Santa Cruz

Cuando la enseñanza tradicional es incompatible con estudiantes “extraordinarios”

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Los niños volvieron de su merienda de media mañana. La tutora, Isabel Castro, había colocado sobre las mesas unas fichas con sumas matemáticas, unas más complejas que otras. Era hora de empezar la próxima actividad del día: en menos de un minuto debían resolver una suma y rotar al siguiente espacio. 

En sus marcas, listos, fuera. Luke, de seis años, completó las tres operaciones de su mesa en menos de un minuto.

-“This is so easy!” (“¡esto es muy fácil!”), le dijo con un leve tono de indignación a su profesora. 

-“Take, I have more for you” (“Tomá, tengo más para vos”), le dijo Isabel y le entregó más operaciones. 

Él, a toda velocidad, continuó sumando y sumando, mientras en el extremo contrario del aula, otra maestra, Silvia Castilla, turnaba su tiempo en apoyar a los demás niños. 

“Luke puede hacer tres de mis clases en una sola. Por eso siempre tengo que planear para él el doble o el triple”, dijo después Isabel. “En un sistema educativo tradicional, Luke se hubiera tenido que quedar sentado mientras los demás terminan, pero aquí él puede seguir y aprovechar su energía”, agregó. 

En un rincón del distrito de Tamarindo, en Santa Cruz, un centro educativo llamado Instituto Renacimiento (IREN) aplica métodos de enseñanza para estudiantes “extraordinarios”, niños que no se adaptan a la estandarización de la educación tradicional porque no empata con sus formas de aprender. 

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Durante tres años, la mamá de Luke, Monika Duskova, recibió todo tipo de quejas de los centros educativos donde matriculaba a su hijo: que era demasiado inquieto, que no se quedaba callado, que no estaba dispuesto a aprender. Le sugirieron, incluso, medicarlo para regular su comportamiento. 

“Yo estaba triste de que a Luke no le gustaba ir a la escuela y que siempre tenía problemas”, recuerda Monika, consciente de que Luke tiene muchísima energía, pero convencida de que debía existir una forma de aprovecharla a favor de su educación. “Y yo dije: este niño no ocupa medicina, él es muy inteligente y ellos simplemente no sabían cómo enseñarle”. 

Pero la pandemia llegó y las posibilidades de que Luke y su otro hijo de nueve años, Joe, regresaran a la educación tras las vacaciones se fueron alejando cada vez más. 

Hasta que un día, Monika vio que las redes sociales del IREN anunciaban un campamento para niñas, niños y adolescentes. Entonces decidió inscribir a sus hijos. 

El cambio para Luke fue radical. 

“Sylvia (la directora) pudo cambiar la responsabilidad de estudiar en algo divertido, que parece un juego. Ella lo ha hecho como competición. Mi hijo llega a la casa y ya no es: ‘por favor Luke, haga la tarea’. Ahora, más bien, él me dice: ‘mama’, por favor tenemos que hacer la tarea para recibir puntos y ganar la competición»’, cuenta. 

Ahora Luke es el presidente de su aula. Esa tarea, dice él, consiste en cuidar a los otros niños para asegurarse de que no se lastimen, porque “el objetivo de IREN es divertirnos y sentirnos seguros”, explica.

Luke Molloy, costarricense de seis años, realiza operaciones de sumas matemáticas en su clase en IREN. Según una de sus tutoras, Isabel Castro, debe planificar el doble o el triple para él porque su nivel de matemática es uno de los más avanzados de la clase. Foto: César Arroyo Castro

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Sylvia Barreto es la principal cabeza detrás del IREN. Es una docente paraguaya con maestría en Educación y apasionada en entender el cerebro para motivar el aprendizaje.

“La idea de IREN comenzó hace ocho años en mi casa”, cuenta Sylvia. “No estábamos contentos con la educación de nuestros hijos. El mayor quería enfocarse en la música, pero la escuela demandaba que él estuviera ocho horas y que llegara a hacer proyectos, entonces no le quedaba tiempo para su pasión”. 

Ella y su esposo, el costarricense y físico Esteban Monge, decidieron optar por la educación a distancia del Ministerio de Educación Pública (MEP) para sus hijos, y ser ellos mismos sus tutores. “Logramos crear un sistema en la casa que terminó atrayendo a otros estudiantes”, que también elegían la educación a distancia.

