Nosara, Medio Ambiente

Editorial: La paciente resiliencia de nuestros bosques

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A lo lejos suena un metabo, luego un martillo. El mono congo al que llaman Ronny ya no se altera cuando los escucha. Hace dos años que vive dentro del refugio de animales de Nosara y se acostumbró a los nuevos ruidos del bosque. Ronny mordió un cable que le desfiguró la mitad de su cara.

Los científicos le llaman “resiliencia” a la capacidad de los seres vivos de sobrevivir a los cambios y recuperarse sin perder aquello que los caracteriza. Varios de los congos del refugio de animales de Nosara son un ejemplo vivo de ese nuevo concepto: sobrevivieron a una descarga eléctrica, lograron adaptarse a perder una pata o un ojo y algún día —quizás— volverán a su hábitat natural.

Los ecosistemas de Nosara y de otras zonas de nuestra provincia también han logrado ser, hasta cierto punto, resilientes. Gran parte de esa resiliencia proviene de los seres humanos. El santuario de vida silvestre Sibu y el refugio de Nosara han tocado puertas, mandado correos y protestado para que el Instituto Costarricense de Electricidad y las desarrolladoras de hoteles se comprometan a proteger la vida de los monos.

Sus esfuerzos no fueron en vano. En la costa nosareña hay varios ejemplos de hoteles y villas que han metido su cableado eléctrico debajo de la tierra para que los animales no tengan posibilidades de electrocución, aunque para ello deban asumir un costo mucho más alto que el de tener cableado aéreo. El ICE ha protegido los cables y también los transformadores para evitar este problema. Algunas familias que construyen casas nuevas en medio del bosque, compran los aislantes de electricidad.

Pero todo es insuficiente. El problema siempre es más grande que la solución, nos dijeron los entrevistados con decepción. En los últimos cinco años, la cifra de animales electrocutados atendidos en el refugio de Nosara no ha bajado de 93 al año, con un máximo de 144 en el 2017.

Los seres humanos son determinantes en los procesos de resiliencia. Los areneros del río Tempisque son otro ejemplo de ello: cuando llega la temporada de tormentas, la misma Comisión Nacional de Emergencias les paga para eliminar el sedimento del río. Al mismo tiempo, ellos logran ganarse el sustento que dejan de percibir durante las cortas épocas de cosecha de la región.

Las zonas áridas como Guanacaste suelen tener este tipo de ejemplos en los cultivos  —los pastos mejorados, el riego eficiente—, y la ganadería —cercas vivas, terrenos mixtos con árboles y zonas de pastoreo. Los cambios algunas veces nos obligan a llevar la batuta en la resiliencia.

El nivel de resiliencia depende de cuán preparadas estén las comunidades para enfrentarse a los cambios más estructurales, aquellos sobre los cuales tienen poco control. El cambio climático es el más feroz de ellos, pero también hay otros que pueden considerarse necesarios, como el desarrollo urbano para traer más empleos, o las construcciones de carreteras para aumentar el turismo y conectar comunidades. Por eso, la ciencia ofrece varias claves para procurar que los golpes no sean muy fuertes.

Quizás el más importante de ellos es la capacidad de ser flexibles y diversificar las opciones que tenemos a la mano para prevenir esos cambios: además de los refugios, construir pasos de faunas o aislar los transformadores. Además, hay una comisión interinstitucional (compuesta por electrificadoras, Sinac y Minae) que se reúne cada mes para aumentar las acciones de prevención y el impacto de una guía que ya existe, y que debe aplicarse en toda su extensión.

Los congos son un indicador de la salud del bosque. Más allá de ser un atractivo turístico, muchas veces son el inicio de una cadena alimentaria: se comen las frutas de la copa de los árboles, las botan a la mitad y otros animales que no pueden subir las aprovechan. En sus desechos van también semillas que esparcen nuevos árboles por el bosque. 

Protegerlos a ellos es proteger la selva, que nos provee aire limpio, turismo, frescura en los días más calientes (cada vez más frecuentes e intensos), alimentos y belleza escénica. Salvar al bosque no es opcional.

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