Cultura, Liberia

María Bolandi, la primera liberiana que hizo cantar la madera

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Traductora: Arianna Hernández

El tenor a cargo del acto cultural anuncia que “se vale bailar” y arranca a cantar a todo pulmón Luna Liberiana. De inmediato, María levanta los brazos y baila sentada en su silla de ruedas, como si hubiera estado esperando el banderazo de salida para soltar ese ritmo que la acompaña desde hace ya casi un siglo.

Es domingo 4 de setiembre y en el Parque Mario Cañas Ruiz de Liberia el Concejo Municipal celebra con homenajes, discursos y un queque de lustre negro y amarillo los 253 años de la fundación del poblado del Guanacaste, hoy Liberia.

Las personas presentes combaten el calor del mediodía como pueden. Algunos con agua de pipa y copos. Otros consiguieron un espacio bajo los dos toldos frente al escenario y cada tanto corren sus sillas para perseguir la sombra.

En la primera fila de esos toldos, tres adultas mayores de casi 100 años esperan por su reconocimiento. Una de ellas es la primera marimbista de Liberia y quizá de Guanacaste: María Gorgona, de 99 años.

Es un “quizá” porque a pesar de haber dedicado casi un siglo de vida a tocar la marimba, la información que hay sobre la trayectoria de María Gorgona es casi nula. Tampoco hay muchos resultados al buscar sobre mujeres marimbistas de la provincia. 

Sus palmas delgadas acompañan de manera casi involuntaria el compás de las tres piezas que el tenor ha cantado hasta ahora. Este no es el primer homenaje que recibe María, pero lo disfruta como si lo fuera. Dentro suyo aún toca y baila la niña que aprendió sola a tocar marimba hace más de 90 años.

100 años en un párrafo

“Seguidamente, el sol calienta”, anuncia el alcalde de Liberia, Luis Gerardo Castañeda, como si padecer este calor infernal de las 12:05 p. m. fuera parte de la agenda. Él fue quien propuso al Concejo Municipal hacer este homenaje para las ya casi centenarias. Por eso es quien se encarga de leer una brevísima biografía de la marimbista, un ejercicio tan ambicioso como iluso, más cuando se trata de resumir un siglo.

“Doña María Gorgona Gorgona, conocida como Doña María Bolandi, es hija natural de doña Balbina Gorgona, su padre José Ortiz”, intenta describir el alcalde.

La mezcolanza tiene una explicación sencilla. Balbina Gorgona, su mamá, estuvo casada con un señor de apellido Bolandi con quien tuvo seis hijos. Después de quedar viuda tuvo a María con un clarinetista de la Banda de Liberia llamado José Ortíz.

María nació el 2 de noviembre de 1922 pero su padre no la reconoció como su hija, por esa razón heredó los apellidos de su mamá: Gorgona Gorgona.

Doña Balbina Gorgona tenía un carácter bastante fuerte y era luchadora, recuerda Xinia Sandoval, hija de María. Vendía comidas, alquilaba cuartos a los viajeros y hacía cajetas de coco para venderlas en tramos del mercado, pero eso no era todo.

“Doña María Bolandi tocaba en La Prángana, aquí en la esquina donde está una óptica” continúa Castañeda.

El salón de baile La Prángana también era de doña Balbina. Estaba al otro lado del parque, diagonal a la casa del doctor Baltodano Briceño. Según el diccionario de costarriqueñismos, prángana significa “parranda, juerga”. 

Ahí fue donde María aprendió a tocar marimba. Le ponía atención a quienes llegaban a tocar y luego iba a su casa a practicar en la marimba que le compró su mamá. Se aprendía las canciones solo con escucharlas, nunca recibió formación en el instrumento.

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Las primeras piezas que María interpretó fueron “Adolorido”, “La Cachita” y “La Coca Leca”. Foto: César Arroyo CastroFoto: César Arroyo Castro

A los ocho años se presentó por primera vez frente a un público, cuando estaba en segundo grado en la escuela Ascención Esquivel, ubicada a un par de cuadras de donde estamos.

“Aquí me pusieron: casada y divorciada. No aguantaba nada ¡así me gusta!”, grita Castañeda cuando continúa con la biografía.

María se casó a los 19 años y se divorció 10 años después cuando sus primeros dos hijos aún estaban pequeños. Después tuvo ocho hijos e hijas más que crió por sí sola y nunca más se volvió a casar.

El alcalde menciona una lista de los lugares importantes donde María se presentaba, como la gobernación y los salones más conocidos de Liberia: El Mango, El Chunquín, Los Naranjos, La Reynalda, El Yomalé, El Brasilia.