Cuando lograban nivelar su educación y encontrar sus fortalezas, algunos volvían a la educación tradicional. Dos estudiantes, incluso, cursaron toda la secundaria con ella y se graduaron con honores y a los 16 años. Una de ellas es Isabel Castro, actual tutora en IREN.

“Yo terminaba las prácticas en la mitad de la clase [en las escuelas tradicionales] y no me dejaban leer ni hacer otras tareas”, recuerda Isabel. “Y mi ‘goal’ (objetivo) siempre fue graduarme temprano, pero nunca tuve esa oportunidad hasta que conocí a Sylvia”. 

Según Sylvia, hay dos grupos principales de estudiantes que quedan por fuera en la educación tradicional: aquellos que simplemente la gente llamaría “superdotados” y “deficientes”. Ella, en cambio, los ve como “extraordinarios”. 

“No son niños con deficiencia ni superdotados”, aclara. “Solo tienen diferentes formas de construcción del aprendizaje. Entonces dijimos: ‘¿qué pasa si creamos un lugar para ellos?’”. 

El Consejo Nacional de Rectores (Conare) apuntó en 2019 una serie de desafíos basados en investigaciones del Informe del Estado de la Educación. Entre ellos, por ejemplo, “promover enfoques dirigidos a un aprendizaje más activo, orientado a la resolución de problemas, el trabajo colaborativo y la indagación”. También retoman que la mejora en esos resultados “no dependerá de reformas políticas, sino de cambios en lo que ocurre dentro de las aulas”. 

“La tarea no es fácil”, continúa el reporte del Conare, “implica transformaciones sustantivas en un sistema que no ha enfocado su atención en el aprendizaje y las interacciones docente-alumno”. 

Es un tema reiterativo en los análisis de la educación actual. El sexto Informe del Estado de la Educación (2017) indicaba que era necesario cambiar las metodologías que siguen en la mayoría de centros educativos, donde los estudiantes se sientan, deben escuchar explicaciones, copian y hacen ejercicios. 

“Son escasas las oportunidades de creación conjunta del conocimiento entre alumnos y profesores”, dice el informe. “Se observaron pocas actividades de discusión y, sobre todo, poca retroalimentación de los docentes hacia sus estudiantes cuando estos no lo solicitaban”. 

Sylvia dice que tenía claro ese panorama desde hace rato. Por eso, mientras continuaba impartiendo tutorías para estudiantes en educación a distancia, ella y su esposo investigaron el contexto nacional y local de la educación en el país, lo reunieron todo en un documento que sienta las bases del IREN y lo fundaron bajo la figura de organización sin fines de lucro. 

Ella apuesta a metodologías como la disciplina positiva, una forma de educar alejada del castigo y del adultocentrismo, basada en el respeto y entendimiento mutuo del alumno y el educador; y la educación multisensorial, que entiende que las personas aprenden de formas muy distintas involucrando diferentes sentidos.

En febrero del año pasado abrieron sus primeras instalaciones en Tamarindo, pero días después, la pandemia los obligó a cerrar y a pausar el nuevo despegue del proyecto. “Por dicha, por cierto, porque lo que estamos haciendo ahorita es un sueño”, afirma.  

A mediados del año pasado reabrieron para los campamentos que Monika vio en Facebook, pero en un nuevo espacio: el Ecoparque Black Stallion, una propiedad donde pueden disfrutar de 13 hectáreas. Por la apertura del lugar, y porque son 20 niños divididos en subgrupos, el centro educativo les ha dado la libertad de no utilizar mascarilla. “Este lugar deja a los niños ser niños. Porque están con niños con quienes después seguramente seguirán jugando sin mascarilla”, dice Monika, quien está conforme con la decisión.

Durante los campamentos –e incluso ahora– los niños tienen contacto con la naturaleza, hacen caminatas y montan caballos, sin mucha tecnología de por medio en las instalaciones. “Después de meses frente a las pantallas, los padres rogaron que no los usemos en clase (…) en vez, juegan afuera con juegos de mesa como ajedrez y con arte”, explica Sylvia.

En el centro educativo no hay exámenes ni tareas obligatorias, sino que trabajan con un sistema de puntos que motiva a los niños a decidir comportarse mejor, a realizar cada vez más actividades y tareas. “Es una competición donde siempre podés ganar”, resume Sylvia. “El chico que es bueno en deportes es tan bueno como el que lo es en matemáticas”. 

