En la cima del cerro de Las Cruces podemos ver Nicoya de punta a punta. De acuerdo a una leyenda, bajo el suelo duerme una gran serpiente emplumada. Abajo, en el pueblo, todavía bebemos durante las fiestas el maíz que guardamos en recipientes de barro llamados nimbueras. Aunque mataron nuestra lengua hace mucho, algunos vocablos resisten en el nombre de los pueblos vecinos. A las niñas las bautizan con nombres de princesas chorotegas y, una vez al año, el silbido de una ocarina de barro cruza todo Nicoya.
Estos vestigios de nuestra cultura indígena nos acompañan hasta hoy y se niegan a esfumarse. Es lo que nos queda del pequeño grupo de chorotegas que sobrevivió al saqueo, la esclavización y la masacre.
¿Qué pasó a partir de la década de 1520 que nuestros antepasados empezaron a desaparecer? La Voz conversó con la profesora de la Escuela de Historia e investigadora del Centro de Investigaciones Históricas de América Central, Elizeth Payne, para entenderlo.
La ruta de la esclavitud
Al llegar al Golfo de Nicoya, los españoles encontraron sociedades con una economía muy desarrollada: agricultura intensiva de granos, criaban algunos animales domésticos y practicaban un comercio interno. No solo en tierra firme sino también en las islas. Chira fue la más importante de ellas porque tenía el principal puerto de la zona. Ahí, los conquistadores llevaron a los indígenas esclavizados, los vendieron y los enviaron en barcos hacia Panamá y Perú.
Antes de continuar con este capítulo, debemos entender cómo esclavizaron al pueblo chorotega.
Durante la conquista, los españoles leían a los indígenas un documento llamado Requerimiento, en el que establecían que les declararían la guerra si no se sometían a su “nuevo amo”, el Rey de España.
Muchos pueblos, entre ellos el del cacique Nicoya, probablemente lo aceptaron como una política de no agresión. Los documentos de esa época explican que Nicoa abastecía a los españoles de comida, telas y también indígenas esclavizados. A partir de ese momento, los españoles obtuvieron indígenas de varias formas.
Los primeros que tuvieron en su poder fueron los indígenas esclavizados por otros indígenas. Desde antes de la colonización, los caciques tenían prisioneros que capturaban de pueblos enemigos y que esclavizaban. Estos los entregaban a los españoles, pero cuando no había más, se veían obligados a entregar indígenas de sus propios pueblos, sobre todo los más humildes y pobres conocidos como “macehuales”.
La población de indígenas esclavizados disminuyó por la sobreexplotación, las enfermedades y las hambrunas. Cuando eso sucedió, los españoles empezaron a vender sus indígenas de encomienda.
Estos indígenas no eran esclavos, pero los españoles los obligaban a prestar servicios a cambio de convertirlos al cristianismo, educarlos y gobernarlos.
El artículo Los indígenas de Nicoya bajo el dominio español, del historiador Luis Fernando Sibaja, documenta que los colonizadores justificaban la encomienda argumentando que “por su deficiencia mental los indios eran incapaces de vivir a la manera de los españoles”. Cuando finalmente los vendían a otros, entonces sí se convertían en esclavos.
Payne por su lado, califica esta época como un saqueo absoluto sin misericordia, por la crueldad con la que los dueños marcaban a sus esclavos: cada uno de ellos los marcaba con hierro caliente y les ponía su seña.
“Los hombres y mujeres eran herrados antes de venderlos. Les quemaban la piel en el rostro y en las piernas, los marcaban para siempre. Algunos morían en los barcos por quemaduras o por infecciones”, relata la historiadora.
El gran saqueo
Los españoles trajeron a muchos de esos esclavizados desde Nicaragua por tierra, pues los vientos de Bahía Culebra dificultaban realizar el viaje por mar. Algunos pertenecían a otros grupos indígenas distintos a los chorotegas.
