Regional, Cultura

Las montañas de Tilarán fueron el hogar de un pequeño pueblo hace casi 4.000 años

This post is also available in: English

A lo lejos se observa el volcán Arenal y, junto a él, uno más pequeño llamado Chato. El humo sale en delgadas columnas atravesando el techo de paja de las cuatro pequeñas chozas, levantadas muy cerca de un antiguo y pequeño lago Arenal. Dentro de esas casas cocinan maíz en vasijas de barro grandes con decoraciones sutiles.

Algo así era la vida hace más o menos 3.800 años en una pequeña aldea en Tronadora Vieja, en la cordillera de Tilarán. El hallazgo de estas casas representa el registro más antiguo que hay en el país de una “aldea nucleada”, es decir, un grupo de personas conviviendo juntas en un mismo espacio.

En la década de los 80, el antropólogo, Payson Sheets, lideró una investigación de sitios arqueológicos alrededor del lago Arenal como parte de un trabajo para la Universidad de Colorado, en Estados Unidos.

Durante el proyecto, él y su equipo identificaron que existió esta pequeña aldea cuando encontraron evidencias en la superficie: pequeños trozos de cerámica o tiestos. Fue entonces cuando el equipo de investigación decidió excavar y encontraron las fundaciones de estas antiquísimas estructuras.

El Departamento de Antropología e Historia del Museo Nacional de Costa Rica tiene los reportes realizados por el antropólogo. La Voz conversó con Felipe Solís Del Vecchio, antropólogo de este departamento, para conocer más detalles sobre estas primeras casas.

Nuestras casas, nuestras cosas

El suelo donde hicieron las excavaciones tiene una coloración amarillo rojizo. Ahí encontraron unas formas circulares oscuras de 15 centímetros de ancho que identificaron como moldes de poste.

Encontraron cuatro posibles casas de cinco o seis metros de diámetro construidas con materiales perecederos, como cañas y cubiertas con techos de paja o palmas.

 

Dibujo de la base de una de las casas en Tronadora Vieja.Foto: John Hoopes. Colección Museo Nacional de Costa Rica.

Mediante pruebas como el carbono 14 (utilizadas para determinar la antigüedad de materiales orgánicos y algunos materiales inorgánicos) concluyeron que esta pequeña aldea estuvo habitada cerca del año 1.800 a.C. 

Además, dentro y fuera de estas casas encontraron fogones y varios objetos, entre ellos cerámicas, que nombraron igual que este sitio arqueológico: Complejo Cerámico Tronadora.

Son objetos muy simples que no se parecen a las piezas asociadas a los chorotegas. Son vasijas grandes de boca amplia que no tienen pintura, pero están decoradas con incisiones con la uña o estampados de concha. 

Además encontraron mazorcas y semillas de maíz, piedras para cortar y otras llamadas “piedras para cocinar”. 

Las personas ponían las piedras a calentar en el fogón y posteriormente las echaban en las vasijas con agua para cocinar los alimentos y que estos hirvieran más rápido.

Según Solís, en otros sitios excavados en el país no han encontrado esas piedras para cocinar, por lo tanto podría ser una particularidad de los sitios arqueológicos de ese momento de tiempo.

“Era algo que ellos estaban utilizando para cocinar que posteriormente se abandona. El asunto es que para esa franja temporal los sitios arqueológicos que han logrado investigarse son pocos, todavía falta investigación”, asegura Solís.

Los viejos inquilinos 

¿Quiénes fueron las personas que construyeron y vivieron en esas casas? Según explica el arqueólogo, no pueden asignarse a ningún grupo indígena por varias razones. 

La primera es que para ese momento no existían cacicazgos o estructuras sociales tan organizadas como los que pudieron existir en los periodos más cercanos a la conquista.

Según explica Solís, de acuerdo a diferentes estudios no solo de la arqueología sino también lingüísticos y genéticos, es muy posible que estas personas estuvieran emparentados con quienes habitaban en el Valle Central y el sur del país, como indígenas que hablaban lenguas chibchenses como los bribris y cabécares hoy en día.