El IREN, eso sí, no está adscrito al MEP. Barreto lo decidió así porque, según su perspectiva, son un sistema de tutorías y, por otro, tendrían que adaptarse a los protocolos de la educación que los limitaría en sus métodos de enseñanza. 

“Nuestro trabajo es que cada uno tenga un sistema de aprendizaje personalizado para ellos, pero usamos como cuerda espinal los contenidos del MEP y estamos asesorados por la oficina de educación a distancia”, explica. 

La idea es que cada familia matricule a su hijo en un sistema tradicional (sea el del MEP u otros internacionales) y que los docentes del IREN sean los tutores que los acompañan a avanzar con sus estudios. 

“Yo no creo que lo que estoy haciendo sea mejor [que la educación tradicional]“, aclara Sylvia y explica que para ella es una solución educativa para estudiantes que tienen otras formas de aprender. 

Durante los tiempos de esparcimiento, algunas niñas y niños optan por jugar ajedrez. Foto: César Arroyo Castro

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La multiculturalidad y diversidad convergen en IREN: los días inician con los 20 niños extranjeros y locales matriculados hasta el momento contando los números en diferentes idiomas: inglés, español, chino, francés, alemán… Los siete funcionarios del centro educativo cuentan junto a ellos. 

Y después, el grupo se divide en tres según su grado de aprendizaje. “No nos preocupamos tanto por la edad para decidir el nivel. El chico puede estar en el nivel que sea, sin importar su edad”, explica Sylvia.

Monika, la mamá de Luke, entiende muy bien la metodología y por qué es que se ha adaptado a su hijo. “Mi niño tiene seis años, pero está en un nivel de matemática de tercer grado, no de primer grado”, cuenta. “Puede que sí lea como un niño de primer grado pero puede entonces seguir avanzando en su nivel de matemática”. 

Eso sí, en casa, Monika refuerza el aprendizaje de Luke con algunos contenidos de la enseñanza tradicional. “A veces tengo miedo de que no van a tener los contenidos básicos, entonces le enseño los verbos irregulares”, ejemplifica. “Tomo lo que yo creo que es bueno de la educación tradicional. Pero yo creo que IREN es increíble para enseñarles que la educación puede ser divertida”.

Eso es clave para Monika, que calcula que su hijo podría avanzar hasta los 12 o 13 años con IREN, para después valorar si vuelve a la educación tradicional. “A veces las escuelas tradicionales pueden matar el sentido de que aprender es divertido. Entonces creo que puede empezar así y, después, adaptarse a lo tradicional”.

Esa idea no es muy diferente a la visión de Sylvia, que cree que las metodologías de enseñanza de IREN pueden servir para toda la educación de un niño, o solo para una parte de ella. O que, incluso, no funciona para todas las personas.

“Una de las cosas que hemos podido lograr es que niños con traumas o con aparentes problemas de aprendizaje, vienen con nosotros, logran confianza, logran ser personas que se sienten personas y deciden después regresar a la escuela tradicional, porque muchas veces quieren ser parte de un grupo, pero no tienen la confianza suficiente para serlo”, explica.

Los costos de IREN varían entre $300 y $500 al mes. Otros centros educativos privados en la zona rondan en costos similares. Pero Sylvia sabe que no todas las familias pueden pagar por esta educación personalizada para sus hijos con retos similares a los de Luke o sus hijos. 

Por eso, su visión es que más familias matriculen a sus hijos para poder pagar cada vez más tutores y, también, tener más niños becados. O que haya familias que financien la educación de otros niños, como ocurre con tres de los 20 que estudian en IREN actualmente. Sylvia incluso aspira a abrir espacios en las tardes y noches para personas mayores que aún no se han graduado de la escuela o colegio. 

“Parte de nuestro sistema económico es que tenemos que dar servicios a todos, porque aquí tenemos mucho dinero en esta comunidad extranjera. Ahorita, la mayoría sí son extranjeros, pero ahora nuestro objetivo fuerte es [buscar] becas para que otras personas puedan tener un sistema de estudio que funcione para él o ella”, explica.

Así, cree, más familias sentirán lo que siente Monika con su hijo Luke, que está convencida de que Sylvia pudo ver en su hijo algo que solamente ella podía ver.

“La gente me pregunta cuál es la diferencia, y es simple, es un juego de números”, apunta Sylvia. “Aquí hay un profesor por cada cinco estudiantes, no un educador por cada 20 o 30”. 

 

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