Continuaban su viaje desde Nicoya a Isla Chira y, desde ahí, zarpaban a Panamá, donde algunos eran vendidos y otros eran enviados al Callao, el puerto de Lima, en Perú.
En Panamá los compraban comerciantes de plata o funcionarios españoles que los utilizaban como peones y cargadores durante la época de extracción de la plata en Perú. Los que fueron embarcados hasta Perú, trabajaron como arrieros y obreros en la construcción de la ciudad de Lima.
El precio de los indígenas esclavizados varió mucho durante estas décadas. Al principio de la colonización un indígena costaba uno o dos pesos, pero su precio se elevó hasta 100 o 200 pesos cuando empezaron a escasear por la represión. A pesar de eso, su valor era mucho menor que el de un caballo, que podía llegar a costar entre 500 y 800 pesos.
Los españoles escogieron Panamá para movilizar toda su economía transístmica porque es la parte más angosta del istmo centroamericano. La plata que venía desde Perú llegaba a la ciudad de Panamá, la transportaban a lomo de mula y también con cargadores indígenas hasta Nombre de Dios, a 100 kilómetros de distancia.
El mismo artículo del historiador Sibaja, explica que en la década de 1530 la esclavitud se perfilaba como la actividad básica de Nicaragua, que también incluía a Nicoya.
Fue hasta finales de la década de 1540 que el tráfico de esclavizados llegó a su fin, tanto por la brutal aniquilación de la población indígena como por la disminución de la demanda en Perú y en Panamá.
No hay un consenso de cuántos indígenas fueron enviados en barco a esas tierras en la década de 1520. Algunos historiadores calculan que en cada viaje llevaban unos 150 indígenas, otros hablan de 10 a 20 indígenas .
Esas hipótesis promedian que, en cuestión de 20 años, los españoles trasladaron a otros países entre 200.000 y 500.000 esclavizados de Nicoya y Nicaragua.
El principio del “final”
“Fue una época de saqueo de población esclavizada”, sentencia Payne. Ella explica que el tráfico fue muy breve, de una o dos décadas, porque no fue sostenible comerciar a personas que morían a un ritmo más rápido del que podían reproducirse.
El mismo libro de Sibaja señala que en 1529, 10 años después de la primera incursión de los españoles al Golfo de Nicoya, la población de indígenas se redujo en un 82%. Fueron los primeros vendidos porque habitaban cerca de la Isla Chira, el principal puerto por el que los enrumbaron a Panamá y Perú. También murieron por hambrunas y enfermedades que azotaron las poblaciones, y porque estaban en manos de redes de poder económico y político, como Pedrarias Dávida y sus descendientes.
Dávila fue gobernante en Nicaragua, un personaje muy poderoso que creó una dinastía junto a su esposa, hijos y nietos. Él se encargó de repartir indígenas a sus amigos y allegados.
En esa etapa, la corona española aún no había creado normativa para defender a los indígenas. Fue hasta 1542 cuando crearon las Leyes Nuevas y armaron un cuerpo legal para acabar con la esclavización, la encomienda y otras otras formas de maltrato.
La llegada de estas leyes no significó una transición pacífica. En la década de 1550, llegó el obispo Valdivieso a Nicaragua, nombrado como protector de los indígenas. Él estaba encargado de abolir la encomienda en Nicaragua y velar por el cumplimiento de las Leyes Nuevas. Pero los Contreras, nietos de Pedrarias Dávida, se rebelaron contra la corona española y mataron violentamente al obispo en la propia catedral.
Los españoles siguieron usando portillos legales para aprovecharse de la mano de obra indígena gratuita, y aferrarse a sus esclavizados y al poder.
Así como en nuestros pueblos quedan restos de la cultura chorotega, también existe evidencia de que el colonialismo de hace 500 años sigue vivo. Por algo seguimos nombrando nuestras escuelas con nombres de conquistadores.
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