Son casi las 8 a. m. en la calle principal de Tamarindo. Los rayos del sol apenas logran filtrarse por las rendijas que quedan entre los restaurantes, hoteles y tiendas de este distrito de Santa Cruz.
Nos preguntamos si de verdad quedaba bosque tan cerca del centro Tamarindo y vinimos a averiguarlo a Tamarindo Ecoadventure tras leer el eslogan: “¿Quién dice que tenés que salir de Tamarindo para disfrutar de la mezcla de aventura y cultura?”. Las ganas de cabalgar también nos trajeron aquí.
El lugar queda a unos tres minutos del centro, apenas pasando las lujosas casas con piscina típicas de este pueblo costero. Cuando cruzamos el portón, nos recibe Lizbeth Cerdas, una santacruceña cálida, copropietaria de este terreno de 90 hectáreas. Orgullosa, nos lleva a La Tayuya, un rancho-restaurante que construyeron hace seis meses como parte del centro turístico.
Como santacruceños que somos, nosotros llevamos en la sangre alegría y eso es lo que queremos ofrecerle a nuestros visitantes: lo que comemos, cómo nos alegramos y qué es lo que nos gusta ser”, nos cuenta Lizbeth.
Por eso crearon este rancho decorado con tuzas, moledores de piedra y canastos. El olor a tortilla y a café chorreado que prepara la cocinera, Vilma Rosales, nos envuelve por unos minutos. Huele a fogón, a horno de hogar guanacasteco.
Lizbeth también tiene en mente encadenar este centro turístico con artesanos y artesanas de la provincia. Están fabricando casetas rústicas y pequeñas para que ahí puedan exponer y vender su arte.
Y muy cerca de las casetas, al pie de un cedro imponente y centenario, construyeron bancas y una tarima para inundar el espacio de bailes folclóricos, parranderas y mascaradas en las tardes culturales.
Lizbeth y su hijo Owen Cerdas dicen que este es el único lugar para hacer turismo en el bosque de Tamarindo. Hasta donde Internet nos permite comprobar, lo que dicen es cierto.
Luego de tomarnos un café chorreado con tortilla palmeada, la gasolina perfecta para empezar la cabalgata, fuimos a conocer los caballos que nos llevarán a un mirador.
Antes de iniciar, el equipo nos pregunta si tenemos experiencia cabalgando. De acuerdo a ello nos asignan un caballo.
Cuando les conté que esa era mi primera vez, de inmediato supieron que Capuchino era el elegido para mí. Es un caballo adulto, tranquilo y de pelaje color canela brillante.
Durante cuatro kilómetros, recorrimos algunos caminos perfectamente delimitados, otros tramos pedregosos, de barro, de tierra y hasta pequeñas quebradas. En ocasiones las copas de los árboles son tan altas que no sentimos ni los rayos del sol.
En otras, abundaban flores amarillas y plantas de chan con olores refrescantes. El sonido del bosque se mezcla con el canto de los pájaros y el aullido de los monos.
En el camino, Huber Alvarado, nuestro acompañante, nos explica cómo amortiguar el trote, de forma que al día siguiente no amanezcamos adoloridos. La técnica consiste en llevar los pies adelante y hacer una leve presión sobre los estribos, como si intentáramos ponernos de pie sobre ellos.
La mayor parte del terreno es bastante plano y solo cuando estamos llegando al mirador se empina.
Una vez arriba, a unos 60 metros sobre el nivel del mar, vemos una parte de la costa de Santa Cruz. El bosque está a nuestros pies y el verde intenso de la arboleda se mezcla con el azul del mar.
Aquí, arriba, el paisaje nos hace olvidar al Tamarindo bullicioso, lleno de gente, de carros, de fiesta y de comercio. Hay un pulmón en este distrito santacruceño que se niega a morir.
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