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El viaje del sabanero: desde las haciendas hasta el todo incluido

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Su figura pintada al óleo cabalga en los murales de nuestros pueblos, o bailando con polainas y vaquetas en alguna presentación de bailes folclóricos. Los paquetes de arroz de la pulpería y hasta el cómic de un justiciero nacional llevan su nombre.

El sabanero es un símbolo de la provincia, el protagonista de la cultura regional. La hacienda ganadera es donde despliega todo su valor y conocimiento. Pero Guanacaste cambió su manera de producir. Las viejas haciendas dieron paso a hoteles y donde hubo grandes pasturas ahora brota caña y arroz.

Aunque es muy difícil encontrarlo en las llanuras guanacastecas, ese personaje sigue muy vivo dentro del imaginario cultural. ¿Cómo llegó el sabanero a tener tanto prestigio, y cuáles fueron las razones de que su oficio se haya casi extinto? 

El ascenso del jinete de las sabanas

Antes de hablar del sabanero hay que entender el escenario en el que surge: las haciendas ganaderas. La historiadora y autora del libro Tope de toros de Liberia: Resignificaciones históricas, Soledad Hernandez, explica que los españoles introdujeron el ganado entre el siglo XV y XVI.

En una primera etapa, utilizaron este ganado para transportar mercancías durante la conquista y más adelante para la extracción del cebo y del cuero. Fue hasta un par de siglos más tarde que empezaron a fundarse haciendas a lo largo de Guanacaste para comercializar el ganado en pie, es decir, el animal vivo para su venta, ya sea para engorde o para ser sacrificado y consumido.

Mucho de ese ganado era cimarrón, es decir, que se reproducía y se criaba entre el monte y la sabana. El trabajador que tenía que salir a arriar y trasladar el ganado disperso por las enormes sabanas guanacastecas para incorporarlo al hato de la hacienda era precisamente el sabanero.

El señor de las sabanas fue el que se desplazó habilidoso por los llanos y las montañas, experto lazador, vaquetero, montador insigne, arriador de interminables y solitarios caminos”, describe Hernández en su libro.

En sus largas jornadas de trabajo, que empezaban desde muy temprano, también curaba las heridas de los animales, atendía los partos de las vacas, a veces patrullaba la propiedad y trabajaba la crin o pelo de caballo para producir guruperas, cinchas, jáquimas y otros productos.

Los sabaneros gozaban de mucha confianza y trabajaban sin mucha supervisión por parte de los hacendados, quienes por lo general vivían en Rivas, de Nicaragua, o en el Valle Central y visitaban sus haciendas esporádicamente. La mano de obra era muy escasa en la provincia lo que obligaba a los dueños a pagar buenos salarios a los sabaneros a finales del siglo XIX.

José Cisneros, famoso sabanero de Santa Cruz en el año 1964.Foto: Archivo Nacional

En su libro Vida cotidiana, trabajo, juego y fiesta en la hacienda ganadera guanacasteca, David Díaz, explica que en esa época existía un gran contraste entre las condiciones del mundo cafetalero del Valle Central con el de las haciendas. El sabanero trabajaba con mucha más libertad y mayor pago. “El salario en las haciendas guanacastecas llegó a ser superior con respecto al de los trabajadores de la Meseta Central (entre 0.75 y dos colones por día en el primer caso y entre 0.50 y 1.28 en el segundo)”, describe.

Todo el conocimiento de los sabaneros se nutría de las actividades diarias al interior de las haciendas, pero luego se trasladaban desde ese espacio privado al público.

Esto sucedía en las festividades religiosas como la de la Virgen de la Inmaculada Concepción, y que dio paso a lo que conocemos hoy como el Tope de Toros de Liberia. O las festividades al Cristo Negro de Esquipilas en las que se desarrollan las Fiestas Típicas Nacionales de Santa Cruz.

En estas actividades los sabaneros mostraban todos sus conocimientos transmitidos por generaciones. 

“El sabanero se fue convirtiendo en una figura icónica en Guanacaste, una figura que fue ganando un gran prestigio regional”, explica Hernández. Ese prestigio lo llevaría a convertirse en un emblema de la provincia. 

El símbolo de Guanacaste

El sabanero se abrió paso en el imaginario social hasta nuestros días no solo en Guanacaste, con su propio museo en Liberia, sino también a nivel nacional. La ley 8394 del año 2003 le asigna su propio día todos los 10 de noviembre “como un reconocimiento al personaje que modeló el ser guanacasteco”.

Las personas que han investigado la raíz de ese “ser guanacasteco” como ícono, han encontrado su origen un siglo antes, cuando los periódicos de Guanacaste y las élites locales empezaron a alimentar la idea de una identidad regional homogénea.

En la investigación llamada “Guanacaste el surgimiento de un discurso regionalista”, la profesora de la Escuela de Historia de la Universidad de Costa Rica (UCR), Soili Buska, explica cómo lo lograron.

Quienes abanderaron esa homogeneidad eran principalmente intelectuales que tuvieron la oportunidad de ir al Valle Central para estudiar o representar a la provincia a nivel político. Ellos percibían a Guanacaste como una región homogénea en sus rasgos culturales, sociales y económicos, distintas del resto de la sociedad nacional.

Y a los guanacastecos, como hijos e hijas de esa región les correspondía defender esos intereses ‘regionales’ ante el Estado nacional”, explica Buska.

