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Un ejército de cabritas miniatura lo esperan a usted y a sus pequeños en Rancho Avellanas

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Las cabritas corren hacia mí lo más rápido que sus patas les permiten, chocan entre ellas por llegar primero, como si yo fuese un viejo amigo al que no ven hace muchísimo tiempo. Nunca nadie me había recibido con tanto entusiasmo.

Estoy en Rancho Avellanas, una granja caprina que se ubica sobre el camino hacia la playa santacruceña del mismo nombre. Carlos Carranza es su propietario, me ha guiado durante la mañana por su granja explicándome el proceso de la leche. Llevo apenas dos minutos jugando con las cabritas y ya me puedo imaginar pastoréandolas por siempre, cual película de Semana Santa. Carlos me despierta de la ensoñación contándome cómo inició el proyecto: 

Él y su esposa Hilda Torre compraron esta finca de 18 hectáreas tres décadas atrás y la tenían funcionando como una lechería. Hace ocho años, después de unas modificaciones, la convirtieron en su casa. Compraron unas cabritas, e iniciaron una nueva etapa de sus vidas resguardados entre árboles de teca, siembras y corrales.

Carlos es un granjero despreocupado de 65 años que viste pantaloneta, chancletas y una camiseta gris con la imagen de una cabra de color morado. “Hablando con mi nuera y con mis hijos que están muy relacionados con comida sana, empecé a ver que la leche de cabra tiene características muy diferentes a la leche de vaca. Es más similar a la leche materna”, asegura.

No solo las propiedades nutritivas de la leche de cabra lo convencieron, sino también la personalidad de estos animales y la relación histórica que han tenido con los seres humanos.

“Las ves en la biblia, las ves en la mitología incluso hasta en el hinduismo y eso me llamó mucho la atención”, agrega Carlos.

“En la historia del ser humano, la cabra siempre nos ha acompañado desde que éramos nómadas, y eso me llama mucho la atención”, dice Carlos Carranza, propietario de Rancho Avellanas.Foto: César Arroyo

 

Aquí producen más o menos 80 litros de leche al día con la que hacen diferentes tipos de derivados como queso brie y yogurt griego para comercializar. Además, hace algún tiempo comenzaron a recibir turistas y estudiantes que quieren dar un paseo por la granja y ver cómo funciona.

La idea surgió luego de que varios papás se acercaran a la granja para preguntar si podían traer a sus hijos a ver las cabritas. Uno de esos días una profesora le propuso traer a su grupo de alumnos y a partir de entonces los grupos escolares son los visitantes más frecuentes de Rancho Avellanas. 

Ese primer recorrido con el cual se aventuró al turismo rural es el mismo que me muestra hoy. Luego de conversar un rato salimos del caserón que Carlos e Hilda construyeron con la madera de los tecales que rodean un costado de la finca.

Crucé con él por un trillo de tierra para ir al primer paso de la producción de la leche, un área sembrada con las plantas que utiliza para alimentar a las cabras: zacate, moringa y botón de oro. Ahí me explicó que producir su propia comida le asegura la mejor alimentación a las cabras y eso se transforma en una leche de buena calidad. 

“Aquí ellas son lo más importante y las tratamos muy bien, las chineamos muchísimo”, me dice mientras una cabra nos mira con esa sonrisa perpetua que las caracteriza.

Luego nos dirigimos a un sendero que serpenteaba dentro de un bosque secundario, hasta que topamos con una pequeña quebrada. Esta parada fue pensada estratégicamente para hablar sobre la importancia de la conservación y mostrar los árboles frutales que sembró para los monos, los pájaros y las ardillas.

Tras la clase rápida de ecología hicimos el camino de vuelta hasta el corral con letreros morados y letras blancas que dicen “Cabritas”. A lo lejos se les veía brincar por encima de las tablas para asomar las pequeñas cabezas de nube. Y aquí fue donde me recibió la estampida de ternura.

A los grupos de niños les dan chupones para que alimenten a las más pequeñas y, luego, los llevan al otro lado del corral para que vean como se ordeña a mano a las más grandes.

Durante el recorrido le explican a los turistas cómo se ordeñan las cabras a mano. Quienes se animen pueden intentarlo también.Foto: César Arroyo

La parte final del tour es una degustación de yogurt con frutas y queso fresco con galletas. Carlos cree que cuando los niños entienden de dónde viene su comida, se llevan una experiencia reveladora. 

De vuelta a la casa Carlos me da a probar uno de los nuevos quesos que están produciendo, una tajada de queso cremoso de sabor suave que se deshace fácilmente en la boca. Hace poco Rancho Avellanas empezó a producir quesos maduros como el crottin, no sólo para ampliar su cartera de productos sino para recibir un público adulto. Quieren enseñarles cómo produce una finca en Costa Rica y al final del recorrido hacer degustaciones de queso maduro y una copa de vino.

¡Vamos pa la granja!

Precio: $20 por persona. Mínimo 10, máximo 20.

(precio diferenciado para escuelas)

Duración: 2 horas.

Teléfono:  (+506) 8855 0175

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