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English Hace unos 35 años entró el primer bus público a Nosara, cambiando por completo la dinámica de ese pueblo. Hoy, aunque los pasajeros ya no viajan con el ganado y en cajones de madera, el paisaje y los caminos parecieran ser los mismos, hasta el bus parece ser aquel que entró por primera vez a Nosara.
Viajar en ese bus retro, en donde el tiempo parece no haber pasado, es toda una odisea. El polvo en el verano, la lluvia en el invierno, los brincos, el calor, el tumulto y el olor a cuerpo humano son los grandes protagonistas.
Para quienes viajan como parte de su rutina diaria, este desplazamiento representa un calvario difícil de acostumbrarse, o, si nació montándose a ese bus, el viaje es la siesta del día. Para el viajero libre, es una oportunidad para empaparse más a fondo de la esencia y los personajes de este pueblo rural porque esos pasillos ven pasar a todo tipo de personas, de todas partes del mundo.
Durante dos horas de viaje , la “cazadora” se convierte un espacio de introspección, amistad, cultura y comunión entre desconocidos.
Lo cierto es que el que no haya tomada alguna vez este particular bus, se está perdiendo de un símbolo cultural icónico, que no se sabe cuantos años más estará vigente, porque si algún día llega el asfalto a esas tierras, la experiencia será otra.
Marvin Hernández, de Barco Quebrado, utiliza el bus desde que llegó a Nosara hace 35 años. Cuando era más joven, viajaba en cajones de madera revueltos con todo tipo de animales, y que el trayecto llegaba hasta la bomba de Sámara o Terciopelo.
Nelson Sibaja Cerdas tiene 12 años trabajando como vendedor ambulante en la parada de buses. El Mercado de Nicoya es su segunda casa y los otros vendedores, dueños de negocios y choferes de bus son como familia postiza.
Aunque hay secciones pavimentadas y el tránsito es fluido la mayor parte del camino, en ocasiones los congestionamientos se generan entre San Fernando y Playa Garza, pero no por carros sino al esperar que los campesinos arreen el ganado del potrero al corral o viceversa.
Viajar en bus puede ser agobiante porque no siempre los horarios son correctos. Dominique (derecha) y Priscille (izquierda), turistas de Canadá, esperan el último bus de Nosara para viajar a Sámara el viernes 20 de febrero, el cual lleva más de media hora de retraso.
Luego de un trayecto de polvo y sequedad, el momento en el que la cazadora llega a Playa Garza es algo mágico. Enmarcado por la ventana se observa un paisaje pintado de colores, punto llamativo que vuelve la mirada de los turistas y viajeros.
Con cuatro días de nacida, Valentina Mora ha viajado ya tres veces en el bus de Nosara. La pequeña y su mamá Xochilt Benites viajan a Nicoya para un examen de tamizaje en el Hospital de la Anexión.
Bianca Jiménez (izquierda) de 16 años padece Síndrome de Down. Durante la semana viaja rutinariamente a Nicoya en el bus de las 6 a.m. junto a su madre Camila Hernández (derecha) para asistir al Colegio Técnico y a terapia de lenguaje. Mientras tanto, su padre se gana la vida trabajando en Nosara pero en días como este, aprovecha para acompañarlas y pasar tiempo con ellas.
José Ramón Cruz y su pareja Belkis Mercado descansan un instante en el bus a Nosara. Su agotamiento físico es evidente llegando a Sámara, luego de más de 5 horas viajando desde la frontera de Nicaragua.
Aunque su mamá Silvia lo regaña porque es un niño muy travieso, al pequeño Agner Esau de 9 años le cuesta mantenerse quieto durante las dos horas que dura el viaje. Lo que más le gusta del bus a Nicoya es mirar el paisaje por la ventana.
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