Regional, Cultura

Al rescate del juque, el instrumento perdido de Guanacaste

This post is also available in: English

La casa de la cantautora y docente guanacasteca, Karol Cabalceta, parece un museo etnográfico-musical. Hay un quijongo, una carraca, que es la quijada seca de un equino, y otro gran instrumento misterioso: el sacabuche. 

Es originario de Honduras, pariente cercano de otro muy similar que teníamos en Guanacaste y que desapareció hace muchos años. Se llamaba juque o juco. 

Ya desde 1980 Jorge Luis Acevedo lo declaraba extinto en su libro “La Música de Guanacaste”. “Ha desaparecido por completo de toda la provincia de Guanacaste”, relataba. 

¿Por qué desapareció? Las teorías sobran: las limitaciones del instrumento y la extinción del calabazo con el que se construía son un par de ellas. Karol tomó una de esas explicaciones y puso en marcha un plan para traerlo de regreso.

“El juque ha sido todo un misterio, algo que estaba en el imaginario. Un sonido desconocido, un sonido perdido en el tiempo y algo digno de rescatar de nuestra cultura, de nuestra tradición”, enfatiza Karol.

Revivir un sonido

Karol pone entre mis manos el sacabuche y me da la impresión de estar sosteniendo el fósil de un gran animal extinto. Este y el juque son prácticamente el mismo instrumento que pertenece a la familia de los membranófonos: tienen una caja de resonancia hecha de calabazo, una membrana que la recubre hecha con el cuero de algún animal y una vara de madera cubierta de cera de abeja que está fijada al cuero. Al frotar la vara, el parche vibra y emite su sonido. 

El sacabuche está más vivo de lo que parece. Hay que “calentarlo” para hacerlo sonar. Así, “frío”, mi mano se desliza muda sobre la vara. Empiezo a frotarla para que la cera se suavice y la palma de mi mano pueda generar la fricción. Mientras hago esto, Karol me cuenta más sobre la desaparición del juque de la provincia.

El maestro quijonguero, Isidoro Guadamuz, le explicó que antes habían muy pocas personas que conservaban las semillas del calabazo necesario para construir el juque y con el paso de los años la planta y su fruto desaparecieron por completo. Y con ellos también las personas que tenían el conocimiento para confeccionarlo.

“Con el quijongo es una historia más fácil, tal vez porque teníamos portadores vivos y teníamos el chance de ir y sentarnos con ellos, pero con el juque y pues no tenemos portadores de la tradición”, lamenta.

Isidoro Guadamuz es maestro quijonguero y fue ganador del Premio Nacional de Cultura Popular Tradicional en el 2014 junto a Eulalio Guadamuz.Foto: César Arroyo Castro

Después de un par de minutos intentando calentar el instrumento, froté mi mano rápido por la vara y pude sacarle un “bramido” tenue.

El sacabuche tiene sonido ronco y sutil, una característica por la que el músico y profesor de la Universidad de Costa Rica, Gerardo Duarte, cree que el instrumento pudo haber caído en desuso.

“El juque no podía competir con los instrumentos de percusión modernos porque sonaban más. Ahora uno puede hacer un juque y lo puede amplificar y le da más sonido, pero en ese tiempo los instrumentos se tocaban acústicos”, explica.

Otra razón que suma Duarte es que tanto el juque como el quijongo a pesar de ser instrumentos “muy bonitos y exóticos” son limitados.

Tienen muy poca extensión de notas, pero eso no debería de ser un motivo para que desaparezca”, enfatiza.

La cantautora guanacasteca Guadalupe Urbina suma una razón más: que haya sido un instrumento marginado por su relación directa con las personas descendientes de esclavizadas de origen africano en la provincia.

El surgimiento de un instrumento afroguanacasteco

Los instrumentos de la cultura guanacasteca que adornan la sala de Karol tienen la misma raíz en un lugar muy lejano: África.

El escritor y profesor de la Universidad Nacional, Daniel Matul, estudia temas afroguanacastecos y explica que los colonizadores españoles y portugueses esclavizaron a personas del centro de África y las trajeron a América. 

Aquí vivieron bajo el sometimiento de sus esclavizadores y, según Matul, fue a partir del siglo XVII que estos esclavos y esclavas empezaron a encontrar espacios de mayor libertad y sentían menos riesgo de sufrir un castigo por cocinar sus platillos o ejecutar un instrumento de su tierra. Fue en las haciendas ganaderas donde trabajaban, donde probablemente empezaron a construir estos instrumentos, porque había menos control del capataz o de los que cuidaban a los esclavos.

“No somos como mover una mesa, uno solo mueve la mesa y ya. Las personas se mueven con todo su bagaje cultural, con su cosmovisión, con su idioma, con sus tradiciones y una de esos de esas expresiones culturales fue el juque”, asegura.

La presencia de este instrumento no se limita a Costa Rica y los países vecinos. Existen variaciones en muchos países de Latinoamérica: la cuica en Brasil, el furruco en Venezuela, y marrana o zambumbia en Colombia.

Por esa razón, Matul explica que para poder determinar el origen de este instrumento ha tenido que echar mano de estudios que se han hecho en Brasil, Cuba o España.

“La historia musical de origen africano en Guanacaste ha sido poco estudiada. Lo que hemos estado haciendo es empezar a recoger pedacitos de un rompecabezas para construir una historia”, explica.

La esperanza en una semilla

Mirando las líneas blancuzcas que dibujan caminos por el cuero de venado, le pregunto a Karol cómo fue que llegó este sacabuche hasta Guanacaste.

Me explica que para celebrar sus 40 años viajó en la Semana Santa de este año a Honduras con el propósito de conocer a los caramberos (los quijongueros de ese país) y así compartir saberes. Por conversaciones previas en videollamada con estos señores, ya sabía que tenían un instrumento similar al juque.

Mi regalo de cumpleaños de los señores caramberos fue un sacabuche y un puñito de semillas. Me dijeron: ‘a su suerte a ver uno si no se las quitan’”, relata.

Distribuyó semillas por todo su equipaje para aumentar sus probabilidades de que al menos unas cuantas superaran los controles migratorios. Y lo logró.

“Yo soy muy chapas para la siembra, pero ya le regalé a agricultores de acá semillas y ya me dieron referencia de que hay unos bejucos creciendo. Estoy pidiéndole al universo que cuaje la semilla y tengamos frutos para empezar a construir nuevamente juques”, comenta esperanzada Karol.

Los caramberos de Nuevo Celilac, Honduras, compartieron sus técnicas de construcción y ejecución de la caramba, un instrumento similar al quijongo.Foto: Cortesía: Karol Cabalceta

Volver a cultivar este calabazo gigante que sostengo en mis brazos para obtener un instrumento musical prácticamente extinto, robustece esa raíz profunda y lejana que conecta nuestra provincia con África.

Daniel Matul asegura que el primer desafío que tenemos es reconocer no solamente nuestro pasado español y chorotega, sino también la gran herencia afrodescendiente. Y a su parecer, esfuerzos como el de Karol abonan a ese reconocimiento.

“Mucho de lo que yo he aprendido y de las pistas que he ido recopilando no ha sido que fui a una institución, sino que la gente me contó y que ciertas personas en ciertos barrios, en ciertas comunidades, están empezando a investigar su propia historia”, destaca.

Comentarios