Aunque muchos compran su tiquete, hay familias enteras que deciden esperar horas bajo el tablado y ahorrarse los ¢10.000 por adulto y ¢5.000 por niño que cuesta la entrada.
Muchos utilizan pañuelos y cadenas para marcar su lugar en la barrera.
Así se ve el tablado desde la zona baja donde muchas personas esperan el arranque de las montaderas.
Jetty Rivas llega a las 6 a. m. para ver las montaderas del sábado que empiezan a las 2 p. m. y se construye con un par de tablas dos bancas encima de la barrera.
“Estoy aquí desde ayer a las 6 de la mañana”, dice Charlie Baltodano, quien lleva 30 horas en el tablado. Ir a dormir a su casa le costaría ¢7.000 de taxi, por eso prefiere dormir en el tablado para no perder su campo y de paso ahorrarse ese dinero. Cuando viene su hermana a dejarle almuerzo, aprovecha para bañarse en un local cerca del parque.
Natalie Rodríguez, de 5 años, llegó al tablado a las 8:30 a. m. a acompañar a su abuela Lilian Hernández, que vino desde las 4 a. m.
Los miembros de las familias se turnan para cuidar los campos en primera fila desde muchas horas antes de que inicie la primer montadera del día.
Los vendedores ambulantes llevan mangos, gelatinas, pasteles y cerveza desde temprano bajo el tablado para vender a quienes esperan.
Cientos de personas llenan la zona baja del tablado minutos antes de que inicie la monta de las 2 p. m., la primera del día.
Con la salida del primer toro se termina la espera por el día de hoy y se da por iniciada la montadora que termina hasta la medianoche.
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