucrarse en el gremio ganadero hizo que Leonor aceptara la muerte de su marido. “Me sentí como un ser útil. Porque tengo algo para dar. Puedo servir”, dice.

Ahora, su objetivo es traer nuevas ideas e innovar en la ganadería que promueve la cámara.

“Las costumbres traídas por los antepasados pueden ser un problema. Antes, no habían estas grandes sequías que hay ahora. Aparte, los ganaderos no saben acceder a los conocimientos y beneficios que hay disponibles”, advierte esta enfermera-ganadera. Quizás este oficio no sea el orgullo de sus fotografías de antaño, pero son su presente y eso también la enorgullece.

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