Algo que omite la reseña es que aunque su talento era más que aplaudido, tuvo que recurrir a otros trabajos que nada tenían que ver con su pasión de infancia. Trabajó lavando y planchando ropa para otras personas, vendiendo chicha y empanadas de harina, cocinando en fincas, restaurantes y en el Hospital Enrique Baltodano de Liberia, donde se pensionó. Ahí tocaba parranderas para el personal de la cocina con las tapas de las ollas y las cazuelas durante las fiestas cívicas de Liberia.

El alcalde resalta algunas curiosidades más y cierra pidiendo un aplauso “con cariño a esas mujeres que en setiembre y noviembre cumplen 100 años”.

El borracho que ha bailado todas las canciones con una sensualidad triste frente al escenario se acerca a doña María y le ofrece el puño, ella le devuelve el saludo.

“Qué linda mamita, ella se merece esto”, le dice.

El acto cierra con un cumpleaños feliz al pueblo, que toda la gente que asistió canta en coro. Si había alguien que quería escuchar a María tocar marimba se quedó con las ganas.

“¿Ya se terminó?”, pregunta María incrédula a su hija Xinia, quien empuja su silla de ruedas hacia la muni donde le tienen preparado un almuerzo. 

La matrona de las teclas de madera

Como María no tocó en el acto, entonces accedió a tocar unas cuantas piezas en su casa, en barrio San Roque de Liberia.

Un rato después de que terminó el almuerzo, ya estaba esperando en una silla en el corredor. Sentada ahí se ve más pequeña y delgadita. Cualquiera olvida por un segundo que es una mujer fuerte que ha superado el cáncer dos veces, que tuvo una fractura de cadera y hace pocas semanas superó el COVID-19.

El escritor liberiano Miguel Fajardo, que vive a pocos metros de esta casa, escribió una pequeña biografía sobre ella hace poco y la llamó La matrona de las teclas de madera. No existe un mejor título para definirla.

Xinia, su hija, entra a la casa y se aleja con una advertencia:

– Pues bueno, voy a traer la marimba y usted me va a tocar una canción bien buena ¡pero le da duro a los bolillos! 

– ¡Ay jueputa!

La marimba que María usa es pequeñita y está adaptada para que pueda tocar sentada en su silla. Agarra los bolillos con algo de dificultad pero cuando empieza a tocar provoca una especie de hipnosis.

Si María se moviera con su marimba por las calles, el barrio entero la seguiría, como las ratas del cuento de El Flautista de Hamelin.

Ella toca la marimba con un movimiento lento pero fluido que solo puede dar 92 años de práctica. Las teclas que María acaricia con los bolillos despiertan un sonido tenue, como si en lugar de sonar, la marimba susurrara. Habla poco y despacito como su marimba, su voz es bajita pero la memoria es envidiable.

Quizá por el ponche que su mamá le daba después de tocar en los salones. Antes de acostarse, doña Balbina le preparaba una bebida de huevo y leche para que “le ayudara al cerebro” y no le afectaran las desveladas.

“Abuelita la protegía mucho por ser la menor, porque ella es sietemesina y además era muy jovencita cuando tocaba en salones de baile”, dice Xinia. Toda esa protección y fuerza la tienen aquí, a las puertas de un siglo de vida. 

María anuncia su repertorio y accede a interpretar “Adolorido” la misma canción que tocó aquella vez en la escuela en 1930 y que ya anunciaba una vida frente a la marimba. 

Al escucharla es evidente por qué Héctor Zúñiga Rovira, autor de Amor de temporada, le compartía su música a María para que la aprendiera y la tocara el siguiente fin de semana. También por eso Jesús Bonilla, autor de Luna Liberiana, la buscaba para que tocara sus piezas. 

Ella llama “Chichí” y “Chus Bonilla” a estos dos íconos de la música guanacasteca, porque los mira como sus pares.

Los reconocimientos no han sido lo que uno espera. Hay personas historiadoras que podrían haber investigado si a nivel país ella fuera la primera mujer marimbista”, lamenta Xinia.

La nostalgia inevitable de los domingos por la tarde, la hipnosis de la marimba y las horas de sol acumuladas en el cuerpo empiezan a hacer efecto. María pide una siesta, porque por el homenaje hoy no pudo dormir hasta las 10 a.m. como acostumbra hacer los domingos.

“A mí me gustaba mucho la música, me encantaba”, dice María en pasado, mirando hacia atrás los recuerdos de un siglo entero. 

Después de abrirse paso durante décadas en un terreno de hombres, codearse junto a los músicos más icónicos de Guanacaste y hacer cantar la marimba durante más de nueve décadas, todas las dedicatorias y remembranzas del mundo no parecen alcanzar para homenajear a María.

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