Medio Ambiente, Ciencia

El Soncoyo, la comunidad que cambió los incendios por reforestación

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La comunidad de El Soncoyo está sobre la carretera principal que va desde Santa Cruz hasta Tamarindo. Es apenas una hilera de casas a orillas del camino donde habitan algunas familias emparentadas entre sí. 

El árbol del cual tomaron el nombre para bautizar el pueblo ahora es casi imposible de observar en la zona. El Soncoyo fue durante muchos años conocido porque la comunidad quemaba los terrenos para preparar la tierra para las siembras agrícolas. Las llamas se salían de control y terminaban destruyendo las llanuras, cerros y todo lo que había en ellos.

“Se veía un ambiente desolador”, recuerda Stephanie Rodríguez, una de las vecinas. No había árboles, los cerros estaban muertos y muchas vacas no sobrevivieron las sequías de aquellos años. “Como dicen: de los golpes aprende uno”, añade.

Desde hace cinco años la comunidad de El Soncoyo empezó a tomar acciones para revertir lo que había provocado. Empezaron a reforestar la cuenca del río que atraviesa las fincas, preparar abonos orgánicos para darles vida y a frenar los incendios que ellos mismos causaban.

Es por eso que hoy es posible ver una bandada de pericos gritones cruzar el cielo y la sombra de los cerros amarillos acostándose sobre los potreros verdes que aún no ha podido secar el verano.

De cenizas a corredor biológico

Esta recuperación del ambiente le ha tomado años a la comunidad y han necesitado de apoyo para lograrla.

La Universidad Estatal a Distancia (UNED) inició un proyecto en el año 2018 para mejorar la cobertura de bosque y la capacidad de la fauna de moverse entre el Parque Nacional Marino Las Baulas y el Parque Nacional Diriá. Para lograr este puente entre ambos parques incluyeron en los planes a las y los funcionarios y usuarios de las asadas de 40 comunidades ubicadas entre estas áreas silvestres protegidas estatales. Entre esas, El Soncoyo.

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Después de varios meses sin lluvias los pastos aún se mantienen verdes en El Soncoyo. Stephanie asegura que al detener los incendios en la comunidad los mantos acuíferos se han vuelto a recargar.Foto: César Arroyo Castro

Antes de empezar el proyecto, la bióloga e investigadora de la UNED a cargo del proyecto, Gabriela Jones-Román, revisó el paisaje mediante fotografías de Google Maps para observar dónde se interrumpía la conectividad.

En Santa Cruz los cerros están bien cubiertos de vegetación, pero en la llanura donde se han desarrollado las actividades productivas, la vegetación se cortaba en cuatro sectores: uno de ellos era una finca ganadera llamada El Soncoyo. Los otros eran la finca Josema, Las Garzas y La Leona. 

Con el panorama claro, se plantearon tres objetivos, cuenta Gabriela. 

El primero fue generar información sobre las especies de aves y mamíferos de la zona capaces de dispersar semillas. Así, sembrarían los árboles nativos de la zona y que de los que se alimentan esas especies, que a su vez podrían cumplir su función de dispersar las semillas en otros lugares.

Lograron contabilizar 64 especies de insectos polinizadores, 95 especies de aves residentes y migratorias y 16 especies de mamíferos.

El segundo objetivo fue regenerar la cobertura del bosque en los márgenes de los ríos sembrando 10.000 árboles. 

La tercera parte estuvo enfocada en que la comunidad entendiera la importancia de conservar su biodiversidad mediante talleres de prácticas sostenibles en sus fincas como la capacitación sobre agroecología, biodiversidad y adaptación al cambio climático. Y también en evitar los incendios que puedan perturbar el bosque que estaban recuperando.

“Vos podés hacer muchas acciones de reforestación de bosques y todo, pero si seguís dejando que los incendios lleguen y detengan ese proceso natural de regeneración estás ralentizando todo y vas perdiendo muchas especies”, explica la bióloga.

Hoy el camino de tierra que conduce hasta la finca El Soncoyo está tapizado de jocotes rojos y antes de llegar a los potreros de la finca hay que cruzar el río Arenales, que tuvo agua hasta mediados de febrero.

Según Stephanie, que además de vivir en la comunidad también trabaja como secretaria de la asada, el hecho de que el río tuviera agua tan entrado el verano era algo impensable hace algunos años.

Comúnmente nosotros en enero ya no teníamos agua en el río, quiere decir que está funcionando todas las cosas que se han venido haciendo”, comenta.

El río seco parece un camino pedregoso a la sombra de árboles grandes y arbustos pequeños que han ido creciendo en su ribera. Muchos de ellos fueron sembrados por la comunidad.

Cuidar el agua del fuego

Es muy complicado poder medir el impacto real de todos estos esfuerzos, asegura Gabriela Jones-Román. A pesar de que consiguieron donaciones para comprar 65 especies distintas de árboles, la crudeza de la época seca y las inundaciones de la época lluviosa arrasaron con muchos de estos árboles y les impidieron alcanzar su meta de sembrar 10.000.

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En Santa Cruz los cerros están bien cubiertos de vegetación, pero en la llanura donde se han desarrollado las actividades productivas como la ganadería y la agricultura, la cobertura del bosque está más interrumpida.Foto: César Arroyo Castro

La bióloga considera que un impacto positivo del proyecto fue la asistencia y el interés de las personas durante el proyecto, que siguen activas en la comunidad y haciendo trabajos de conservación.

En su búsqueda por seguir aportando a la comunidad, Stephanie se sumó a campañas de reforestación y de limpieza del río. Sabe que ha sido un proceso muy lento y complejo. También sabe que un incendio forestal puede significar un retroceso enorme en el trabajo que han logrado hasta ahora.

Las mismas personas vieron que estaban dañando el suelo. Ya la agricultura no estaba funcionando y las milpas no crecían, entonces decidieron no quemar y fueron eliminando poco a poco ese uso de fuego”, explica Stephanie. 

Hoy Stephanie incluso integra la Brigada de Bomberos Voluntarios Bridena – Las Delicias, que se encarga de proteger el cauce del río Nandamojo y las comunidades vecinas desde hace seis años.

Ha pasado muy poco tiempo para saber realmente cuál ha sido el impacto en la comunidad durante los últimos años, pero asegura que la calidad del agua ha mejorado, el pasto de las llanuras se ha mantenido verde durante más tiempo y ha mejorado la calidad del aire.

“Mi charco es El Soncoyo. Desde pequeñita ha sido mi lugar y pude haber salido de acá. Estudié, hice muchas cosas, pero siempre decidí regresar a mi tierra a servir, a por lo menos dar un poquito de lo que me retribuyó en algún momento”, confiesa. 

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