El sabanero fue precisamente un símbolo de ese discurso regionalista y homogeneizador, según el investigador de la Universidad Nacional (UNA), Esteban Barboza. “Siempre ha tenido importancia como un símbolo de reivindicación local ante todos los discursos que venían del Valle Central”, explica Barboza.

Sabanero guanacasteco, 1904 José Fidel Tristán (2)

Sabanero guanacasteco fotografiado por José Fidel Tristán en 1904Foto: Archivo Nacional

Posteriormente, los políticos del centro del país los que, buscando una identidad, tomaron todos esos símbolos que había a partir de la hacienda ganadera y las institucionalizan como folclor nacional: el sabanero, la música, el baile, y otras manifestaciones culturales.

Para el momento en que se decretó el Día del Sabanero, ese personaje y la hacienda habían vivido sus días de gloria muchas décadas atrás, pues ya no representaba la principal fuente de riqueza de la provincia.

De la hacienda al todo incluído

El sabanero empezó a ver cómo poco a poco sus llanuras iban cambiando por plantaciones de caña de azúcar y arroz. Con la construcción de carreteras surgió también el uso de camiones y ya no lo necesitaban para hacer aquellos arreos legendarios desde Guanacaste hasta Puntarenas y Alajuela.

Las haciendas ganaderas empezaron a fragmentarse o convertirse en hoteles y restaurantes para responder al modelo turístico que empezaba a asomar en el horizonte. Los salarios empeoraron y una mayor supervisión de los administradores de las haciendas terminó con la libertad con la cual antes realizaban sus tareas.

Según la investigadora Soledad Hernández, con el declive de las haciendas se produjo un desempleo muy marcado en Guanacaste y especialmente en los cantones del norte de la provincia, como Liberia, donde las haciendas habían sido un elemento esencial en la contratación de mano de obra.

“Fue una época muy dura porque la gente no sabía hacer nada más que eso. Ese había sido su oficio durante toda su vida, el de sus papás, el de sus abuelos. Mucha gente quedó a la deriva, no sólo sin trabajo, sino también sin ninguna garantía social. La mayoría de los sabaneros de los años 70 se fueron para su casa sin una pensión después de haberle dado toda su juventud a la hacienda”, explica Hernández.

Con la caída de las haciendas no quedó otra que reinventarse. En una investigación, el Decano de la Universidad Nacional Región Chorotega, Victor Baltodano, clasifica a los sabaneros en cuatro tipos: 

  1. Sabanero tradicional: quienes trabajaron toda su vida con el ganado de manera asalariada en las grandes haciendas guanacastecas. 
  2. Sabaneros en el turismo: quienes se trasladaron hacia la actividad turística y los sabaneros más jóvenes, quienes combinan la labor de la hacienda con el trabajo en el turismo. 
  3. Sabaneros transformados: quienes combinan las labores de sabaneros con la de peón de finca y han cambiado sus prácticas laborales. 
  4. Sabaneros por apropiación: quienes nunca han ejercido como sabaneros o que lo hacen a tiempo parcial.

Baltodano asegura que “ya no es tan relevante lo que hace el sabanero sino lo que pueda representar. Se convierte en parte del paquete turístico y esto modifica la forma de comportarse y de interactuar”.

Esos paquetes turísticos a los que se refiere son los que varios hoteles de la provincia ofrecen con “la posibilidad de ser sabaneros por un día”.

Según Esteban Barboza, la posibilidad de asomarse a un pasado idealizado de la provincia, oculta la explotación que el sabanero ha sufrido desde la época colonial y encubre la gigantesca desigualdad social y territorial que la hacienda generó.

“No estamos cuestionando la tenencia injusta de la tierra, la esclavitud de los peones, un montón de cosas que incluso persisten estructuralmente en Guanacaste hasta hoy”, añade.

Sobre este tema, Soledad Hernández apunta que existe información suficiente para confirmar que la población afrodescendiente esclavizada fue fundamental en la consolidación de las haciendas del siglo XVII y XVIII en Guanacaste. 

En [Hacienda] El Viejo se compraban y se vendían esclavos durante la época de la cofradía. Eso quiere decir que las haciendas de esa época, estamos hablando del siglo XVIII, tenían mano de obra de población negra”, detalla.

El colonialismo de los primeros siglos de conquista no se acabaron con la independencia y con la anexión, explica la investigadora. La hacienda perpetuó la desigualdad de oportunidades y de ascenso social.

“Vos no ves que hubiera una socialización de la riqueza y de las oportunidades que la hacienda presentaba. Han sido herederos y dueños de haciendas los que han tenido la oportunidad de ir a estudiar al extranjero y que tienen hoy por hoy condiciones económicas muy favorables”, subraya. 

Aunque la época dorada del sabanero ya pasó, sus saberes y su cultura está viva: la fiesta, la monta, la talabartería. La investigadora atribuye eso a la rebeldía de ese personaje que confronta su realidad histórica desigual y aún así se convierte en el protagonista de la fiesta. 

Su libro, explica, es un homenaje a las personas que todavía son portadoras de esa tradición. 

“A la gente que todavía está resistiendo a la modernidad y a ese uso ideológico y manipulador de la historia de Guanacaste. Gente que es coherente con su ideario, con su vida, con lo que aprendieron, [y que] sigue ahí dando luchas enormes dentro de los territorios para que la cultura que ellos han considerado valiosa siga viva”, destaca.

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