Vida y salud, Derechos Humanos

Tasa de violencia contra guanacastecas es un 38% más alta que en el resto del país

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Antonio y Marta se fueron a vivir juntos cuando ella tenía 17 y él 33, hace 13 años. “Dejé a mis amigas, a mi familia, todo porque él me lo pedía”, le cuenta ella en una entrevista anónima a La Voz de Guanacaste.

Tres años más tarde, Antonio comenzó a pegarle a ella y al único hijo que tenían en común en ese momento.

Antonio terminó en la cárcel por “un problema de drogas” hace dos años. Ella seguía haciéndole visita conyugal, llevándole a los dos hijos que tienen ahora y chineándolo con comida casera, a pesar de sus gritos y sus golpes.

“Se le metía el agua por cualquier cosita y se enojaba. Nunca me dio las gracias. Siempre me decía que yo lo hacía todo mal. Yo sentía que me ahogaba, que no sabía qué hacer”. Hasta entonces, Marta, oriunda de Tilarán, no se atrevía a denunciar a su agresor.

En Guanacaste, la tasa de violencia doméstica contra las mujeres sobrepasó en un 38% al promedio del país en el 2015, (27 en comparación con 20 por cada 100.000 mujeres), esto sin tomar en cuenta a las mujeres que no se atreven a pedir las medidas de protección, una estadística todavía no estimada.

Las guanacastecas llevan sobre sí la dolorosa corona de las mujeres que sufren con más intensidad la violencia doméstica en Costa Rica.

Así lo demuestra un análisis realizado por La Voz de Guanacaste con base en datos del Observatorio de violencia de género contra las mujeres del Poder Judicial, cuyo registro más completo se detiene en el año 2015, con algunas pocas estadísticas para el 2016.

En promedio, cada día durante el 2015 (último año del cual se encuentran datos disponibles desagregados por género), 13 mujeres fueron a los juzgados guanacastecos a pedir medidas de protección contra agresores que vivían bajo su mismo techo y al menos otras cuatro interpusieron demandas diariamente amparándose en la Ley de Penalización de la Violencia contra la Mujer.

Los casos más recurrentes en los juzgados son el incumplimiento de una medida de protección. Es decir que, aún cuando denuncian, las guanacastecas siguen vulnerables ante sus agresores, que suelen transgredir las medidas legales y volver a buscarlas contra la voluntad de ellas.

El maltrato, las amenazas y las ofensas a la dignidad siguen en la lista de las más comunes.

Las tentativas de femicidio (homicidio de una mujer por ser mujer) le agregan otra espina a la corona: la tasa es más alta en los dos circuitos judiciales de Guanacaste que en el resto del país, con seis mujeres por cada 100.000, cuando el promedio del país es de menos de 4.

Cambiar vidas

Marta se atrevió a ponerle una medida cautelar a Antonio en octubre del 2016, después de 13 años de agresión. Se sintió capaz de hacerlo luego de llevar terapia sicológica en Liberia, en el Instituto Nacional de las Mujeres (Inamu), donde le dijeron que ella valía más que eso, que ella podía sola.

“Yo ya había dado el domicilio para que cuando él saliera de la cárcel viniera a la casa, pero con la ayuda de las sicólogas me di cuenta de que yo tenía que parar eso. Fui y le dije que no y le puse medidas cautelares para que ni se acerque”.

La única sede en Guanacaste del Inamu la dirige Mélida Carballo en Liberia. A ella le tomó 16 años desde que abrió la oficina obtener recursos estatales para conformar un equipo que atendiera a las víctimas de la violencia de género.

Ahora, la oficina cuenta con una sicóloga y una abogada para toda la región. Ellas atienden a mujeres como Marta, quien ahora tiene 30 años, un trabajo en la cocina de un hotel y la certeza de que no habría salido de la tormenta que la ahogaba sin la ayuda de este par de mujeres en Liberia.

Pese a la alta tasa de personas en situaciones semejantes a la de Marta, el recurso humano destinado al Inamu de la zona es reducido. “Nosotras tenemos un recurso muy, muy limitado”, dice su directora.

Ni su trabajo ni el de las instituciones que se dedican a prevenir la violencia han logrado reducir las cifras a nivel macro: la tasa de denuncias por violencia doméstica se ha mantenido prácticamente igual durante los últimos cinco años en la provincia. Sin embargo, el apoyo de sicólogas y trabajadoras sociales hace una diferencia en la vida de las pocas mujeres a las que logran atender.

Para ampliar su área de impacto, Carballo también fue parte de la creación de las oficinas de la mujer en las municipalidades de cada cantón de Guanacaste, integradas a su vez por una sicóloga o una trabajadora social.

