Comida

Canelazul: comida para llegar a viejos

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Hace dos meses, la premiada chef nicoyana Daisy Barrantes abrió una ventanita de comida saludable y sostenible en el costado sur de la iglesia colonial de Nicoya. Vende cafés, paninis (sánguches) en pan ciabatta, queques con harina integral, quequitos de avena, almuerzos veganos… casi todo en empaques de cartón, compostables y reutilizables para no contaminar el ambiente.

Cuando Daisy dejó de trabajar en hotelería y pensó, junto a su hermana y dos primas, que abriría un café, quería ponerle un nombre que hablara de Nicoya y que hablara de comida. Así llegó a Canelazul: canela por el ingrediente y azul por la zona azul de la península. 

La longevidad es una característica que podría estar en riesgo y que ella quiere ayudar a conservar con comida saludable y llena de antioxidantes que nos ayude a quienes vivimos acá a llegar a viejos, como nuestros mayores (y no morir antes de tiempo por los niveles de azúcar o de grasa que ingerimos todos los días).

Canelazul trasciende el concepto tradicional de café al que estamos acostumbrados en Nicoya. Es una nueva tendencia llamada gastronomía sostenible, en la que cada platillo tiene una historia humana detrás; la de doña Luz Mery que aporta la rúcula y las lechugas para ensaladas y paninis; la de Brenda Cárdenas que hace los muffins de harinas libres de gluten; la de don Bolívar, que trae el jugo de naranja desde Hojancha, la de Guanalettas, que trae los helados.

“Yo quisiera que todos mis ingredientes vinieran de emprendedores guanacastecos”, dice Daisy, que habla rápido, como tratando de evitar que se le olvide algo importante. Empezó con los que puede y asegura que les ofrece un precio en el que ambos ganen.

Uno podría pensar que esa comida, diferente al casado o al gallopinto, podría ser mucho más costosa. Sin embargo, el precio es bastante similar al de otros restaurantes de Nicoya. Por ejemplo, un almuerzo del día cuesta ¢4.500 incluyendo el fresco natural y una entrada (el promedio en el centro anda por los ¢4.000) ; un panini cuesta de ¢3.200 a ¢3.800, un capuccino pequeño tiene un precio de ¢1.000 y una porción de queque de zanahoria ¢1.500.

¿Se quiere antojar?

El almuerzo del día que fuimos a hacer la entrevista incluía una crema de tomate sin lácteos, arroz integral con arándanos deshidratados, picadillo de vegetales, ensalada de quinoa, pepino apio y aderezo cítrico, pan pita y un fresco de remolacha.

El profesor de artes plásticas Óscar Arias, quien estaba en el local, también nos recomendó probar el wrap de desayuno: una tortilla de harina que trae pinto, huevo, queso mozarella y un aderezo de yogur como sustituto de la natilla. Este es, de hecho, uno de los productos estrella de Canelazul.

Nosotros probamos el café negro —porque para saber si un café es bueno, hay que probarlo así no más— y tiene una textura ligeramente espesa; no es fuerte ni ralo, pero sí muy aromático. Todos los cafés son de la marca Britt. También hemos comido alfajores, con todo el dulce que los caracteriza, y queque de zanahoria, que es esponjoso, trae las tiritas de zanahoria y es dulce, pero no empacha. Ojo: la porción de queque es grande y puede alcanzar para dos personas que no coman mucho.

Aunque tiene poco tiempo de haber abierto, dice Daisy que ya tiene un público muy fiel. Nos queda claro que si alguien desde el futuro quisiera saber cómo se fue gestando la comida sostenible en Guanacaste, deberá estudiar la historia de esta ventanita.

  • Dirección: Costado norte de la iglesia colonial, contiguo al hotel Venecia.
  • Lo bueno: aceptan tarjeta
  • Lo malo: cierra los domingos, durante las tardes el sol le pega de frente.
  • Horario: de lunes a sábado, de 8 a. m. a 6 p. m.

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