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Tía Florita: “A Guanacaste yo lo adoro, lo traigo en las venas”

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Son las 3:30 p.m. El sonido del tren aturde. Estamos en San Pedro de Montes de Oca y el tráfico nos lo recuerda.

Un instante más tarde, el ruido desaparece y una sala acogedora nos recibe. Subimos los únicos escalones de toda la casa. Unos cinco. Silencio. Paz. Rincones con historia. Flora Sobrado Rothe, tía Florita, es la protagonista de este espacio. 

Nos sonríe mientras hace alarde de su buen estado de salud subiendo los escalones.

Todo fluye entre nosotras y quien es considerada la chef más reconocida de la cocina costarricense. Es una gran conversadora. Las historias aparecen una tras otra. Hacer “monólogos” de cocina frente a las cámaras en sus 42 años de trayectoria le desarrolló el don de la palabra: contabiliza más de 1.000 programas, 10.500 recetas, y cientos de horas de grabación.

Nació en 1927, en Liberia, Guanacaste. Cumplió en abril 90 años, pero su lucidez y su físico le hacen trampa a la vista de cualquiera.

— Mi abuelo, un españolete enorme de pelo como colorado, heredó a papá. Entonces papá se compró una finca a la que llamó San Juanillo. Mi infancia fue en una finca que se ubicaba entre el río Nosara y el río Marbella. Tenía como unos 11 kilómetros de costa.

Creció con sus tres hermanas, su madre, su padre, los peones y el servicio, que le ayudaban a la familia a mantener en pie la propiedad y los negocios familiares: la exportación de madera a Perú y la siembra de arroz.

— Papá fue abriendo montaña y haciendo sus potreros. Esos señores de antes eran como Robinson Crusoe. Unos titanes.

De esos terrenos su familia no conserva ni un solo metro cuadrado. Asegura ella que varia gente sin autorización se fue adueñando de la tierra de su padre, respaldados en ese momento por el gobierno de Daniel Oduber y el de “Pepe” Figueres. Justamente ese es el recuerdo de Guanacaste del que doña Flora no quiere hablar. El que quiere olvidar.

— Imagine que esa gente de gobierno decía: “La tierra no es de quien la tiene, sino de quien la necesita”. Papá quedó al final sin nada.

Afortunadamente, los buenos recuerdos son más.

Doña Flora inició su educación en la provincia. Su madre, que era maestra, llevó a una colega a la finca para que ella y sus hermanas se educaran. Les enseñó a leer, a escribir, todo dentro de las cuatro paredes de aquella casa en forma de “L” que tenía un aljibe en el centro para recoger el agua.

Nosotras estudiábamos en la finca pero veníamos a la escuela de Perú (cercana al Parque Morazán) a presentar los exámenes. Yo no sé cómo, pero nos aceptaban. Y nos iba bien. ¡De verdad que nos prepararon!.

Foto: Eka Mora

Por un segundo, nos interrumpen porque llega un hombre a la casa de doña Flora a comprarle unos libros, de los tantos de su autoría. Quiere llevarse uno autografiado. “Así es la vida de ella”, nos dice la asistente de Doña Flora por más de 10 años.

Tía Florita vivió en Guanacaste hasta sus seis años, si su memoria no le falla. Viajó a San José para terminar su secundaria, junto a su madre y hermanas. Pero eso la separó de la provincia por poco tiempo.

— Con mi segundo marido, Max Echandi, (de quien conserva su apellido), conocí Guanacaste para adelante y para atrás. Él tenía un trailer y la loquera era irnos y parquearnos en la playa y cocinar ahí. Es que Guanacaste yo lo adoro, ahí nací, lo traigo en las venas. En esas épocas, con Max, todos los fines de semana pasábamos ahí.

Y en la cocina

Dice doña Flora de Echandi que la provincia influyó en sus platillos, y el ver la fortaleza de su madre en aquella finca preparando la comida la acercó a la cocina. La formó para el resto de su vida.

A mí desde chiquitita me metían a la cocina y me ponían a moler, a palmear en el aire (levanta sus manos y nos enseña cómo). De todo eso es que uno después sale y prepara el arroz de maíz, la gallina achiotada, las empanadas, el pozole, la papaya cristalizada, las cocadas, las tanelas, todo eso.

De su niñez recuerda el sabor de la leche condensada, que “ya existía desde entonces”. Tiene la imagen intacta de cuando una lancha pasaba y dejaba el azúcar y otros ingredientes en la finca cada cierto tiempo. Así como la ceremonia con que se preparaba el pan, y cada comida.

—Me parece estar viendo a mamá cantando, y haciendo pan o queque. Decía que había que revolver 600 veces para acá (derecha) y 600 veces para allá (izquierda), para que se revolviera el azúcar con la mantequilla.

Su pasado, su presente

Después de un tiempo comenzó a preparar las recetas de su madre. Anotó cada paso y cada ingrediente con una precisión envidiable y, de esos apuntes, salió la publicación de sus 16 libros de recetas y múltiples folletos.

— Yo no estudié, yo no tengo profesión, ni fui a París. Yo leía y leía, probaba y probaba. Escribía todo lo que hacía, y ese fue el secreto.

Como si fuera una aprendiz. Doña Flora se sigue exigiendo. Hoy piensa en las redes sociales y en cómo llevar sus recetas al mundo digital. Es emprendedora por naturaleza. Incansable.

Adaptarse a los tiempos modernos lo alterna con lo que mejor aprendió a hacer: su programa. Cocinando con Tía Florita sigue al aire: después de tener su espacio en canal 11, 7 y 13, hoy se transmite por canal 33 (Xpertv).

Foto: Eka Mora

Ser inquieta, exigente, disciplinada y perfeccionista es, según ella, lo que le permite seguir siendo lo que una vez reconoció el libro Celebrity Chef en el 2009: una de las mejores cocineras del mundo.

— ¿Cuál ha sido su mayor legado?

— Más que un legado es una satisfacción. Yo todo lo que hice no lo hice adrede. No lo tenía como una visión, se fue dando, se fue acomodando. Pero creo que está en influir en la pequeña empresa, en motivar a las mujeres a emprender. Las mujeres me decían que aprendían a hacer repostería, luego la vendían y aportaban un poquito de plata para la casa. Yo eso no me lo imaginé jamás.

Del Guanacaste que recibió a sus abuelos y vio crecer a su padre, aprendió el coraje. Del Guanacaste que hizo a su madre “una gran señora”, de esas que sabían cocinar, planchar y vestir elegante, heredó el gusto por la cocina. Y de la provincia, solo porque sí, heredó el temple para afrontar una vida diferente para las mujeres de su época, llena de éxitos.

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