Además de sus proyectos de empoderamiento con las mujeres del cantón, estas funcionarias municipales deben atender casos de violencia que refieren a otras instituciones según su evaluación.

El equipo del Inamu también lidera cuatro grupos de apoyo por año, en diferentes cantones, para apoyar a mujeres “sobrevivientes” de la violencia. Después de un riguroso proceso de entrevistas de selección, las mujeres que entran al curso suelen terminarlo y tomar la decisión de dejar a sus parejas o denunciarlas.

A algunas de ellas les pagan los pasajes de bus o les dan viáticos para desayunar o almorzar cuando saben que las condiciones de pobreza son tan duras que no hay ni para eso. Saben que un pasaje de bus puede hacer la diferencia entre un golpe y una vida sana, entre la vida y la muerte de una mujer.

Intenciones quebradas

¿Por qué no se alejan las mujeres de los hombres violentos? La misma razón por la cual entran en el círculo de la violencia: la pobreza, la desigualdad y la falta de oportunidades son un caldo de cultivo para la violencia doméstica, explica la doctora en sociología del género, Monserrat Sagot.

“Cuando los hombres no pueden construir una masculinidad, con ser proveedores, con tener buen trabajo, recurren a otras formas de masculinidad, como la violencia”, dijo Sagot.

Las mujeres agredidas suelen ser vulnerables también a los roles de género que les imponen en sus casas, basados usualmente en la ignorancia, coincidió Mélida Carballo, del Inamu.

“Son madres, tienen más de dos hijos y viven en pobreza o pobreza extrema. Muchas tienen el ingreso únicamente que la pareja les facilita. Quien tiene posibilidad de generar recurso suele ser muy informal”, explicó Carballo.

La valentía de las mujeres que denuncian se quiebra cuando ven a sus hijos con hambre, explica también la sicóloga de Rebeca Chaves, quien trabajó durante tres años en diferentes sedes de la Oficina de atención a la víctima del Ministerio Público (MP) de Guanacaste. 

“Vienen y ponen la denuncia, pero después la quitan porque en la cárcel el hombre no puede trabajar y es el que los mantiene”, contó Chaves. Desde estas oficinas del MP se atiende a todas las personas que presentan una demanda penal contra sus agresores. Cuando es necesario pueden incluso trasladarlas de domicilio para protegerlas de sus parejas.

Muchas veces, si la mujer se retira del proceso, el hombre tiene la posibilidad de regresar al hogar. 

¿Por qué Guanacaste?

Sobrevivir a la violencia en Guanacaste no es fácil: la lejanía de algunos pueblos con los centros educativos, de salud y de policía dificulta el acceso no solo a la justicia sino también redes de apoyo de vecinos o familiares.

Incluso el perfil de los hombres que suelen agredir a las mujeres en la provincia se percibe distinto de otras regiones del país desde las oficinas de apoyo a las sobrevivientes y víctimas.

Chaves percibe que los agresores de la provincia suelen coincidir con el perfil de Antonio: hombres que sin mucho aviso se vuelven violentos, sin que parezca existir un desencadenante. Eso vuelve aún más urgente la atención de las mujeres que denuncian por primera vez.

“En otras partes del país se ve un círculo de la violencia, que empieza con agresiones sicológicas y va escalando. En Guanacaste suele ser más inmediata esa escala”, dijo.

Otra hipótesis que podría explicarlo es la cercanía de algunos pueblos con la frontera: “Los hombres se sienten más libres porque pueden cruzar el límite con Nicaragua y huir de la justicia de Costa Rica”, explicó la sicóloga Chaves.

La lejanía también dificulta la información a la que pueden acceder a las mujeres para conocer sus derechos.

“A veces ellas mismas no saben que están en situación de violencia. Cuando acceden a esa información van y denuncian”, dijo la jueza de violencia doméstica de Liberia, Marcela González.

Marta se dio cuenta de que tenía que denunciar a Antonio precisamente cuando comenzó a asistir a un curso de inglés del Instituto Nacional de Aprendizaje y su profesor la refirió al Inamu para recibir terapia. Ese día comenzaron a caerse las espinas de su corona.

¿Dónde puede encontrar ayuda?

Si usted está siendo agredida por su pareja o cualquier familiar, en todo momento puede llamar al 9-1-1 y solicitarle a la policía que la acompañe a establecer la denuncia en los juzgados. También puede recurrir a estos entes:

  • Sede del Inamu en Liberia
  • Oficinas de la mujer de cada municipalidad
  • Oficina de atención a la víctima (en los juzgados de cada circuito)
  • Trabajadoras sociales de los hospitales públicos de la provincia

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