Y la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía.
El violador eras tú. Son los pacos. Los jueces. El estado. El presidente
Esas son líneas de “Un violador en tu camino”, la canción del colectivo chileno Las Tésis que ha retumbado en los bombos y las voces de otros grupos manifestantes por todo el mundo.
Hay otro violador que podría sumarse a la lista del himno. Uno mucho más cotidiano en la vida de las mujeres, pero que hasta hace pocas décadas ni siquiera era visto como tal. Ese violador es el esposo, el novio, el compañero sentimental: cualquier pareja.
Eso fue lo que vivió Jodie Elliot después de casarse a los 16 años. Una decisión que su mamá tomó por motivos religiosos cuando ella y su novio, ocho años mayor, quedaron embarazados.
Nunca pensó que él se convertiría en el violador que debería enfrentar constantemente cuando volvía a casa borracho. Tampoco imaginó que pocos meses después de la boda escondería los objetos punzocortantes de la casa antes de que la amenazara si no aceptaba tener relaciones sexuales con él.
Simple y sencillamente le decía que no quería. Entonces se enojaba y empezaba a golpear cosas y a dar machetazos al suelo”, recuerda Jodie. “Yo terminaba cediendo por miedo. Entonces hasta que se dormía, yo ya podía sentir paz”.
Este tipo de violencia es conocida como violacion conyugal.
Un problema en el vacío
La Ley de Penalización de la Violencia Contra las Mujeres (LPVcN) establece en el artículo 29 que “quien le introduzca el pene, por vía oral, anal o vaginal, a una mujer con quien mantenga una relación de matrimonio, en unión de hecho declarada o no, contra la voluntad de ella, será sancionado con pena de prisión de doce a dieciocho años”.
Pero en al menos 43 países del mundo la violación conyugal todavía no es considerada como delito.
¿Cuántas mujeres lo han sufrido en el país? No existen números aproximados que permitan tener una idea cercana a la realidad, pues el Poder Judicial no recaba la relación que existe entre víctimas y victimarios.
“Se le ha pedido al Poder Judicial que lo desagregue incluso por sexo, edad y otras condiciones, mucho menos llevan registros de si la violación es por parte de la pareja”, apunta la sicóloga y excoordinadora de programas de prevención de violencia del Instituto Nacional de las Mujeres (Inamu), Ana Hidalgo.
Aunque no ha sucedido, la jefa de la Secretaría Técnica de Género del Poder Judicial Jeannette Arias dijo a La Voz de Guanacaste que la institución está trabajando para recolectar datos más desagregados en las denuncias sobre violaciones, entre ellos el tipo de relación.
Otros que incluirán son lo que definen la condición de vulnerabilidad de las personas, como si son parte de la población LGBTIQ+, indígenas y con discapacidad.
Guanacaste reportó 1.208 mujeres menores de 15 años convertidas en madres en una década y solo 21 padres en ese rango etario.
A pesar de que falten los números, identificar y denunciar este tipo de violaciones es clave para visibilizar la gravedad del problema, explica Hidalgo. También es necesario para perseguir a los criminales y acabar con la impunidad.
En América Latina y el Caribe las tasas de violencia sexual hacia las mujeres infligidas por su pareja fluctuaban entre 5% y 15%, según un análisis comparativo de encuestas de la Organización Panamericana de la Salud.
El “no” sí es opción
La especialista Ana Hidalgo explica que estas situaciones han sido normalizadas porque parten de la lógica de que mantener relaciones sexuales es parte de las obligaciones de pareja.
No cabía en el imaginario que una mujer no quisiera mantener relaciones sexuales con su esposo. El concepto mismo de la libertad sexual no llegaba al espacio de la conyugalidad”, añade.
Pero el consentimiento es necesario en cualquier relación.
Algunas mujeres no hablan de este problema porque lo ven como un tema tabú, cree la especialista. Desde su experiencia profesional, ha sentido más apertura cuando hablan de los maltratos psicológicos o físicos, que para hablar de lo que les pasa en la intimidad. Jodie coincide.
“Yo no podía permitir que alguien se sintiera dueño de mi cuerpo porque era mi esposo. Y lo más loco es que uno va y cuenta eso, y no le creen. Y además de que no le creen, es que da pena decirlo. Eso es lo más duro”, recuerda.
Después de un tiempo Jodie decidió irse de su casa e interponer la denuncia por violencia doméstica, luego de que su esposo la golpeó por negarse a tener relaciones sexuales con él. Las violaciones que sufrió nunca llegó a acusarlas ante la justicia.
Las autoridades dictaron una orden de alejamiento por la acusación de violencia doméstica, pero su expareja nunca la respetó.
Dar el paso
La sicóloga Ana Hidalgo subraya que un primer paso para identificar y denunciar la violencia sexual entre parejas es hablar con una persona cercana. Posteriormente, recomienda llamar al servicio de orientación y asesoría a las mujeres que ofrece el 911.
“Ponerle nombre, esto que está pasando no está bien, se llama violación. Y a partir de ese reconocimiento y de ese apoyo que pueda recibir, empezará ella misma a decidir qué acciones tomar”, detalla Hidalgo.
Jodie ahora tiene 30 años, estudió administración de empresas y es emprendedora. Recuerda que pudo identificar las violencias a las que ha sobrevivido hasta hace un par de años, cuando inició un taller de formación humana del Inamu.
Yo no sabía que estaba siendo violentada sexualmente y la falta de información duele mucho. La sociedad acepta que fuiste violentada solamente cuando estás destrozada o cuando estás muerta”, critica.
De los talleres agradece la compañía, sentirse acuerpada y sobre todo, que le crean.
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Encontra aquí cómo apoyar en un momento de crisis a una persona: «Los primeros auxilios psicológicos».
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