Las migraciones de los grupos chorotegas desde el sur de México hasta la península de Nicoya se dieron tardíamente, entre el 800 y el 900 d.C. 

“Estamos hablando aquí de ocupaciones de 1800 antes de Cristo. En [lo que hoy es] Guanacaste hay una tradición mucho más larga de grupos que no eran chorotegas”, explica Solís.

Lo que sí registra la investigación sobre las personas que habitaron estas casas es que tuvieron que dejarlas por un tiempo. 

El volcán Arenal y el otro volcán ahora extinto llamado Chato sepultaron bajo múltiples capas de ceniza y tefra (fragmentos sólidos de material volcánico) estos primeros asentamientos.

Aún así, los mismos grupos repoblaron el lugar unos pocos años después de la erupción.

Otras casas, otros barrios

Casas redondas, cerradas con caña alrededor y con techo cónico de paja. Esa estructura habitacional hallada en Tronadora Vieja se repite por todo el país y es un sistema constructivo que sigue vigente. Con el paso de los siglos se les fueron haciendo agregados.

En el año 300 d.C., unos 2100 años más tarde, a las casas situadas en el Valle del Tempisque (situado entre la cordillera de Guanacaste y los cerros de la península de Nicoya) le hicieron pisos de arcilla, sobre los cuales los investigadores suponen que preparaban fogones en distintos puntos para que el fuego calentara el piso y endureciera la arcilla.

Piso y pared de bahareque. Monumento La Ceiba en Filadelfia de Carrillo.Foto: Colección Museo Nacional de Costa Rica

Unos 500 años más tarde, cerca del 800 d.C. en el Valle del Tempisque empezaron a construir paredes en las casas. Crearon una especie de bahareque para repellar la estructura perimetral que existía previamente con caña. Igual que con el piso, probablemente hicieron pequeñas fogatas a la par de la pared para que la arcilla se solidificara y no se deshiciera con la lluvia u otros factores del clima.

Aún no está claro si este repello cubría la pared hasta arriba, si bordeaba todo el perímetro de la estructura o únicamente protegía las paredes que estaban más expuestas a factores como el viento y el agua.

La caña y la paja revestida por esta arcilla se descompuso hace miles de años, pero la arcilla endurecida sí se conserva por estar cocinada, y en ella quedaron las impresiones de esa materia orgánica. Arcilla con impresión de cañas. Monumento La Ceiba (G-60 LC).Foto: Foto colección Museo Nacional de Costa Rica

Estas paredes aún son un misterio para la arqueología del país, ya que algunas de estas piezas de arcilla tienen restos de lo que pareciera ser pintura. 

“La Escuela de Química de la Universidad de Costa Rica nos va a ayudar a determinar la naturaleza de ese pigmento, y ver si efectivamente es que algunas de estas casas se estaban pintando”, comenta Solís.

Representación idealizada de una pared de casa en Jesús María Alajuela.Foto: Colección Museo Nacional de Costa Rica

La casa de todos y todas

La excavación en contextos habitacionales es todavía deficitaria, explica Solís, ya que las investigaciones se centran generalmente en cementerios o en otro tipo de contextos arqueológicos.

Mucha de las investigaciones que la arqueología produce en el país nace de investigaciones que profesionales del Museo Nacional o investigadores extranjeros han planteado. Pero, según explica Solís, la gran mayoría del conocimiento de la ubicación de los sitios arqueológicos que tiene el museo se debe a la información del público.

“A veces la gente sabe que tiene un sitio arqueológico importante porque ve las estructuras, ve los montículos y no se animan a llamar porque piensan que les van a quitar la propiedad y eso no es cierto”, explica Solís.

El arqueólogo resalta la importancia de comunicar estos hallazgos para prevenir a tiempo la destrucción de sitios arqueológicos como cementerios o aldeas prehispánicas. También invita a no mover los objetos antes de llamar al museo, debido a que se pierde información muy valiosa durante esa extracción.

Si encontrás algún objeto o sitio arqueológico podés reportarlo al correo electrónico antropologia@museocostarica.go.cr o al número de teléfono 2291-3468

Comentarios