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Viviendo bajo la sombra de un palo

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Cuando Ana María Vega Figueroa, de 77 años, se estableció en la orilla de Playa Ostional con su esposo y su hijo primogénito hace 57 años, el sitio era sólo una montaña sin un dueño. Habían salido de Bejuco de Nandayure, donde nació, porque no tenían nada allí, y vinieron a Ostional con nada más que la esperanza de establecer un hogar.

Llegaron en el mes de febrero y, según relata, vivían a la sombra de un palo y cocinaban sobre piedras en el suelo. Un par de meses después, en abril, su esposo, Francisco Lara, construyó una casa hecha de palma y empezaron a sembrar maíz, arroz y frijoles, además de pescar. Salaban el pescado y lo secaban al sol para conservarlo. Luego, su esposo e hijo hacían el viaje de 12 horas a caballo hasta Nicoya para vender el pescado y comprar los pocos productos que ellos mismos no producían en casa, como azúcar, café y jabón. En aquel entonces, cinco colones eran suficientes para comprar lo que necesitaban.

Conocida de cariño como Anita, es considerada como uno de los fundadores de la comunidad de Ostional. Fue ahí donde dio a luz a 12 hijos más. De los nueve que todavía están vivos, ocho viven en Ostional y uno vive en Santa Marta. Junto con uno de sus hermanos y 24 nietos, el clan Vega representa más del 7% de las 480 personas que actualmente viven en Ostional.

Con el tiempo, limpiaron la tierra para hacer una plaza y construyeron una escuela con piso de tierra y rodeada de palma. Los caminos se hicieron cuando Daniel Oduber Quirós fue presidente, entre 1974 y 1978, y la comunidad se estaba desarrollando.

La primera vez que Anita y su familia vieron una tortuga marina llegando a la playa, fue en la década de 1950. Anita afirma que estaban admirados y ella se sentía alegre porque sabía que iba a ver más. Pero en aquel entonces, habían tantos coyotes y perros en la zona que se comían las tortugas tan pronto llegaban, nunca permitiendo que pusieran sus huevos. Afirma que buscaban de un lado al otro de la playa sin encontrar un solo huevo.

Vega y su familia, así como otras personas que se asentaron en la zona, trabajaron para deshacerse de los perros y coyotes, que todavía se escuchan en las colinas pero que ya no aterrorizan a las tortugas. El número de tortugas que vienen y ponen huevos con éxito comenzó a aumentar hasta convertirse en un fenómeno, al punto que a finales de 1970 un voluntario del Cuerpo de Paz envió una carta al Dr. Douglas Robinson, profesor de biología de la Universidad de Costa Rica, sugiriendo la zona como objeto de estudio.

Robinson, originario de Estados Unidos, comenzó a pasar tiempo en Ostional. Inicialmente fue recibido con recelo ya que algunos creían que había sido puesto sobre aviso por personas que llegaban en botes a robarselas tortugas, pero Robinson se reunió con miembros de la comunidad para explicarles su investigación y así comenzó a ganar su confianza y amistad.

Anita fue uno de los 24 miembros de la comunidad que se reunían bajo un árbol de Matapalo conforme la comunidad comenzó a organizarse. Recuerda que entre 1980 y 1982 realizaban rifas y otras actividades para recaudar fondos y viajar a San José para apoyar el establecimiento de un programa para el cuido de las tortugas. En 1987 se fundó la Asociación de Desarrollo Integral de Ostional, de la cual Magdalena Vega, hija de Anita, es actualmente presidenta. Posteriormente, en 1996, el Ministerio de Ambiente y Energía (MINAE) estableció una oficina allí.

En el 2002, el número máximo de tortugas que llegó en un momento fue de 1.2 millones durante el mes de octubre. Anteriormente, en el mismo mes, arribó un grupo de aproximadamente 850,000 tortugas, llenando la costa con huevos y, según Magdalena, las cifras siguen en aumento, algo que ven como evidencia del éxito de este programa comunitario.

En los últimos años, Anita, su familia y comunidad se han organizado a favor de otra causa relacionada — el esfuerzo para pasar el Proyecto de Ley de Territorios Costeros Comunitarios (TECOCOS), para mantener sus hogares y así poder continuar viviendo en donde crecieron. A su edad, Anita sufre de dolor en su rodilla y molestia en uno de sus brazos pero aún así, ha ido dos veces a San José para participar en las manifestaciones.

Hace algunas décadas, su esposo intentó trabajar con un legislador de Santa Cruz para tratar de inscribir la propiedad en donde viven, pero no pudo hacerlo. Anita sabe que el gobierno no permite que el terreno en la zona marítima sea inscrito.

Ella solía vivir en una casa a tan sólo 20 metros de la línea de marea alta, pero a veces el agua llegaba a su casa y se inundaba. Por este motivo, guardaban sus pertenencias elevadas pero asegura que le daba miedo. Recuerda que en una ocasión despertó con el sonido de un chorro y cuando se levantó de la cama se encontró con el agua casi hasta las rodillas.

Hace dieciocho años se mudaron a otra casa ubicada a 100 metros de la línea de marea alta. La casa está hecha de paneles de Fibrolit, piso de cemento y techo metálico. Enviudó hace siete años y actualmente vive allí junto a dos de sus hijos. Cada mañana realiza las labores del hogar y disfruta cocinando recetas típicas—desde arroz y frijoles hasta rosquillas.

Hace apenas dos años instalaron la electricidad y está agradecida porque finalmente tiene lavadora y ya no tiene que lavar la ropa a mano. También tiene una pantalla y refrigerador, comodidades modernas que hacen que la vida sea más cómoda ahora, aunque afirma que la vida era más sana y tranquila antes. Para divertirse solían camaronear y en las noches, cuando había luna llena, pasaban tiempo en la playa. Además, no se utilizaban químicos para cultivar alimentos y los niños eran más obedientes, relató.

Al preguntarle qué haría si el gobierno la desalojara a ella y al resto de la comunidad de sus hogares, mira hacia abajo, se encoge de hombros y pregunta: “¿Qué pudiéramos hacer nosotros?” El sonido del mar llena nuestros oídos, las olas se escuchan constantes y calmantes. Mientras tanto Anita especula que podría buscar refugio con su hija en Santa Marta o con uno de sus hermanos. Pero esa no sería su casa, la casa que empezó a hacer bajo la sombra de un palo.

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