“En busca de la ola perfecta” era la frase que remataba el título de The Endless Summer, la película que protagonizaba Robert August en 1963. Para muchos, una especie de “biblia” de los filmes de surf.
Robert se deslizaba por las dunas de Sudáfrica hacia la playa sentado en una inmensa longboard blanca. Una similar a las que fabrica ahora, más de 50 años después en su taller en playa Tamarindo.
Esta quizá sea la playa de Guanacaste donde se encuentra la mayor cantidad de “shapers”, como se conoce a quienes moldean las tablas de surf. Los que ejercen este oficio requieren un par de miles de tablas lijadas para que los empiecen a tomar en serio.
Robert dice que ya ha hecho más de 41.000, y forma parte de ese grupo de personas que llegó a la provincia atraído por el surf y no se fue más. Él, junto con otros shapers como Marcelo Matos de Uruguay y Juan Diego Evangelista de Argentina, le han entregado su vida a las olas y buscaron una excusa que los mantuviera cerca de ellas para siempre.
Surf hecho en casa
Los shapers que trabajan de forma permanente en esta costa santacruceña aseguran que lo producido en la zona tiene todo para competir en precio y calidad con las demás tablas hechas en el extranjero.
Juan Diego, dueño de Che Boards, cerró su fábrica en Islas Canarias hace 8 años para reabrirla en la entrada a Tamarindo. Aunque tuvo que empezar de cero otra vez, asegura que la respuesta ha sido mejor de lo que esperaba.
Ahora las nueve personas que trabajan en su fábrica producen entre 700 y 900 tablas al año. Algunas de estas nunca ven la luz de la bajura, pues son empacadas y enviadas a países como Argentina, Francia, España o Bélgica tan pronto están terminadas.
Evangelista hace la primer parte del proceso. Entre dos y seis veces al día le da forma a una espuma de poliuretano o epoxi. O lo que es lo mismo, “shapea” la tabla. Luego el resto de su equipo continúa con el proceso.
A grandes rasgos consiste en pintar la tabla, seguido de un proceso de laminación con fibra de vidrio y resinas. Después de secar, viene el lijado, la instalación de quillas, y el acabado. Dependiendo de la tabla, el proceso completo puede durar entre nueve y 50 horas.
Pero no todos los shapers en Tamarindo trabajan de este modo. Desde hace cuatro años Marcelo Matos inició su programa Surfcycled, que rescata las tablas dañadas para restaurarlas y devolverlas al agua.
“Muchas tablas van a parar a la basura si nosotros no las rescatamos”, dice el Uruguayo de 45 años que llegó a Tamarindo hace más de 15.
Parte de la filosofía de su equipo consiste en no comprar espuma nueva, sino basar toda su producción a partir de tablas que se van a desechar o espuma que venga con alguna imperfección de fábrica.
“Es un proyecto comunitario, la idea es que no quede toda la producción en nosotros, sino darle fuente de trabajo a otras personas que están relacionadas al surf también”, asegura Matos.
Cuando tienen la oportunidad de utilizar resina que seque con el sol, o con luz ultravioleta, la usan para disminuir la emisión de vapores contaminantes.
Por eso, la poca humedad de la provincia durante el verano es ideal para la elaboración de tablas.
Mantenerse a flote
“Antes las tablas no eran chinas, venían todas de California y no bajaban de mil dólares”, dice Juan Diego mientras aclara que de la combinación de producción en masa y mano de obra barata es difícil que salga una tabla de calidad.
Hay personas fabricando millones de tablas en China que nunca han visto el océano”. Marcelo Matos, board shaper.
Señala una de las más caras en la tienda y asegura que si las tablas van a ser más costosas, la mano de obra también debe serlo.
Y esos precios no son antojadizos: el distribuidor de todos los shapers trae los materiales directamente de California, y las mejores tablas del mundo son hechas con esos productos.
“Aquí nosotros no tenemos más remedio que comprar los mejores materiales”, añade Marcelo como si estuvieran condenados a la excelencia.
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